martes, 26 de julio de 2016

Si vuelves


Si vuelves
Alma cruel, figura altiva
Embutida en tu traje de reproches
Sabrás que mi lista no los soporta más
Ni yo ver cómo gozas
Empequeñeciéndome

Si vuelves
Sin la batería de tu vil orgullo descargada
Piensa que quizá tu ternura no te alcance
Para comprender cómo me sentí
Cuando nos rompiste en más de dos
Aquella noche a las diez de la mañana

Si vuelves
Intentando compartir el diseño común
Que dibujaba nuestro irreal futuro
Deberías recordar que yo ya no te recuerdo
Hace media vida y media que al fin
Logré juntar mis pedazos

Si vuelves
Carga solo una maleta, la de tu vuelta
Y no me busques en el recuerdo de lo que no fue
Ha tiempo que taché ese iluso destino
De una hoja de ruta que ahora sé
Ya siempre se estará medio llenando

Si vuelves
Espero que no sea por mí
El lienzo que formaban nuestros cuerpos
No sentirá nunca más el roce de esos trazos
Que dibujaban unos borradores de pasión
Que hoy imagino inimaginables

Si vuelves
Que no sea para no volver a huir…

© Patxi Hinojosa Luján
(26/07/2016)

jueves, 21 de julio de 2016

Bromas


El experto y afamado alpinista, en plenitud física a sus treinta y pocos años, se dispone a realizar el asalto final a cumbre de su enésimo ochomil con gran seguimiento mediático. Está a tan solo cincuenta metros de conseguirlo por la  vertiente sur; un último esfuerzo y tendrá un número más para añadir a su zurrón, una nueva muesca. Conseguido. El esfuerzo ha sido descomunal, pero ha merecido la pena. Intenta respirar del poco oxígeno que le queda a la atmósfera a esas alturas, pero el solo gesto de inspirar le cuesta un mundo; «me estoy haciendo mayor», se dice con una medio sonrisa que enseguida desaparece, porque es entonces cuando lo ve, ve al valiente que llega por la cara norte, la más complicada, con una cara que no refleja tanto cansancio como la suya, a pesar de contar con más arrugas, los cincuenta hace tiempo que los dejó atrás. Se saludan desde sus posiciones con deportividad, el valiente gira trescientos sesenta grados para tener la panorámica completa y, ¡enciende un pitillo! ¿Qué clase de broma es esta? El joven, experto y afamado alpinista piensa que su descenso va a ser un calvario, no para de darle vueltas a la cabeza y entraría en depresión si no fuera porque eso está prohibido en los ochomiles, se debe dejar toda la concentración y todas las fuerzas al servicio de la siempre peligrosa bajada.
El músico callejero con el que me cruzo todos los días en el metro tiene una voz magnífica. Hoy disponía de margen de tiempo y he tenido la fortuna de poder pararme a escucharle media docena de canciones. Y he de confirmar que su voz suena preciosa, es en verdad prodigiosa; sube a los agudos más altos y baja a los graves más puros sin ninguna dificultad  y sin gallo alguno. Da gusto oírle cantar. Pero es que ahí no acaba la cosa, el tipo además toca la guitarra clásica como si de un profesor de ese instrumento de cuerda se tratara. Ya de vuelta reflexiono sobre su actividad y acepto que me da rabia que alguien así, con su talento, malviva con las limosnas que recibe. Llego a casa y me envuelve una sensación agridulce, feliz al recordar el mini concierto, de enojo e indignación cuando oigo en las noticias que el hijo de la famosa tertuliana «Fulanita de Tal» ha llegado a disco de platino con su último álbum, cuando todos los que le hemos oído cantar —con o sin arreglos— opinamos igual: ¡Da vergüenza ajena! Esto sí que es una broma pesada.
***
Los ríos desplazan su caudal de agua con decisión y sin tregua; alguien les ha debido de decir en algún momento que allá al final de sus viajes les aguarda una sorpresa que no deben dejar de visitar. Y por ello no dan ningún respiro a sus aguas que, ingenuas, acaban siempre ahogándose en el mar. El enemigo en casa. Una broma pesada no, macabra.
***
Te estoy siguiendo, pero te pierdo cuando te veo doblar la esquina; al llegar a ella yo hago lo propio y compruebo que entonces eres tú quien me sigue a mí. Tú heredas mis ansias de alcanzar, yo tu indiferencia ante cualquier alcance, y así el eterno juego de seducción no reconocida y relaciones varias se perpetúa en cada uno de nuestros yos. Me seguirás, aunque sólo hasta que yo te despiste en la siguiente esquina.
Parece una broma, pero no, no lo es.

© Patxi Hinojosa Luján
(21/07/2016)

martes, 19 de julio de 2016

Cena como excusa


Llevaba media vida escondiendo sus actos, o como mínimo procurando que no le relacionaran con ellos. Era superior a él, no podía evitar repetirlos siempre que tenía ocasión, aunque esto no pasaba tan a menudo como él hubiera deseado. Con el paso del tiempo su círculo de amigos empezó a sospechar algo y llegó el momento en que todo salió a la luz. Decidieron por unanimidad que le prepararían una sorpresa con la que recibiera su merecido…
***
—¡Sorpresa! —gritaron al unísono todos. Le habían citado para cenar en la sociedad gastronómica que frecuentaba la cuadrilla con la peregrina excusa de que a otro grupo de la misma le había sobrado mucha comida de la anterior reunión y que sería una pena que se estropeara.
Él llegó con un cuarto de hora de adelanto a dicha sociedad pero no pudo evitar ser el último, todos le esperaban ya de pie formando un perfecto semicírculo detrás del cual en una gran pancarta rezaba el siguiente texto:
«PARA LA PERSONA MÁS SOLIDARIA, UNA PEQUEÑA APORTACIÓN CON NUESTRA ADMIRACIÓN ¡¡¡GRACIAS, AMIGO!!!».
Los abrazos que siguieron al impacto inicial tuvieron que salvar, mediante un pequeño rodeo, un obstáculo muy especial: un gran contenedor repleto de alimentos imperecederos con una etiqueta de envío que debería rellenar el recién llegado; tenía costumbre de ello.
En un lateral de la sala, una mesa corrida les esperaba a todos con una modesta pero suculenta cena que con toda seguridad acabarían regando con «agua de Bilbao».
***
… homenaje.

© Patxi Hinojosa Luján
(19/07/2016)

lunes, 18 de julio de 2016

¿Me reconoces?


El tiempo se le había echado encima, era ya demasiado tarde. Pronto sería noche cerrada, pero la luna llena estaba preparada desde hacía un buen rato para ejercer de particular linterna de los noctámbulos más incorregibles, aunque también de su espía más discreto.
Se acordó de conectar el teléfono móvil estando ya en el portal de su vivienda y vio que tenía un mensaje. Supo que era importante en cuanto comenzó a leerlo. Girando sobre los talones, dio media vuelta haciendo caso omiso a un ascensor que ya le ofrecía su puerta abierta atendiendo a la petición que acababa de recibir. Se dirigió al garaje para volver a coger su berlina, un coche que mantenía aún el motor caliente, y dirigirse al hospital materno infantil: según vio por la hora que acompañaba al texto, hacía dos horas que su mujer se había puesto de parto con más de una semana de adelanto, lo que le comunicaba con gran disgusto al no poder localizarle —casualidades de la vida— justo en el momento que más le necesitaba; él había estado ilocalizable por primera vez en mucho tiempo debido a lo que con posterioridad definió como un descuido, algo que jamás había sucedido antes; aunque quizá no fuera tal…
El hombre que preguntó en recepción por la situación de su esposa no aparentaba estar nervioso.
Entró en el paritorio justo en el momento en que la enfermera colocaba a la recién nacida al regazo de su madre después de limpiarla y pesarla. Él se apresuró a acercarse a la cama donde descansaba su mujer con su hija y les dio un cariñoso beso a ambas. A continuación se interesó por cómo había transcurrido todo mediante unas precisas preguntas efectuadas a comadrona y enfermeras. Cuando su natural curiosidad se vio satisfecha, acercó una silla a la cama y se sentó en ella; encerró con sus manos las de su mujer en un claro primer intento de disculpa, mientras ambos veían como se llevaban a su hija para hacerle las primeras pruebas.
Enseguida la madre sucumbió a un sueño plácido debido al cansancio derivado por el ímprobo esfuerzo que acababa de realizar. El padre, retirando la protección de sus manos, fijó la mirada en la puerta por donde se habían llevado a su hija y después cerró los ojos; nadie que le observara en ese momento hubiera podido sospechar que, apenas un par de horas antes, acababa de cometer un asesinato. La joven había sido solo un entretenimiento para él durante los últimos meses y cuando esta, cansada de esperar, le recordó sus promesas en tono perentorio, como respuesta recibió un profundo corte en la garganta que le robó su vida en lo que quedaría como un crimen más sin resolver.
 ***
A las primeras semanas de dudas, nervios y noches en vela, siguieron meses de adaptación a la paternidad recién adquirida. Estos completaron los primeros años de su hija que, desde que pudo sostener su cabeza erguida y fijar la mirada, empezó a mostrar a los ojos de su padre una inescrutable mirada. Desde un principio alta fue la preocupación de este, e incluso fue creciendo poco a poco según los rasgos de la chica iban fijándose en aquel no tan inocente rostro, poseedor de unas facciones que ya anticipaban la especial belleza que en un futuro la acompañaría como pieza fundamental del puzle de su personalidad; pero aquella inquietud nunca fue compartida con la madre.
***
Los años pasan con tanta rapidez como la que gastan los pesimistas cuando medio vacían sus vasos. Y en estas te ves que hoy acabas de ser padre y, ¡zas!, mañana tu hija te esconde sus amigos y parejas ante el temor de que no sean de tu agrado e intentes averiguar demasiadas cosas. Aunque siempre hay alguna excepción.
Un buen día, la hija de nuestro protagonista volvió del instituto acompañada; buscó y encontró a su padre en la cocina…
—Papá, quiero presentarte a una compañera de clase, una buena amiga, la mejor; se llama Angie y, ¡mira qué casualidad!, nació el mismo día que yo y casi a la misma hora; y como quería conocer la casa donde vivimos y conoceros…
—¡Encantado, Angie! —Se apresuró a saludar de lejos el padre interrumpiendo a su hija, cautivado desde el primer instante por la enigmática belleza de su amiga—. ¿Te quedarás a merendar, verdad?
—¡Claro, papá! —Se adelantó su hija antes de que Angie pudiera negarse—. Pero esperad a que me dé una ducha, bajo enseguida. —Y desapareció sin esperar respuesta.
Ya solos, Angie se dirigió al padre de su amiga:
—Si quiere, le ayudo con la merienda —indicó mientras avanzaba hacia él con insinuantes movimientos.
—Estaría bien —indicó ignorándolos—, coge ese cuchillo de la encimera. Puedes cortar pan para tres bocadillos; mi mujer no ha vuelto aún de trabajar, pero yo os acompañaré.
Angie hizo caso omiso a la parte final de la sugerencia del adulto y, con el cuchillo colgado de su mano en paralelo a su muslo derecho, se acercó hasta colocarse junto a él para, pegando los labios a su oreja, susurrarle:
—¿Me recuerdas, me reconoces? —Retrocedió un paso para que la pudiera observar bien, de frente—. ¿Aún no?
—Pues no, ¿debería? —contestó él desconcertado y ruborizado, equivocando la interpretación de las intenciones de la «descarada» adolescente. Pensó que aquello era ya demasiado, alguien podría verles…
—¿En serio?, ¿estás seguro de que no… me reconoces? Mira bien en mis ojos, busca en lo más profundo, ayúdate con «aquella» luna llena…
Angie esperó a que el pánico se apoderara del cuerpo y se reflejara en el rostro de quien no parecía ahora más que un cachorrito acorralado y, blandiendo con cuidado el cuchillo, se le acercó un poco.
—Sé que ya sabes quién soy, me lo confirma tu mirada. Te confesaré algo: Cometí un error, soy consciente de ello. Me equivoqué al creerte, al pensar que no mentías cuando me jurabas que te separarías, que yo era la única mujer que te importaba y amabas. Pero tú cometiste uno mucho más grave, incluso, que el quitarme la vida, y fue pensar que aquello era el punto y final, que nadie te pediría cuentas por tu atroz acto —Angie lo acorraló en ese momento y le mostró una sonrisa que a él le pareció diabólica, carente de sonido, porque en ese preciso instante empezó a reinar el silencio.
Y al silencio le acompañó la oscuridad más luminosa cuando, con una de las arterias carótidas de su cuello seccionada, cayó al charco que su propia sangre había formado como alfombra fúnebre. Angie dejó caer el cuchillo y se fue sin despedirse de su amiga cuando su ser incorpóreo abandonó la escena sin siquiera moverse de allí.
***
En ese preciso momento, y ajena a todo cuanto acababa de acontecer en la cocina, la joven de la casa baja en albornoz desde el piso superior; su inescrutable mirada ya nunca más será tal pero, claro, ni ella ni su madre serán conscientes nunca de ello.
***
En otra dimensión, la Justicia Universal sigue medio llenando su vaso, y piensa que jamás beberá de él; aún cree tener motivos —tozuda ella— para seguir en el bando de los optimistas…

© Patxi Hinojosa Luján
(18/07/2016)

sábado, 16 de julio de 2016

Sobre dos ruedas


Quiero que me despeinen los vientos de las vidas que quedan por vivir.
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Imagino esa época en la que los deseos se visten de anhelos y estos de ilusiones, por momentos apasionadas; también los tiempos en los que de la caja de los sueños elegimos solo los que presentan la etiqueta de utópicos, a estas alturas nadie nos puede arrebatar la libertad de soñarlos y de imitar a aquellos locos que «lo hicieron porque no sabían que era imposible».
Os podría contar que hoy me veo —no sé por qué— en situación de relax y planificando una de las rutas por las que me moveré sobre mi brillante máquina de dos ruedas. Veo un mapa de carreteras desplegado sobre mi escritorio, una mesa que acabo de despejar con precipitación y malas maneras; marco sobre el mismo las distintas rutas y los puntos que merecen paradas obligatorias. Hasta podría sentir el aire en mi cara si no fuera porque la prudencia y la ley obligan a protegernos con el obligatorio casco. Os confieso que no me desagrada la estampa que contemplo, al fin y al cabo no tengo tan mala pinta teniendo en cuenta los años que acumulo en mi zurrón.
Os podría comentar que la carretera de mis elucubraciones tiene poco tráfico y unas rectas que intiman con el horizonte mientras espera que nos acerquemos a él. Que el Sol acaricia con mesura su asfalto, un firme que devuelve parte de su calor, allá a lo lejos, en forma de extraños espejismos nebulosos. Que estas dos ruedas que me transportan, no hacia la libertad sino a lomos de ella, no son tan discretas como las otras, claro; son más ruidosas y menos respetuosas con el ambiente, pero siempre hay un precio que pagar por ciertos privilegios, aunque lo hagamos entre todos.
Os podría confesar que, a veces, noto cómo es la Tierra la que se desplaza por debajo de mí mientras, inmóvil sobre su acción, siento que no lo hace sino para nuestro disfrute. También percibo como muy presente la especial sensación del cuero ceñido de la vestimenta sobre el cuero mullido del asiento, y tanto a babor y estribor como por proa los paisajes aparecen como si siempre fuera la primera vez, no en vano a cada contemplación descubrimos nuevos y bellos matices. Al cabo desaparecen bajo promesas de futuros reencuentros. ¡Qué queréis, es mi ensoñación!
 Podría compartir con vosotros todo lo anterior, es cierto, mas no lo haré. No me gusta faltar a la verdad; por eso no lo haré. Lo cierto es que nunca he montado en moto, es más, le tengo un respeto que raya con el miedo atroz, aunque esté salpicado por gotas de la admiración y envidia que me producen esas estampas de libertad que caracterizan su mundo. No sé si cuando llegue esa etapa vital que os mencionaba al principio una de las cartas de la baraja de mis sueños y proyectos desgastará goma a su paso, o no, pero permitidme que me fotografíe hoy con mi imaginada cómoda montura, orgullosa ella de los destellos que regalan sus brillantes y cromadas formas.
***
Cuando los espejos me devuelvan la imagen de unos cabellos desordenados, les pagaré con la mejor de mis sonrisas, antes de ajustarme de nuevo el moderno yelmo multicolor, quizá… En ese caso, el peine de la formalidad, una vez más, deberá esperar.

© Patxi Hinojosa Luján
(16/07/2016)

jueves, 14 de julio de 2016

Tampoco esta vez


Estoy nervioso, siempre lo estoy en estos casos; también asustado. Pero que no se diga que no pongo de mi parte: me armo de valor una vez más y decido enfrentar mis miedos. Acudo a cumplir con mi compromiso. Estoy al llegar.
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Hay algo en esa belleza de retoque fotográfico que aprecio en ti que me desasosiega. Me suele pasar cada vez que os descubro en esas bellezas de retoque fotográfico. Noto una ligera humedad a mi alrededor que me incomoda.
Cuando exhibes tu vanidad me deslizo hasta el nivel más bajo de mi inseguridad. Allí tu confianza anula lo que queda de mi amor propio y se deshace de él con indiferencia. Aun así busco un atisbo de bondad en tu imagen pero solo encuentro apariencia; no me encuentro cómodo en ella y me pregunto si he vuelto a cometer el mismo error. Me respondo al instante con un sí tajante. Me salpican gotas de duda.
Anulas mi voluntad; y aunque me duele bastante, lo hace con más brío mi actitud dejándote hacer, mi nada digna complacencia. La decepción que me envuelve tiene un doble origen claro y ello no ayuda en nada. Este sirimiri empieza ya a calarme.
Soy un esclavo de tus caprichos, siempre ocurre lo mismo, y a estas alturas de la historia creo estar anestesiado contra el dolor que me infringe tu ninguneo y tu abuso continuado. Al contrario, no consigo calmantes para mi tormento interior y mi alma salta al aire en excursión implorando una clemencia que no acaba de llegar nunca. La lluvia arrecia.
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No recuerdo si alguien me ha dicho antes que tengo dotes de adivino, o no…, pero creo que al final no voy a acudir a nuestra cita a ciegas; tampoco esta vez. Mientras me alejo de esa escena sin representar, me escudo en la manida excusa con que aún me sigo engañando: llueve demasiado…

© Patxi Hinojosa Luján
(13/07/2016)

jueves, 7 de julio de 2016

La niebla


Apareció en sus vidas y lo hizo de improviso, llenándolo todo, envolviéndolo. Ocurrió un lejano día cuyo recuerdo se pierde en el trecho más recóndito del laberinto que conforma la memoria colectiva de la comarca. Aquella niebla no tardó en apoderarse del paisaje cotidiano. Era blanca, muy blanca; y tan densa que hubiera podido dividirse en rebanadas de nube con la sola ayuda de una mano abierta. Aunque él no osó hacer tal cosa, no, su melancolía coqueteaba en esos tiempos con una profunda tristeza y empezaba ya a compadecerse de su sino mientras su nivel de iniciativa estaba llegando a valores mínimos.
***
«Cuando menos lo intuía, del modo que menos hubiera imaginado. Cuando menos la esperaba».
***
Bajó a una calle en la que no conseguía apreciar ningún detalle, tal era la espesura de la húmeda atmósfera nívea. Y entonces la vio. Fue una luminosa aparición surgida de lo más hondo de aquella cegadora presencia y que, con la relajación que otorgan las decisiones firmes, avanzó hasta su posición con parsimonia, sin siquiera parpadear, y sin oposición alguna de nada ni de nadie. Llegó hasta su posición. Fue suficiente un primer cruce de miradas para decidir que tendrían todo el tiempo para ponerse al día mientras se inventaban un nuevo universo para ellos dos.
Es posible que la escena anterior activara un interruptor cósmico porque lo que dura un pestañeo bastó para que la niebla desapareciese y pareciera que ella se quedaba como lo haría una extraterrestre que pisa por vez primera nuestro planeta mientras observa a su nave alejarse hacia la inmensidad del espacio sin haberle dejado certidumbre de un regreso rescatador, aunque no fuera así, o no del todo...
Lo cierto es que aquella niebla nunca se fue por completo, dejó el legado de una humedad que impregnó con su especial aroma emotividades y pasiones; en definitiva, todos los momentos a flor de piel de su relación, tan especial: torpedeada de dificultades, inundada de felicidad.
***
Mucho tiempo después, un mal día, luego de múltiples avisos previos que ni siquiera salpicaron sus impermeables sentidos, volvió a adueñarse del entorno la niebla, que ahora no era la misma, sino de un gris oscuro que no presagiaba sino ansiedades por padecer. Cuando ya se estaba haciendo muy de noche en sus vidas, ella desapareció en esa niebla mientras esta empezaba también a disiparse poco a poco. Pero justo antes de que esto ocurriera, él encontró en el destino a un aliado y pudo correr tras su estela y atravesar una puerta, que estaba ya a punto de cerrarse, hacia esa dimensión en la que sus corazones podrían mimetizarse al latir con la misma nula cadencia, ambos detenidos en su eternidad…
Sí, su vida cambió como por arte de magia un día de niebla, cuando aún no sabía que su hada le acompañaría hasta después incluso de que la muerte, con un plomizo disfraz,  los intentara separar. No dejaron descendencia que los echara de menos y los honrara. Nunca osaron provocar a las leyes de la bioquímica ni de la genética.
***
«A quien nunca hubiera esperado…».

© Patxi Hinojosa Luján
(07/07/2016)

domingo, 3 de julio de 2016

Insensatez


Tengo un profundo respeto por la periodicidad, no en vano se ha convertido en una aliada muy valiosa de mi esencia. A la espera de esas escenas que se representan con exquisita regularidad, hay temporadas de tregua activa en las que me aíslo en mis sinfonías de cadencias; otras, por variar, me revuelco en las playas de las que extraigo esas partículas que forman parte fundamental de uno de mis disfraces más utilizados y queridos. Aunque hoy, como en ocasiones anteriores, no estoy en ninguna de ellas, hoy toca comparecer para dirigirme a todos los que no os dignáis en prestarme la debida atención con el fin de recordaros vuestro efímero paso por la consciencia vital que no es sino un préstamo, nunca un regalo.
El atril en el que me apoyo para intentar captar vuestra atención se me está haciendo demasiado familiar, lo adornan ya excesivas muescas de impaciencia; desde su privilegiada posición aprecio, con claridad pero con la tristeza de la resignación, esa piedra que es tan tozuda como vosotros y en la que tropezáis a menudo, tanto que se ha convertido ya en una certeza cíclica.
No sé si recordáis que os lo haya dicho, o acaso ya lo intuíais desde siempre: soy hermano de la Dama de Negro, pero también primo de la Vida. Lo apunto aquí por si lo queréis tener en cuenta al escuchar, de nuevo, el que considero mi más valioso consejo: Por favor, aprovechadme mientras yo las despisto a ambas con nuestras eternas partidas de ajedrez; os lo ruego desde mi retiro en la cuarta dimensión, no seáis tan insensatos de provocar que os acerque a mi hermana con más celeridad de la que sería natural, contra mi voluntad; no os perdáis en banalidades; no me perdáis ni me hagáis perderme, a mí no, no mientras me sigáis llamando «Tiempo»...

© Patxi Hinojosa Luján
(03/07/2016)