(Imagen extraída de la red Internet)
Me encuentro entre bastidores, ¿se dice así?,
pregunto a nadie esperando que no llegue a oírme aquel operario que parece que
va a empezar a correr hacia el escenario en cualquier momento con todos esos
cables enrollados en torno a sus hombros. Da igual cómo se denomine, me
respondo, el caso es que estoy aquí, más nervioso que un adolescente ante su
primera cita, tan desubicado como un rico de cuna en un comedor social.
Pienso en el estuche parcheado
que cuelga de mi espalda, en las batallas que ha superado conmigo la acústica
que contiene, cuando noto cómo mis tripas me recuerdan que hoy no he comido nada;
¡qué importa!, hay que guardar la línea, argumento incrédulo, pero feliz por
cómo suenan las seis cuerdas nuevas con las que, por fin, cuenta mi compañera
de fatigas. De esto él no sabe nada, no lo hubiera permitido, y yo no quería
abusar.
Enfundado en estas ropas que me
vienen «dos existencias» grande, me asaltan las ganas de darme media vuelta y
abandonar todo esto; como un cobarde, me reprocho. Yo seré muchas cosas, y muchas
de ellas malas, lo sé, pero cobarde no, y me quedo aguantando estoico mi incertidumbre.
Se lo debo a él, que durante una semana estuvo yendo de incógnito al metro sólo
para oírme tocar y acabar ganándose mi confianza antes de hacerme una temeraria
propuesta, negándome desde el principio la opción de rechazarla.
Él ahora está dejándose la piel,
literal, para agradar a sus muchos seguidores que llenan sus recintos casi
siempre. Y, como siempre, lo está consiguiendo. Hasta yo tarareo para mí algunos
de sus preciosos temas. Lo tiene todo, él que compone letras, melodías, y toca diferentes
instrumentos mientras canta con esa voz que pareciera bajada de los mismos
cielos para cada ocasión, si es que al final resultara que estos existen. Es un
ídolo de masas, pero ante todo es un Artista con mayúsculas.
Y aquí estoy, en el concierto de
este ídolo de masas que tiene el corazón tan grande como su piano, esperando la
oportunidad de mi vida, temblando de arriba abajo de felicidad. Y a pesar de
lo expresado sobre su persona, acaba de quitarse su omnipresente sombrero
mientras mira hacia mi posición reclamando mi presencia con gestos elocuentes.
Lo que ha dicho de mí a toda esa gente justo antes quedará grabado en mi
memoria y en mi corazón hasta que me llamen a filas eternas porque, reflexiono
al acercarme, ya es como ese amigo que lo es desde antes de que existiera la
memoria y que lo seguirá siendo cuando ya no haya nadie para recordarla.
¡Vaya!, anotaré esta frase, quizá me sirva para una próxima canción…
© Patxi Hinojosa Luján
(30/07/2020)
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