sábado, 18 de agosto de 2018

Sin maquillaje

(Imagen extraída de la red Internet)

Oigo caer la lluvia con fuerza ahí fuera y asomo un instante la cabeza a la calle para empaparme de su magia. Siempre equiparé ese sonido a diversas melodías, y me encantan las que compone para mí; aunque la de hoy es distinta, es como si quisiera confiarme algo diferente, pero yo no acabo de entenderla y cierro la ventana. Dentro, una emisora de radio lanza al aire sus propuestas musicales sin que yo le preste demasiada atención; a pesar de eso es una grata compañía en cualquier circunstancia. En un momento dado, una canción de M Clan coge el testigo de la lluvia y me regala un verso que se me queda grabado: «Éste no es un tiempo de cobardes». Noto cómo algo se acciona en mi interior cual resorte y corro a buscarte. Te encuentro en el baño. Antes he tenido la precaución de dejar la puerta cerrada.
Aquí estamos. Hacía tiempo que esta charla nos llamaba a gritos. Ojalá podamos tenerla con tiempo, sin prisas, sin agobios, sin miedo; y sin paños calientes. Hasta ahora siempre nos excusábamos con el hecho de que, al no estar solas, nunca encontrábamos el momento; pero como la situación no cambia, si no es a peor, de hoy ya no podía pasar. Me reafirma en esta idea esa capa de maquillaje que intentas disimular y que si en alguna ocasión fue necesaria, no lo fue por estética sino por dignidad. Lo sabes tan bien como yo.
Ya sé que es muy duro constatar a cada amanecer que nada de lo malo que pasa en tus días ha sido un sueño, que la calabaza ya nunca más se convertirá en carroza porque el canalla paró el reloj a las doce y un minuto de la medianoche y lo hizo trizas después, cuando decidió que ya nunca más serías su princesa, que serías su rehén.
Te confieso que cada vez lo tengo más claro: si te cuesta dar ese paso tan necesario no es por la esperanza de que él cambie, porque a estas alturas de la película no la hay ya, sino porque da la sensación de que te sienta como un guante ese traje confeccionado a base de retales de comodidad, apariencia y resignación. No creas que te culpo por ello, no es eso, pero ha llegado el momento de reaccionar pues las dos os merecéis ser felices. Es así de sencillo, y así de trascendente. Por favor, no me mires así, con esa mirada acuosa, me vas a hacer llorar…, de sobra sabes que tengo toda la razón.
Perdona un momento; oigo unos nudillos golpeando con delicadeza en la puerta reclamando mi atención. Veo que respeta mi espacio y mi tiempo unos instantes y que después entra. Me temo que ahora tendré que dejarte, sin duda ella querrá ocupar mi plaza frente a este espejo para prepararse, y ya sabemos cómo se las gasta esta jovencita cuando va a salir. Pero la decisión está ya tomada: intentaré mantenerla el mayor tiempo posible ajena a las maniobras en defensa propia de su madre, una madre que da las «gracias por los días que vendrán» y que luchará desde ya mismo para poder ir siempre sin maquillaje, viajando en la carroza que sin duda… merecemos.

© Patxi Hinojosa Luján
(18/08/2018)

jueves, 16 de agosto de 2018

Atrapado

(Imagen extraída de la red Internet)

Atrapado. Él, pintor de mil y una brochas, va perdiendo a bocanadas perversas el control de una paleta que hasta hace un suspiro y medio le había pertenecido; y ello conlleva que está perdiendo la partida. Ahora es una voluntad ajena la que las maneja a ambas y no quiero ni imaginarme que pudiera intentar justificarlo con un porqué, ni cuál sería éste en su caso. Desconozco si él también podrá ver, tal y como nosotros lo hacemos, cómo desaparece en la mezcla multicolor de aquella paleta, de manera paulatina e inexorable, el color verde esperanza mientras es sustituido por un negro oscuro, casi abismo; me recorre un escalofrío al pensar que quizá, durante algunos instantes, sí lo haya hecho…
Atrapado. Me angustia pensar en su angustia, atrapado como está en una jaula, con sus neuronas reduciendo número y actividad sin freno ni medida, permitiéndole percibir sólo de forma cada vez más difusa cómo aumenta la pena a su alrededor en la misma y maldita magnitud en que va desapareciendo su percepción.
Atrapado. Intento imaginar qué pueda sentir él, si es que aún pudiera, pero el esfuerzo es tan arduo como estéril. Si su menguada consciencia intenta reflexionar o imaginar algo, si ello no fuera una quimera, nunca se podrá saber, pues la posible salida de esta pesadilla se hace por momentos más y más pequeña, insignificante, y a través de ella cuesta ya todo un mundo reconocer su huella.
Atrapado. Cierto. Mas cuando llamen a la última puerta en pie del muro de su resistencia, sé que la abrirá sin recelo para traspasarla con dignidad y sin miedos, buscando una renacida esperanza, imagino que de un nuevo e indescriptible color.
¿Y nosotros…? Nosotros quedaremos atrapados en la tristeza, con la nostalgia por lo que fue, y por lo que no pudo ser, arañándonos el alma.

© Patxi Hinojosa Luján
(16/08/2018)