miércoles, 27 de diciembre de 2017

Las mentiras del viento


El viento sopla aquí con tanta insistencia que forma parte ya desde tiempos inmemoriales de la banda sonora de nuestras vidas. Esto llegó a ser desesperante para algunos; otros, ingenuos, creímos vislumbrar en la partitura de sus tonadas diferentes mensajes de promesas esperanzadoras.
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La enfermería —es preciso etiquetar de alguna manera esta habitación— carece de las condiciones mínimas de equipamiento sanitario que serían exigibles en cualquier zona del primer mundo; pero el lugar en el que nos encontramos no pertenece al primer mundo, juega un par de divisiones por debajo…
Dos jóvenes nativos entran sin prisa empujando con un entusiasmo mal balanceado una camilla con ruedas que sitúan en el centro de la estancia, justo debajo de la única bombilla que la ilumina y que, por sus esporádicos guiños, no debería de tardar en fundirse. En ese momento reparo en su presencia, es un joven algo pálido que no presenta mucho mejor aspecto que la lámpara, imagino que extenuado por la falta de descanso y el exceso de horas de trabajo. Aprecio que, desde la esquina donde está situada la única silla, examina la camilla metálica con toda la concentración que le permite la intermitencia de sus cansados párpados antes de levantarse; entonces se acerca y se dirige a mí, su ocupante, con la frase que intuyo utilizará siempre para romper el hielo: «Se me va a quedar quietecito mientras me ocupo de usted, ¿de acuerdo?». Cuando los auxiliares salen en busca de nuevas tareas, lo hacen meneando sonrientes sus cabezas al oírle, está claro que ellos conocen de sobra su particular y terapéutico sentido del humor.
Enfrascado en una bata que ha debido de sufrir unos cuantos lavados para presentar esa tonalidad tan poco vistosa, suspira a pesar de la mascarilla que acaba de colocarse y, con suma delicadeza y respeto, recoloca mis ropajes, acaricia mi frente con un guante a través del cual siento el compasivo calor de sus dedos y echa un penúltimo vistazo a un cuerpo que ha estado expuesto a la epidemia mortal. A continuación, procede a desinfectarlo siguiendo lo que sin duda es el protocolo adoptado por su organización, hay que cortar de cuajo la propagación en todos los frentes posibles. Y mientras me habla y me pregunta, y vuelve a hablarme, no espera respuesta; ese proceder es un mecanismo que, estoy convencido, activa como protección ante la posibilidad de perder la razón a base de tanto luchar contra la sinrazón. Porque, sin tiempo para un descanso reparador, la posibilidad de que sigan llegando más cuerpos no es sino una triste realidad.
En el exterior, el viento no para de soplar.
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La muerte sigue empeñada en ganarle la partida a la vida, sabedora de que se quedó con las mejores cartas y de que nunca estamos preparados cuando, tramposa, se saca de la manga su as ganador, el de la inevitabilidad…
No es necesario buscar lejos, ayer fue mi turno: cuando se me sellaron los ojos, se abrió de golpe ante mí la percepción de nuevos e inimaginables sentidos. Fue en aquel preciso instante cuando me inundó la certeza de que aquellos susurros para la esperanza no eran más que mentiras, las mentiras del viento.

© Patxi Hinojosa Luján
(27/12/2017)



lunes, 18 de diciembre de 2017

Comprando voluntades

Mi duodécima aportación a «Relatos en cadena», de cien palabras, en la Cadena SER. En esta ocasión teníamos que comenzar con «Su padre también le dejaba conducir la furgoneta...».

Su padre también le dejaba conducir la furgoneta cuando pasaba el fin de semana con él y con aquella mujer que le acariciaba tanto. Pedro me lo confesó después de que yo le contara mis últimos planes para conseguir del mío nuevos caprichos.
Ignora que su padre dice que él conduce tan bien como yo. Creo que me aprecia mucho, aunque yo no sea su hijo, pues me deja su furgoneta en el descampado como si lo fuera; no puede esconder que está enamorado de mamá.
Ese será por siempre nuestro secreto, una complicidad que consolidaremos durante los escasos diez minutos en que nos cruzaremos cada quince días.

© Patxi Hinojosa Luján
(14/12/2017)

lunes, 11 de diciembre de 2017

Siempre rebelde

Mi undécima aportación a «Relatos en cadena», de cien palabras, en la Cadena SER. En esta ocasión teníamos que comenzar con «Tardaría en encontrar la llave que necesitaba...».

Tardaría en encontrar la llave que necesitaba; nunca tuvo prisa por hacerlo, semejante urgencia no jugaba en su liga.
Él era especial: acumulaba llaves, respuestas, soluciones, resultados… Sabía que se toparía con muchas puertas, que más pronto que tarde llegarían las preguntas, los problemas, los complicados cálculos...
Desde pequeño le repitieron que un día necesitaría utilizar una llave especial, y por eso siempre persiguió, receloso, la equivocada. Cuando llegara el momento de enfrentarse a la prueba, fracasaría con un desmotivado intento de franquear esa última puerta. Se imaginaba alejándose sonriente, y la luz blanca atravesando el ojo de la cerradura, una minúscula estela polvorienta garabateando una interrogación.

© Patxi Hinojosa Luján
(07/12/2017)

jueves, 7 de diciembre de 2017

Reincidencia

Este texto lo presenté al Concurso de Microrrelatos «Ganarás la luz» de «Madrid Destino», la «Unión de Ciudades Capitales Iberoamericanas (UCCI)» y «Escuela de Escritores». «Cuéntanos una historia de Madrid y ganarás la luz», rezaba su lema. 
El texto debía tener 100 palabras como máximo e incluir el nombre del concurso.

Cuando de perderse hablamos, siempre espero encontrarme en La Villa y Corte. Como anteayer, que se me cayó un diente y corrí a entregárselo «a toda leche» al señor Pérez. Como hoy, que los zapatos de tacón «calientan banquillo»; me espera buena caminata.
Ellos me observan pasar desde museos, grandes vías y mayores plazas; yo, me dejo seducir por el arte que atesoran, por su majestuosidad.
Aquí ganarás la luz, proclaman; por eso volveré mañana, reincidente, procurando perderme rondando el Km. 0 de las casualidades; pongamos que soñando con todos los que se pierden por ganar algo de esta luz…

© Patxi Hinojosa Luján
(08/09/2017)

lunes, 4 de diciembre de 2017

Lleno, por favor

Mi décima aportación a «Relatos en cadena», de cien palabras, en la Cadena SER. En esta ocasión teníamos que comenzar con «No pudo seguir adelante sin ella...».

No pudo seguir adelante sin ella, no titubeó al tomar la drástica resolución. Tiró del freno de mano con todas sus fuerzas y el agudo chirrido de sus convicciones le devolvió el recuerdo del joven decidido que un día fue. Por primera vez en mucho tiempo haría lo que él mismo esperaba de sí; además, estaba deseando comprobar si podría recuperar la osadía de contemplarse en otros ojos.
Estaba convencido, no debía seguir sin ella en un viaje que estaba llenándose, por momentos, de unos necios que consiguieron agotársela…, fue entonces cuando, vaso en mano, subió al carro de sus retornos dispuesto a llenarlo con paciencia.

© Patxi Hinojosa Luján
(30/11/2017)