martes, 22 de septiembre de 2015

De despedidas…


Por poco, pero no llegó a tener que forzar su andar…
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Aquel lunes no hubiera soportado una sola despedida más, habría generado lágrimas secas, las que más acongojan los corazones, y eso no hubiera sido apropiado; es por ello que les permitió abandonar el Camino, sus almas adornadas por tiritas colocadas con precisión para aliviar la tristeza, las mochilas cargadas de emociones desatadas, de esas que te erizan la piel y te «regalan» nudos que siempre se sitúan allí donde más entorpecen el habla cuando de intentar expresar sentimientos se trata. Las otras también iban a tope, sí, aunque ellos tardaron un tiempo en ser conscientes de que seguían llevando semejante peso a la espalda.
Mientras desertaban de la que había sido su vida durante los anteriores nueve días, veían, reflejadas en los cristales de un bus que aunque circulando por el Camino en la etapa más corta y triste los alejaba de él, las siluetas de dos personas rejuvenecidas por la reciente experiencia. Ambos rememoraban, entre reservados aunque apasionados comentarios, los besos y los abrazos —los castos y los de oso y tigre—, los ojos torpes por la emoción no contenida —que de paso robó a distancia, tres literas más allá, unas espontáneas lágrimas—, las mejillas húmedas y saladas y las promesas de reencuentros futuros de aquellas despedidas por duplicado que ya habían ensayado el día anterior con el mismo éxito. Entretanto, el bus los seguía alejando…
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No llegó a forzar su andar, no, su vista cansada acertó a localizar a tiempo, enrolladas cual minúsculo pergamino, unas pequeñas hojas de papel manuscritas en una de sus zapatillas, qué importa cuál, antes de calzársela, con lo que evitó una parada, que hubiera sido inevitable, para deshacerse de una piedrecita que no era tal. Las palabras reflejadas en ellas no eran sino sentimiento de amistad a borbotones, y estaban escritas a flor de piel desde el corazón de unos amigos que a duras penas pudieron ser leídas hasta el final en un segundo intento, todo ello en una escena acaecida bajo una respetuosa y discreta mirada de solidaridad.
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A día de hoy, esas mochilas siguen sin vaciarse, cualquier espectador imparcial podrá intuir que seguirán así por mucho tiempo. Las otras, livianas y aireadas esperan una próxima nueva aventura; acompañando están las zapatillas, en posición de relax activo.
¿Las notas de papel?... quedan guardadas a buen recaudo para recordarles que esta vida es un regalo a poco que cierren bien los ojos y abran su mente y su corazón.
Sí, siguen guardadas en esa su calle por la que también pasa el Camino, no lo olvidéis, ¿acaso no veis las flechas amarillas…?

© Patxi Hinojosa Luján
(22/09/2015)


(Para Susan y los chicos: Clara, Edu, Fani, Feiye, Jaume, Jose, Luis, Nuria… y los no tan chicos: Andrés y Mari Carmen, ¡muchas gracias por vuestra compañía y amistad, nos vemos en el Camino! Gracias también al «orden alfabético», me ha librado de un apuro, ¡uf!)