sábado, 18 de febrero de 2017

Cíclico


Cuando llegó al cuarto piso se encontró la puerta de su vivienda entreabierta, pero ni la cerradura ni la barnizada madera del marco parecían haber sido forzadas. Jadeaba, de un tiempo a esta parte el obsoleto ascensor se pasaba tanto tiempo averiado reclamando una merecida jubilación como cumpliendo su función, y eso era algo que a sus años adquiría gran trascendencia. Se mantuvo cerca del quicio de la puerta, apoyándose en su pomo, a esperar que el ritmo de su corazón se normalizara, a que sus piernas se deshicieran de aquel  incómodo temblor; lamentó haberse olvidado el bastón en casa una vez más.
No tenía prisa por entrar, tampoco inquietud aunque sí curiosidad. Pudo observar desde allí cómo todo se hallaba a oscuras y en silencio, aunque intuía que no se encontraba solo.
Pensó que encendía la luz de la entrada al acceder a su piso, que se adentraba en él cerrando la puerta tras de sí, que se encontraba con alguien de rasgos conocidos y familiares sentado en su sillón favorito, que se hablaban con la mirada revelándose certezas, demandándose respuestas…, aunque no podría asegurar si algo de esto, o todo, ocurría en realidad.
Se giró soltándose del pomo y bajó las escaleras engullendo sus peldaños de tres en tres, a pesar de que el ruido de poleas y motor del moderno ascensor testificaban su servicial funcionamiento. Tenía la extraña y placentera sensación de que no tardaría en olvidar lo que acababa de presenciar, de vivir, mas disfrutó un postrer segundo de lucidez para sospechar que, tal vez, esa fuera la forma en que la Naturaleza regalaba a veces una inmortalidad encubierta, inimaginable, imposible, patente solo en ese sutil destello cíclico de la consciencia de la muerte aplazada de nuevo.
Botó su balón ya en el rellano del portal y, sin recuerdo alguno posterior a los diecinueve años que le cincelaban ahora cuerpo y espíritu, acudió al encuentro de unos amigos que le estarían esperando en la cancha de básquet del  barrio, y un breve escalofrío le atravesó justo en ese instante en que dudó si los reconocería; tan breve que enseguida desapareció junto con cualquier atisbo de la magia anterior.
¿Lograría esta vez imponerse en el concurso de triples? —se preguntó, esperanzado, mientras se alejaba silbando…

© Patxi Hinojosa Luján
(18/02/2017)

lunes, 13 de febrero de 2017

Vidas de cine


Hoy, después de una ducha que disfruta a pesar de estar algo distraído, Víctor se esmera, como siempre, en obtener un afeitado apurado; por ello procura poner un especial cuidado, como nunca, de acabar sin corte alguno, aunque esta vez no lo consigue y debe colocarse una tirita, de color piel, en la barbilla, tan diminuta que bien podría pasar desapercibida incluso a corta distancia. A continuación, se desliza dentro de su mejor traje y se perfuma delante del espejo del recibidor antes de apagar la luz; la imagen con ese aire desenfadado, que acaba de ver en aquel unos segundos antes, se esfuma con el gesto interruptor y él sale silbando camino de su cita.
Al igual que los días anteriores, mientras camina no para de alternar canturreos, tarareos y sonrisas; su rostro muestra todo un catálogo de diferentes pinceladas de una felicidad que es difícil imaginar que se pudiera deber a otra cosa que no fuera un enamoramiento, quizá no ajeno a un flechazo por sorpresa de los que suele lanzar Cupido cuando está generoso, aburrido…, o bromista.
Le quedan pocos pasos por dar antes de llegar al último giro en su camino; sin siquiera esperar a su impaciencia, encara la calle en que se encontrará con Belén. Agranda la curva de su sonrisa cuando, a escasos cincuenta metros, constata que incluso hay menos personas que otros días esperando para entrar. Piensa, satisfecho, que han acertado eligiendo la primera sesión de la tarde a la que, por lógica, nunca acudirían demasiados espectadores. Habían decidido que se buscarían dentro de la sala de cine, cuando ya la oscuridad que anticipa el inicio de la proyección les amparara, cómplice, contra miradas indiscretas.
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Cogidos de la mano, los dedos entrelazados, sin apenas mirarse si no es de reojo, pasan las sesiones vespertinas esperando ver saltar la chispa que provoque el incendio de la pasión; mas no tienen prisa, ninguno de los dos duda de que no tardará en visitarlos y, en todo caso, ambos se sienten reconfortados con la carga afectiva que han acumulado hasta ese momento.
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Los días anteriores no cayeron en la cuenta de que en la película que se proyectaba durante esa semana en aquel horario tan poco comercial, Ana y Manuel, los dos protagonistas, acudían cada tarde a una sesión cinematográfica para regalarse carantoñas sin más testigo que la gran pantalla a la que apenas hacían caso y en la que la pareja formada por Pilar y José se citaba en un cine durante la primera proyección de la tarde mientras aquellos no podían llegar a percatarse de que José, al igual que Manuel, lo hacía luciendo un pequeño corte en la cara, disimulada con la tirita que lo protegía y camuflaba...
Pero ese día, en un momento dado Belén y Víctor sintieron que algo especial pasaba y, por un instinto del que desconocerían su origen por siempre, se giraron para mirar sobre sus hombros y descubrir el destello de aquella gran ventana rectangular que nunca antes había estado allí y tras la que jurarían que se les estaba observando.
Es solo un instante, y Belén, Ana, Pilar, Manuel, Víctor, José, todos ellos, no sabrían precisar si serían los únicos que se habían equivocado de dimensión, de cine, o de película…

© Patxi Hinojosa Luján
(13/02/2017)

jueves, 2 de febrero de 2017

Velas


Carga con más edad de la que admite, de la que desearía, y por eso a veces discrepa con la imagen de sus espejos e incluso discute con vehemencia con ella. En su vida, no obstante, reina un silencio espeso, difícil de respirar, que la atmósfera de su barrio ha sabido respetar desde siempre; pero quizá por eso se mudó allí después de aquello…
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Hoy corre uno de los últimos días del año y él, temprano como cada tarde desde hace algunas semanas, se dispone a preparar una mesa con dos cubiertos al amparo de la pronto esquiva luz solar mientras un gato maúlla con desgana ignorando las croquetas de su cuenco, abundantes como siempre; pronto caerá la noche aprovechando la lentitud de sus acciones, que dibuja a cámara lenta, cada día más.
Justo en el momento en que el Sol se despide sin poderle ofrecer la certidumbre de un nuevo amanecer, enciende una vela que sitúa entre los dos servicios junto a otra sin estrenar que, con la precaución de la intuición, suele colocar a su lado.
Al cabo de un buen rato, un plato permanece intacto, como en ocasiones anteriores, cuando él ya ha terminado el suyo y, con un suspiro de paciencia, lo retira de la mesa junto a todo lo demás antes de volver a sentarse a la misma. Su soledad hace tiempo que mutó a un doloroso vacío, aunque sus lagunas mentales hagan que él cada vez lo tenga menos presente.
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En la modesta vivienda cada enchufe eléctrico muestra el decorado de unas incipientes telarañas tejidas por la injusticia social; en su estancia menos fría, casi tan helada como el resto, una mesa camilla tiene por único adorno una vela sin usar junto a otra ya consumida hace horas. A su lado, una cara y unas manos surcadas de arrugas descansan medio tapadas por una mantita en un reposo que pareciera ensayar para el definitivo que llegará más pronto que tarde. La oscuridad es total mas se intuye el brillo de dos pequeños ojos felinos. Su dueño maúlla ahora con un punto de desesperación reclamando una atención que puede que su instinto nunca llegue a valorar en su justa dimensión.

«Quizá si araño con persistencia la madera de la puerta, puede que mi humano me oiga y atienda a mi llamada» reflejaría la traducción de los prácticos pensamientos gatunos.

Cuando el humano emerge del mundo de los sueños, lo hace creyendo que también la escena anterior pertenece a ellos; y lo cree también de aquella otra en la que, casi sesenta años atrás, la joven más hermosa de su mundo le rechazó…

«—Me caes muy bien. Pero no, de verdad no puedo. No es por ti, es por mí… Verás, no sé cómo decirte esto: resulta que tú y yo tenemos los mismos gustos, ¿me entiendes?»

… y él nunca lo entendió ni aceptó, y por eso borró aquel rechazo de su memoria, de la memoria de cada uno de sus despertares.

© Patxi Hinojosa Luján
(02/02/2017)