Hoy, después de una ducha que disfruta a pesar de
estar algo distraído, Víctor se esmera, como siempre, en obtener un afeitado
apurado; por ello procura poner un especial cuidado, como nunca, de acabar sin
corte alguno, aunque esta vez no lo consigue y debe colocarse una tirita, de
color piel, en la barbilla, tan diminuta que bien podría pasar desapercibida
incluso a corta distancia. A continuación, se desliza dentro de su mejor traje
y se perfuma delante del espejo del recibidor antes de apagar la luz; la imagen
con ese aire desenfadado, que acaba de ver en aquel unos segundos antes, se esfuma
con el gesto interruptor y él sale silbando camino de su cita.
Al igual que los días anteriores, mientras camina
no para de alternar canturreos, tarareos y sonrisas; su rostro muestra todo un
catálogo de diferentes pinceladas de una felicidad que es difícil imaginar que se
pudiera deber a otra cosa que no fuera un enamoramiento, quizá no ajeno a un
flechazo por sorpresa de los que suele lanzar Cupido cuando está generoso,
aburrido…, o bromista.
Le quedan pocos pasos por dar antes de llegar al
último giro en su camino; sin siquiera esperar a su impaciencia, encara la
calle en que se encontrará con Belén. Agranda la curva de su sonrisa cuando, a
escasos cincuenta metros, constata que incluso hay menos personas que otros
días esperando para entrar. Piensa, satisfecho, que han acertado eligiendo la
primera sesión de la tarde a la que, por lógica, nunca acudirían demasiados
espectadores. Habían decidido que se buscarían dentro de la sala de cine,
cuando ya la oscuridad que anticipa el inicio de la proyección les amparara, cómplice,
contra miradas indiscretas.
***
Cogidos de la mano, los dedos entrelazados, sin
apenas mirarse si no es de reojo, pasan las sesiones vespertinas esperando ver
saltar la chispa que provoque el incendio de la pasión; mas no tienen prisa,
ninguno de los dos duda de que no tardará en visitarlos y, en todo caso, ambos se
sienten reconfortados con la carga afectiva que han acumulado hasta ese
momento.
***
Los días anteriores no cayeron en la cuenta de
que en la película que se proyectaba durante esa semana en aquel horario tan
poco comercial, Ana y Manuel, los dos protagonistas, acudían cada tarde a una
sesión cinematográfica para regalarse carantoñas sin más testigo que la gran
pantalla a la que apenas hacían caso y en la que la pareja formada por Pilar y
José se citaba en un cine durante la primera proyección de la tarde mientras aquellos
no podían llegar a percatarse de que José, al igual que Manuel, lo hacía luciendo
un pequeño corte en la cara, disimulada con la tirita que lo protegía y
camuflaba...
Pero ese día, en un momento dado Belén y Víctor
sintieron que algo especial pasaba y, por un instinto del que desconocerían su
origen por siempre, se giraron para mirar sobre sus hombros y descubrir el destello
de aquella gran ventana rectangular que nunca antes había estado allí y tras la
que jurarían que se les estaba observando.
Es solo un instante, y Belén, Ana, Pilar, Manuel,
Víctor, José, todos ellos, no sabrían precisar si serían los únicos que se
habían equivocado de dimensión, de cine, o de película…
© Patxi Hinojosa Luján
(13/02/2017)
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