martes, 30 de diciembre de 2014

Ahora que...

       Ahora que, si miramos desde una ventana con vidriera, comprobamos con horror que una creencia tiene más valor que la dignidad e integridad de una vida humana, sobre todo si no es la propia o la de algún ser cercano la que entra en la macabra rifa de turno, y los titulares que introducen las noticias de estas barbaries se quedan ya en eso, en titulares, porque se ignora la letra pequeña por contrato moral con la tranquilidad emocional…

       Ahora que, navegando por el «mar enredado», constatamos que, como decía el maestro creador de la Tierra Media, algunos ya no paran a preguntarse si son capaces de devolver la vida antes de apresurarse a despojar de ella a su prójimo…

       Ahora que, mirando por el «ojo de buey», observamos que la madre Tierra se enfada con sus hijos más a menudo de lo que sería de desear, y todos se preguntan cuál será el motivo, aunque solo hasta que al darse la vuelta siguen con su voraz avaricia destructora…

       Ahora que, si vigilamos desde las trincheras, en cada sitio y lugar su «gran jefe» mira para otro lado cuando de resolver problemas sociales se trata, siendo ese otro lado su cuenta corriente y las de sus allegados, engordando estas a la vez que disminuyen las de sus representados y desangrados paisanos, que también adelgazan en solidaridad con sus bienes mientras en sus corazones aumenta en la misma proporción la indignación…

       Ahora que,  oteando desde la iluminada ventana panorámica, el plan del «gran poder» está dando sus frutos y la Cultura tiene muchos menos adeptos ya que esos tertulianos televisivos sin preparación, sin conocimientos, sin clase… modernos gurús en esta era tecnológica a la que algunos quieren privar de los más mínimos valores…

***

       Ahora que todavía, si miramos bien por esa ventana entreabierta para que pueda entrar el aire, aún podemos encontrar miembros de la resistencia moral, aquí y allá, ejerciendo su justo proselitismo en aras de conseguir un mundo mejor y más justo…

       Incluso ahora, cuando después de cinco siglos terrestres volvemos a pasar rozando vuestros dominios… tampoco ahora haremos parada en vuestro planeta.

       Cerraremos figuradamente las puertas y ventanas de nuestra nave para que no nos contaminéis y, discretamente como siempre, seguiremos nuestro viaje interplanetario en busca de otra raza que comparta nuestros ideales de respeto e igualdad.

***

       Ahora… ¿qué?

© Patxi Hinojosa Luján

(30/12/2014)      

lunes, 22 de diciembre de 2014

Ingratitud


De súbito, me encontré en un lugar que no reconocía. Mi instinto me decía que nunca antes había estado allí. No podía negar que aquel era un bello lugar para perderse, y eso era lo que en un principio pensé, que me había perdido. Esto me produjo tal estado de ansiedad que cuando ya conseguí recobrar la consciencia por completo, aquella aumentó hasta su grado máximo.
Estaba solo, no localizaba a nadie conocido entre la muchedumbre que me rodeaba y que, de momento, también me ignoraba mientras disfrutaba de aquel precioso entorno natural, un parque donde no faltaban poblados árboles de muy dispares especies, junto a cuidados setos de verdes arbustos y diversos jardines aquí y allí floreados con multitud de colores, cual accesible arcoíris abstracto. Y todo ello enlazado mediante herbosos caminos que invitaban a cualquier persona a caminar con la libertad de ir descalza por ellos.
Aunque me iba serenando algo mientras recorría con mi vista todo ese entorno en un giro de trescientos sesenta grados, no lo logré del todo puesto que una vez finalizada mi rotación no llegué a atisbar a nadie de mi mundo, de mi reducido mundo. Me dirigí a lo que desde mi posición me pareció un aparcamiento para vehículos de esos «en batería», por las paralelas rayas blancas que divisé a lo lejos, quizá allí pudiera encontrar alguna pista que me ayudara en mi búsqueda. Y lo hice, ¡vaya si lo hice!
Mucho antes de llegar ya lo percibí con claridad, estaba tan presente en una de las plazas de aparcamiento que distinguí a la perfección su fragancia, ese persistente y dulce olor del perfume del que no podía prescindir cada vez que salía de casa. Una fragancia que se había alejado con ella en su coche desde el punto al que me acercaba, con toda seguridad para no volver a compartirla nunca más conmigo…
Cuando llegué a comprender la verdadera magnitud de lo que había ocurrido, algo del todo inesperado para mí, dejé mi mente en blanco y dejé también que pasaran las horas con una apatía que no era sino fruto de la decepción por la recién adquirida desconfianza en la raza humana, la más absoluta.
Ahora lo veía todo claro, ya recordaba. Con falsas promesas de pasar un día inolvidable en un paraje idílico para ella y para mí, supuse que se las había ingeniado para suministrarme algún fuerte somnífero, casi con seguridad mezclado con mi desayuno y, una vez aquí, cuando se aseguró de que Morfeo me abrazaba con fuerza, me dejó tirado en el suelo entre dos arbustos y me abandonó…
Ya es noche cerrada, noche de luna llena, y a esta le aúllo demandando respuesta a una concisa pregunta: «¿por qué tanta ingratitud?»
No me quedan fuerzas para ladrar…

© Patxi Hinojosa Luján
(22/12/2014)      

jueves, 11 de diciembre de 2014

Y, al final, no llovió.


       Apareciste un lunes en nuestra pequeña localidad; quizá huyendo de los rigores del, este año, frío otoño, desde unas tierras que estarían más al norte, como un vagabundo más. Un vagabundo de manual, a saber: ropas ajadas y sucias, sonrisa desdentada, cierto aire de bohemio y el descaro del que no tiene nada que perder y sí mucho que ganar. Te dejaste ver en las puertas del supermercado y de la iglesia, bien elegidas las horas, estratégicamente, como lo haría todo un experto a la hora de exprimir al máximo las cartas que te ha servido la vida, al objeto de extraer de ellas la mayor cantidad de jugo posible.

       Al cabo de cinco días, casi todo el mundo te conocía, ya formabas parte del «mobiliario urbano», pero también, todo hay que decirlo, ya casi eras uno más entre nosotros porque nos habías ganado con tu simpatía y tu empeño constante en intentar sacarle a tu vieja y desgastada guitarra algún sonido medianamente agradable al oído, lamentablemente, para todos, sin éxito…

***

       El domingo de esa misma semana, mi chica me propuso ir a ver una función de teatro en el único cine disponible en la población, obviamente multiusos. Acepté encantado, esa tarde no había jornada de fútbol para el equipo de mis colores que pudiera cortármela por la mitad.

       El espectáculo era gratuito, aunque nos entregaron a todos los allí presentes una entrada simbólica a modo de recuerdo. A punto ya de entrar al recinto, mientras esperábamos en la zona de acceso, de repente nos quedamos sin corriente eléctrica y, por consiguiente, sin luz. Aunque lo peor no fue eso, sino el desagradable, por agudo, estridente y chillón, sonido de la alarma que no pararía, si algo no lo remediaba antes, hasta que la batería de mantenimiento se descargara por completo. Y allí estábamos todos los aspirantes a presenciar la función en la penumbra de la antesala, dedicándonos miradas interrogativas, sin saber muy bien qué hacer, puesto que los minutos iban pasando y no se atisbaba solución alguna a aquella situación tan atípica.

       En un momento dado, el elenco de la compañía de actores hizo acto de presencia para, en la voz de su director, invitarnos a salir a la explanada a la puerta del recinto para así liberarnos del incordio de la molesta alarma y poder pensar en posibles soluciones.

***

       El cielo amenazaba lluvia, pero de momento se quedaba en eso.

***

       Estando en aquel improvisado escenario, se empezó a debatir sobre cuál sería la mejor decisión a tomar, tanto en lo referente al fallo eléctrico (aquí el gerente del cine-teatro, que estaba presente, poco o nada aportaba…), como a las posibilidades que le quedaban a la función de poder representarse. Cuando ya la gente estaba animada y participando en el debate, pocos nos percatamos de que la sirena había empezado a guardar un respetuoso silencio que ya no rompería en toda la tarde. Aunque el recinto seguía sin corriente eléctrica.

       Después de múltiples deliberaciones en algunos casos acaloradas, el director de la compañía nos propuso representar la función allí mismo, en el exterior, y para ello rogaba nuestra aceptación a mano alzada. Inmediatamente, y desde nueve puntos estratégicamente situados, dieciocho brazos apuntaron al nublado cielo, y a estos siguieron en cuestión de un par de segundos varias decenas más. Al buscar los ojos de mi chica, con una sonrisa de satisfacción en mi semblante, y para compartir con ella la alegría por la buena nueva, vi, en el extremo de la calle que desembocaba en la explanada en la que nos encontrábamos, y acercándose, una figura ya familiar.

***

       La función comenzó, y aunque era un tanto surrealista, estaba impregnada de colorido, bellas danzas y músicas, y mejores textos. En un momento dado, algo hizo que todos miráramos hacia atrás. Nuestro vagabundo, vociferando posiblemente por una ingesta excesiva de alcohol, alcanzaba nuestra posición para unírsenos como un espectador más. Le hicimos un hueco a la par que le solicitábamos silencio, discreción y compostura, aunque todo esto era quizá demasiado pedir a un «sin techo». Ese momento lo aprovecharon dieciocho brazos para desaparecer discretamente de entre el público…

***

       La función continuó, ahora con más actores sobre el improvisado escenario, pero interrumpida a menudo por nuestro vagabundo, retando a este actor a un cántico medieval, a aquel con un desafío de guitarra que, ¡milagro!, hoy y ahora sí sonaba bien, muy bien, cada vez mejor…


***

       No sé en qué momento me di cuenta de la verdadera dimensión de la puesta en escena global, pero he de confesarte, querido amigo vagabundo que, de entre todo el elenco de actores de tu compañía, me quedo contigo, con tu personaje, con tu magistral actuación, ininterrumpida durante siete días…

       Poco a poco, con una progresión milimétricamente estudiada, fuiste incorporándote al grupo actoral, añadiendo al mismo tu extraordinaria técnica con la guitarra (ahora sí, expuesta sin disimulo alguno), tu templada voz, tus perfectos gestos y movimientos y tu elegante dominio de la danza, todo ello aliñado con una fina ironía y un inteligente sentido del humor (según pudimos comprobar en la conversación mantenida una vez finalizada la actuación). Incluso, nueve de tus compañeros actores deben a tu escandalosa aparición el haberse podido escabullir de entre el público para continuar con su rol, ya más estrictamente escénico. Lo dicho, nos regalasteis una magnífica puesta en escena que duró una semana. ¡Magistral!

***

       Cuando saludasteis con los brazos enlazados al finalizar vuestra actuación, la curiosidad me llevó a buscar tu sonrisa, para certificar que ya no era desdentada… Supongo que el diminuto y negro disfraz dental ya lo tendrías bien guardado en ese momento a la espera de más actuaciones en otros afortunados pueblos.

***
       Y, al final, no llovió…

© Patxi Hinojosa Luján
(11/12/2014)

miércoles, 10 de diciembre de 2014

En la estación…


       Si hay un sitio privilegiado, en mi opinión, para la observación de las distintas reacciones humanas ante diferentes estímulos, este es sin duda una estación. Bueno, para ser preciso debería concretar más: me refiero a una estación de ferrocarril. Si tienes paciencia, y el tiempo no te apremia, al final tus expectativas se ven satisfechas, e incluso superadas. A mí en concreto, lo que más me gusta y motiva es ver llegar a su destino, en este caso a mi localidad, a toda esa gente que viaja en los trenes.

       No ha mucho me dispuse, libreta en mano, a llevar a cabo el manido ritual de tantas otras veces: sentarme en cualquier banco de los que adornan el andén primero de nuestra estación y, mientras esperaba a que llegara el siguiente convoy cargado de historias, de anécdotas… de múltiples vidas en definitiva, me deleitaba, como siempre, con la contemplación de diversas locomotoras en su ir y venir, cambiando de vías, hasta completar las formaciones de trenes que, en ese momento, ya tendrían adjudicado unos acompañantes pasajeros y un destino; y a veces también un cambio de destino para aquellos. Siempre me ha seducido sobremanera ese mundo tan extraordinariamente heterogéneo donde casi todo es posible, con ese halo de magia...

       Esa tarde-noche de viernes llegó, con la puntualidad a la que en los últimos tiempos nos tiene acostumbrados, el tren de siempre, con parte de su pasaje ansioso de abandonarlo para reencontrarse con su mundo, y la otra parte ilusionado por visitar y conocer uno que todavía no puede catalogar como tal, aunque a veces algunos corazones acaban recibiendo ese regalo tan especial…

       Me llamó la atención, por su descoordinación, lo que al final pareció ser una pareja. Mientras él se movía nervioso por el andén, recorriéndolo impaciente de un extremo al otro, esperando a la que yo presumí su chica, ella, por el retraso que le ocasionaba el desproporcionado volumen de su equipaje, porque iba en el último vagón, oculto tras la curva del final del andén, o por ambas cosas, para cuando hubiera sido visible para su pareja, este ya había abandonado, desconsolado y desesperanzado, la estación. Anoté en la libreta en cuatro trazos un esbozo de la escena, a la espera de ampliarlos en casa con tranquilidad, y me apresuré a ayudar a la chica con sus bultos a la par que le indicaba que un joven, ¿quizá su chico?, acababa de abandonar cabizbajo el recinto de la estación. Ahora que caigo, ¿una pareja joven sin comunicarse con teléfonos móviles…? Hummm, supongo más bien que alguno de los dos se habría quedado sin batería…

       También tuve la suerte de asistir al emocionado encuentro de un señor, que rondaría la cincuentena, con el que con toda seguridad sería su padre, por las atenciones con el que aquel lo recibió al pie del estribo de la puerta lateral del vagón por el que apareció. Antes de que el anciano pudiera darse cuenta, su hijo ya le había ayudado a bajar a tierra firme, a la par que se había adueñado de sus pertenencias para evitarle su peso. El abrazo que se dieron ya en el andén no denotaba sino un cariño extremo fruto sin duda de una convivencia llena de dicha y respeto mutuo. A pesar de todo lo indicado a resultas de mi intuición, cuando se alejaban de allí oí, con menos perplejidad de la que cabría esperar, cómo uno se dirigía al otro llamándole yerno. Había errado en el parentesco, sí, lo reconozco, aunque no en todo lo demás, y de eso estoy seguro… Todo esto también quedó reflejado en la libreta con la oportuna corrección de última hora.

       Alguna que otra historia más cupo en las páginas de aquel día, para mi gozo. Y ya en casa, me dispuse a componer con todas ellas una especie de relato como homenaje a mi querida estación. Y así lo hice. Una vez leído y revisado un par de veces el texto, o tres, y justo cuando iba a compartirlo con mis amigos de la red literaria, algo me detuvo. Me llamó la atención el título del texto de un nuevo miembro, recién publicado: «El observador observado». En él pude leer, mientras aumentaba mi asombro, entre otras cosas…

       […] Cuando mi tren llegó a la estación, allí estaba él, como casi siempre que regreso a casa después de mi semana laboral. Y, como casi siempre también, lo observé interrelacionándose con algunos de los pasajeros que llegaban conmigo, ayudando incluso a algunos con sus equipajes. Él, anotando mil y un detalle en su inseparable libreta, él, el observador observado… ¡por mí desde hace tanto tiempo ya! Él, que no sabe que ya no trabajo en la misma población que antes y que me las ingenio para llegar en un tren que ya no es el mío solo para poder verlo unos minutos que se me antojan escasos segundos. Él, que no ha reparado en mí hasta el día de hoy, en el que ese cruce de miradas ha hecho saltar la chispa en mi interior que me ha animado a escribir estas líneas tan personales como sinceras, con la esperanza de que pueda leerlas aquel a quien van dirigidas con todo mi amor […]

       Leí ese texto, lo releí; y una vez más todavía, y después una sonora carcajada salió de mi garganta. «El cazador cazado», me dije aún entre risas. Después volví a leer mi texto y, sin cambiar nada salvo el título, al que ya podéis intuir, lo publiqué, confiando en que también lo leyera aquella persona a la que, ahora sí, estaba dedicado. Pero lo que yo no podía saber en ese momento era si mi deseo se iba a cumplir, y si cuando ella leyera el párrafo con el que desde un principio concluía mi relato…

       […] Hoy, por fin, la chica de los grandes ojos azules, que llega siempre en el mismo tren, cuando ya el viernes, bostezando, nos insinúa que se quiere ir a dormir, se ha fijado en mí y ha cruzado una mirada conmigo tan sensual que me ha alegrado el día, como poco… […]

       … seguiría con la misma rutina, ahora confesada como forzada. Faltaba ya menos de una semana para comprobarlo, una semana que se me haría eterna por mi renacido sentimiento; una semana en la que mi semblante no perdería ni por un solo instante esa bobalicona sonrisa que, en algunos casos, tienen los enamorados primerizos.

© Patxi Hinojosa Luján
(10/12/2014)       

viernes, 28 de noviembre de 2014

… del crimen del siglo XXI

       Este texto es para descargar mi conciencia de la pesada carga que desde hace unos años soporto. Con él intento pediros perdón a todos, sí a todos, mas no sé si llegaré a conseguirlo.

       Yo… no quería hacerlo. O por lo menos, no quería que llegáramos al punto en el que a día de hoy nos encontramos. De verdad que no esperaba que mi presencia en vuestras vidas fuera a perturbar vuestra convivencia como lo ha hecho. No me lo hubiera imaginado ni en mis peores pesadillas, porque para mí eso es lo que es, una pesadilla.

       Os debo a vosotros todo lo que soy, todo lo que he conseguido, la posición que he llegado a alcanzar en vuestra civilización; sin vosotros nunca hubiera podido llegar a realizarme. Y yo… os lo pago desestabilizando vuestras existencias. No sé si merezco el perdón que os solicito mediante este sincero comunicado.

       Yo… no quería que sucediera lo que al final ha acontecido, ya os lo he dicho antes. Y aquí me dirijo tanto a los que compartís vuestra vida conmigo como a la respetable minoría que no lo hace, porque a todos os he hecho daño, por activa o por pasiva.

       A los primeros les pediría que me perdonen, si pueden, por haberles arrebatado su valioso tiempo, porque sin ninguna premeditación me he adueñado de él, junto con la facultad de decidir en cada momento qué deseaban, debían o necesitaban hacer, según lo que correspondiera; porque me he apoderado de su atención sobre lo que nos rodea, y en algunos casos de su concentración, lo que conlleva un alto riesgo en el plano físico. Y he dicho «nos» porque vamos en el mismo carro. Y en el plano más mental, espiritual, afectivo… porque al final he conseguido con mi soberbia aislarlos de su mundo anterior para colocarlos en una burbuja hermética que, aunque se interrelaciona con muchas otras burbujas, ellos, vosotros, sus ocupantes no llegáis a compartir espacios comunes, en muchos casos ya ni siquiera lo intentáis…

       A los segundos, con más motivo si cabe, les pido clemencia y, si puede ser, comprensión. Nunca hubiera imaginado que un día tuvierais que ser testigos del deterioro personal de alguno de vuestros seres queridos, amigos o familiares; y lo que es más doloroso, de su distanciamiento progresivo.

       No quisiera parecer tremendista, aunque como único culpable de esta situación deseo y merezco esta autoflagelación, que es posible que sea exagerada, pero que es necesaria.

       Solo me queda esperar que haya removido alguna conciencia y que, amén del perdón, haya conseguido un cambio de actitud hacia una mayor comunicación personal.

       Siempre «vuestro».

       Firmado:

       El móvil…

PD: Inspirado por y dedicado a mi hada particular, que no lo permite en su mundo…

© Patxi Hinojosa Luján
28/11/2014

martes, 25 de noviembre de 2014

El Camino



       Ríos y bosques, regatos y montes, lagos y valles, todas estas maravillas de la Naturaleza y alguna más, habían sido, y seguirían siendo hasta que las fuerzas y los ánimos aguantaran, testigos de su aventura, el recorrido de un camino por el que perderse huyendo de la cotidianidad, hasta encontrarse a sí mismo al poder llegar a mirar en su más profundo interior espiritual.

       Estaba siendo esta experiencia, emprendida en solitario aunque en pocas ocasiones lo llegaría a estar realmente, altamente gratificante a pesar de algunos pequeños inconvenientes, que siempre los hay y que incluso ayudan a que el recuerdo, cuando se ve todo desde la perspectiva que otorga el paso del tiempo, sea aún más entrañable y motivo de enorgullecimiento. Como cuando los varones ya entrados en años relatan sus batallitas durante la mili, más o menos…

       Pero, como dijo alguna vez un hombre sabio, siempre hay que contar con los inconvenientes, que llegan con todo sigilo cuando tenemos la guardia baja, en la gran mayoría de las ocasiones. Y en el caso de nuestro emprendedor protagonista, por suerte o por desgracia para él no iba a producirse ninguna excepción…

***

       Visiblemente cansado física y emocionalmente, acabó su periplo dando con sus huesos en la puerta de una pequeña panadería de barrio de esas en las que aparte de pan puedes encontrar casi cualquier cosa que necesites para casa. También se le veía nervioso y hastiado. Buscaba un albergue que le habían indicado días atrás para cuando llegara a esa plaza, destino final de su viaje, pero las indicaciones que recibió de los transeúntes con los que se cruzó, todas incomprensiblemente erróneas, solo consiguieron que fuera de un lado para otro sin lograr su objetivo, aumentando innecesariamente el kilometraje del día, cada vez más desorientado y fatigado. Para colmo, la «mierda de la mochila», como empezaba ya a calificarla, pareciera que pesaba el doble que cuando empezó su andadura y le tenía la espalda machacada, tan dolorida que hasta temía el momento de hacer el gesto de quitársela de encima.

       Entró.

       —¿Podría indicarme, por favor, dónde se encuentra esta calle?—dijo mostrándole a la dependienta la página donde aparecía el nombre en su guía de viaje —estoy buscando el albergue municipal.

       —La calle está aquí a la vuelta, le podría indicar dónde, pero ese albergue ya no funciona como tal, ahora es un hotel, mucho más caro, lógicamente…

       — ¡Lo que me faltaba! —dijo él visiblemente preocupado— esta mañana he perdido, o me han robado, no sé, la cartera con todo el dinero y documentación que llevaba, salvo la credencial del Camino de Santiago, y esperaba que con ella me pudieran acoger esta noche en el albergue. Mañana ya me vuelvo para casa, menos mal que el billete de tren lo compré con antelación y lo tenía en otro bolsillo…

***

       Unos días antes, nuestra dependienta se llevó un susto monumental al haber sido atracada a punta de cuchillo de cocina, de los grandes, cuando no había nadie más en la tienda y justo se disponía a cerrar. Afortunadamente, el ladrón solo se llevó algo más de cien euros cuando salió corriendo de allí; ella, el susto y el recuerdo que le quedará de por vida, esperemos que como una simple anécdota. Desde entonces, y siempre que él puede, antes de cerrar recibe la visita de su pareja que, a  modo disuasorio más que intimidatorio, se deja ver en la puerta de la tienda, unos ratos dentro, otros fuera.

***

       Nuestro aventurero, desanimado, aprovechó ese momento de bajón para relajar su cuerpo apoyando la espalda con la mochila contra el lateral de una cámara frigorífica. Mientras, intentaba tomar una decisión, mas su mente en blanco se lo impedía.

       Simultáneamente, ella miró a los ojos a su marido demandando algo, a lo que él respondió con una ligera inclinación de su barbilla, imperceptible para el caminante. Al observar la respuesta, esbozó una sonrisa por comprobar que su idea había sido bien acogida.

       —Si le apetece, podría pernoctar en nuestra casa, nosotros con mucho gusto se la ofrecemos —dijo ella— y así podrá asearse, compartir con nosotros la cena y descansar, que buena falta le hará después de tanto desgaste de suela.

       No hizo falta una respuesta verbal por parte del invitado, su gesto de recobrada relajación y satisfacción le delataba y…

***

       … mi marido se apresuró a liberar su espalda de la pesada carga que suponía la enorme mochila, cargada hasta los topes para tan largo viaje. La colocó en el maletero de nuestro coche a la par que le invitaba a entrar en él mientras ambos esperaban a que yo cerrara la tienda bajo su atenta mirada, cada uno por un motivo…

       Ya en casa, se escenificó el ritual de cada fin de etapa tardío del Camino: aseo, orden en la mochila, cena, tertulia posterior de confraternización y descanso. La tertulia estaba casi asegurada, a pesar del cansancio del agradecido peregrino: nosotros dos también hemos hecho el Camino de Santiago y eso une mucho, sobre todo a la hora de compartir experiencias.

       Ya eran casi las dos de la madrugada cuando apuramos el último chupito de un licor de naranja preparado por mí y nos retiramos a descansar; nuestro invitado, al retirarse a la habitación, libre esos días, de nuestro hijo mayor, no paraba de agradecernos todo lo humano y lo divino, me temo que el poco alcohol que había ingerido le había afectado más de lo normal por su cansancio...

***

       Esta mañana, un tren parte temprano con destino a París. En él viaja un hombre nuevo por todo lo que ha vivido en el último mes, pero también un hombre agradecido y feliz por cómo ha acabado su último día. Mientras se acomoda en su asiento dispuesto a disfrutar del viaje de regreso a su hogar, se relaja dejando volar un instante su imaginación. Al regresar al mundo real, no sabe por qué pero dirige su mirada a la balda en que reposa la mochila, y repara en un bolsillo de la misma que tenía olvidado.

       Decide no abrirlo para así mantener la intriga al máximo, aunque está seguro de lo que encontrará en él cuando lo abra, y da gracias a su dios por ser tan despistado…

© Patxi Hinojosa Luján
(25/11/2014)       

jueves, 20 de noviembre de 2014

Mi vecino


       A base de haber observado en bastantes ocasiones ya el mismo ritual, hace tiempo que empecé a prestarle una especial atención. Suelo cruzármelo en el portal que comparten nuestras viviendas, a la hora que se supone que ya debería de haber pasado el cartero. Y siempre presencio la misma escena: él, mi desconocido vecino de arriba, puesto que nunca nos hemos presentado y no hemos tenido la menor relación si exceptuamos los saludos de cortesía, abre su buzón para comprobar que, como mucho, hay alguna que otra factura, de esas que nos amenazan y atenazan con bastante frecuencia, aparte de la propaganda de rigor que nunca falla. Nada más, parece que no llega nunca la misiva que intuyo conseguiría cambiarle la única expresión que hasta ahora le conozco, esa de tristeza y melancolía, a otra más alegre y optimista. La ceremonia acaba con todos esos sobres y folletos de nuevo en el buzón, ya los recogerá a la vuelta del triste paseo que dará con su triste mascota, que pareciera imitar con la expresión de su mirada a la de su amo.

       Y este es un tema que empieza a preocuparme, puesto que ya lo interiorizo como propio, tal es la angustia que, desde que hace unos pocos días cruzamos casualmente las miradas, vi y ya desde entonces veo siempre reflejada en la suya. Mal de amores, me digo que podría ser, no se me ocurre pensar en esos momentos que pudiera haber otra causa, otro origen para su, imagino, desgraciada vida; nuevamente mi intuición trabaja por su cuenta, ignorante de su posible acierto o desacierto…

       Dejo pasar unas semanas, ejerciendo siempre una discreta vigilancia a la zona de los buzones y a su persona, y al no observar cambio alguno, decido entrar en acción. Con la excusa de una supuestamente necesaria confraternización vecinal, le convoco a la vez que a mi vecina de abajo a un encuentro en mi casa que incluiría una tertulia con aperitivo para pasar posteriormente a una cena tan informal (en teoría) como minuciosamente preparada (en la práctica). Lógicamente, la convocatoria la realizo en forma de carta que una noche de jueves deposito en sus buzones. Al día siguiente, viernes, mi vecino se sorprende al ver que tiene un texto que leer antes de salir del portal para su paseo diario, y al hacerlo compruebo que su expresión ha cambiado. No les doy margen para dudas ni titubeos, los cito para el día siguiente, sábado, y ambos me responden que sí el mismo viernes al mediodía mediante una corta visita conjunta, hecho casual según se apresuran a indicarme, ruborizados, ellos.

       La reunión tiene lugar en un ambiente extraordinario. Y es todo un éxito. No faltan anécdotas de todo tipo en las animadas conversaciones que se van sucediendo, ni un exquisito sentido del humor por su parte. Pareciera que los tres fuéramos unos amigos de infancia que se hubieran reencontrado después de largos años. Y el anfitrión disfruta tanto o más que los invitados, por lo que al final reconozco orgulloso que, por lo menos esta vez, había tenido una muy buena idea… Cuando, ya de madrugada y muy agradecidos, se despiden deshaciéndose en halagos hacia mi persona por, dicen al unísono, tanto esfuerzo y cariño en la preparación de la reunión, me dirijo satisfecho a mi habitación para un (me concedo el adjetivo) merecido descanso mientras quiero imaginar que he puesto mi granito de arena para contribuir a unos momentos de felicidad en la vida de mi vecino, y también de mi vecina.

***

       A partir de esa noche, raro ha sido el mes en el que no nos hemos juntado los tres para cenar, alternando nuestros respectivos apartamentos, con lo que hemos aumentado nuestra confianza y amistad. Aunque, a decir verdad, ellos dos han conseguido subir más peldaños en complicidad e intimidad, lo que les llena de felicidad, y a mí de satisfacción, por qué no decirlo. Incluso mi vecino ha aparcado la obsesión de meses atrás y ya se ha despreocupado de su buzón casi por completo, ahora solo lo abre un par de veces por semana, y eso cuando se acuerda...

***

       ¿Serán imaginaciones mías, o últimamente se oyen más risas y «ruidos de alcoba» en el piso de abajo?

***

       En una ciudad no muy lejana a la nuestra, una dama ha aclarado, ¡por fin!, sus ideas después de mucho tiempo y meditación, y ha tomado una decisión, que ha transmitido mediante una carta a la persona interesada. Ahora, es cierto que sin mucha esperanza, espera una respuesta a la misma, dudando de si se producirá o no, en vista de su propia y reconocida indecisión anterior.

***

       Estos días tengo un inquilino en casa, se trata de la mascota de mi vecino. En teoría me estoy ocupando de su perro y cuidándolo, aunque la verdad es que quizá sea al revés porque me hace tanta compañía que temo que llegue el día de nuestra separación. El brillo de sus ojos cuando me mira ya le delata, está tan a gusto conmigo como yo con él. ¿Qué dónde está mi vecino?, pues en un viaje de placer con mi vecina, como bien se podría imaginar a estas alturas.

***

       Mientras tanto, una carta personal que debió llegar mucho tiempo atrás, está abandonada, depositada desde hace unos días, junto con otras que contienen facturas y también junto a folletos de publicidad, en un buzón de mi portal; y quién sabe si cuando llegue el momento, dentro de unas semanas, se llegará a abrir siquiera…

 

© Patxi Hinojosa Luján
(20/11/2014)

domingo, 16 de noviembre de 2014

Partenaire



Ahora que estamos casi en la mitad
y que el camino se disfruta a tope,
no nos paramos a considerar
qué nos falta, qué les sobra…
La Tierra gira y habla sin cesar
y cuando en calma está, la brisa canta.
En cambio a veces podrás contemplar
sus enfados en concierto.

Viajé por el mundo estando en casa,
todo lo que vi lo compartí.
Siempre ofreces más de lo que pides,
dame tu presencia un poco más...
solo hasta que no nos quede nada,
nada más que ver y compartir.
Siempre que encontremos otra excusa,
házmelo saber…
y otra etapa empezará.

Será importante comprobar
que cuando suba la marea
el blues de la insatisfacción
pierde su guerra contra el tango.
Dame problemas, dramas no,
dame trabajo aunque me duela.
Obligaciones ¿para qué?
las dictaduras no son buenas.

Todo lo que voy a hacer
es sentarme y no parar,
es moverme y descansar,
todo siempre junto a ti.
Que la noche con su luz
restituya la emoción
de seguir con la creación
de este dulce sinvivir.
Y no me arrepiento de mis logros,
todos mis fracasos asumí,
pues con todos ellos bien presentes
consigo ver la cruda realidad.
Y es que todo es fácil con tu ayuda,
tu siempre serás mi partenaire
dentro del teatro de la vida…
disfruto que ya nada cambiará.

Letra: © Patxi Hinojosa Luján
Música: «Antes de que cuente diez» (Adolfo Cabrales, ¡¡¡gracias, Fito!!!)
(11-11-2009)

martes, 4 de noviembre de 2014

Cambio de registro

       Te inclinaste hacia atrás en tu silla mientras cruzabas los dedos de ambas manos por detrás de tu nuca en un claro gesto de satisfacción, que también fue evidente por la amplia sonrisa que esbozaste. Por fin habías acabado: ofrecías ya tus servicios en el portal de internet que tú mismo habías diseñado. Ahora solo quedaba esperar a que alguien te localizara en él, solicitara tus servicios, y así poder empezar a realizar los trabajos para los que te ofrecías con, decías, precios asequibles.

       Antes de que, después de la escena anterior, pudieras ni siquiera tomarte un refresco a gusto, oíste el sonido que habías programado como alerta acústica, lo que significaba que te había llegado un primer mensaje a la recién creada página. Con rapidez, debido a la expectante curiosidad que te invadía, dejaste el botellín que te disponías a vaciar en un par de tragos por la sed que habías acumulado, y fuiste directo al monitor. Leíste con atención el texto, lo volviste a leer y, dubitativo, después de un par de minutos de indecisión, respondiste afirmativamente a la petición que se te acababa de hacer, a la par que cambiabas el sonriente semblante de hacía unos pocos instantes por uno mucho más serio y que denotaba preocupación e inseguridad. Pero te habías comprometido, por lo que te preparaste a conciencia teniendo muy en cuenta todos los datos e indicaciones que se te habían ofrecido.

       El encargo para el que se te había requerido era muy urgente; cargaste en una bolsa de deporte negra todo lo necesario e imprescindible y bajaste a la calle dispuesto a coger tu coche y dirigirte a la dirección indicada lo antes posible. Como no había tiempo que perder, mientras conducías repasabas mentalmente todo el proceso a seguir para que ninguna duda te asaltara al llegar al destino donde tendrías que realizar el trabajo para el que habías sido contratado. Parecía que tu cerebro iba tan fluido como el tráfico, por lo que en breves momentos llegarías, realizarías tu trabajo, y te volverías a tu casa «tan campante». Habrías ya tenido la ocasión de estrenarte en tu nuevo trabajo, gracias a las nuevas tecnologías… ¡qué buen invento esto de internet!, pensaste, aunque la mente se te fue enseguida hacia otros menesteres.

       Al llegar al sitio indicado, gracias a las exactas indicaciones de tu contratante, mientras bajabas del coche con la bolsa, la localizaste: estaba cuidando su jardín y observaste que a su alrededor no faltaban ni las tijeras de podar, ni la manguera de regar, o el resto de aperos necesarios prestos a ser utilizados en cualquier momento. A pesar de vestir gastadas ropas de jardinería, las portaba con un estilo tan elegante que por un momento olvidaste porqué estabas allí; pero es que, a decir verdad, era esbelta, bella como un ángel, con un largo cabello rubio recogido en una larga coleta, y unos ojos verde-azulados que te podrían hechizar con tan solo mirarte fijamente un instante, lo que parece ser que ocurrió también contigo...

       Cuando por fin pudiste zafarte del embrujo al que estabas siendo sometido, volviendo la mirada para otro lado, y no sin gran esfuerzo, te retiraste de la escena lo más discretamente posible, lo que no evitó que ella te saludara amablemente como se saluda a alguien que pasa cerca de tu casa, y te dispusiste a dirigirte hacia tu hogar con toda la celeridad de que fuiste capaz.

       Lo habías decidido en ese segundo mágico, no realizarías ese encargo… ni ningún otro similar. Es más, en cuanto llegaras a casa, y sin mirar siquiera si durante tu ausencia pudieran haber entrado más solicitudes, te dispondrías a hacer desaparecer de la red cualquier rastro que pudiera indicar que en algún momento tu creativa página web, alojada en las capas bajas solo visibles tras búsquedas muy específicas y complejas, hubiera podido llegar a existir. Necesitabas, con urgencia, un cambio de registro.

*

       Pero, ¿qué esperabas, hombre de Dios?, ¿que lo de matón por encargo, para ganar dinero rápida y fácilmente, se te iba a dar bien a ti?, ¿a ti que, sin ir más lejos, ayer te pasaste cinco minutos llorando sin consuelo posible al escuchar la frase final de «Las normas de la casa de la sidra»… ?

       ¡¡¡Hay que ver el daño que puede hacer la televisión y lo que puede llegar a atontar!!!

© Patxi Hinojosa Luján

04/11/2014   

domingo, 26 de octubre de 2014

Una luz en la oscuridad

       Hay momentos en los que conviven soledad, silencio y oscuridad, o los hacemos coincidir de manera consciente, ¿o quizá inconsciente?; al final ¡qué más da…! El caso es que cuando nos encontramos habitando uno de ellos, no necesariamente aflora la tristeza, como se pudiera intuir, sino, más bien al contrario, es una paz interior la que emerge de nuestras entrañas para revestirnos de una tranquilidad en muchas ocasiones largamente añorada.

       Y hay veces que, durante esos momentos, dejamos la mente en blanco y los disfrutamos, así sin más. En muchas ocasiones es una muy buena terapia contra la aceleración que está adquiriendo de un tiempo a esta parte nuestra vida moderna, ¡y así nos va!, lo que no nos da la tregua suficiente para poder mirar las cosas con la adecuada perspectiva.

       Aunque admito que no siempre la oscuridad es total porque, como si estuviera encendida la limitada llama del encendedor de un no fumador, disponemos de la escasa y cercana claridad suficiente como para ver posibles decisiones a tomar… y tomarlas.

*
       Conozco, y  bien,  a alguien que no hace tanto, en uno de sus momentos «SSO», y aprovechando esa pequeña luminosidad, ha tenido la oportunidad de pensar en una arriesgada decisión que le cambiaría la vida, y al final la ha tomado. Como he adelantado, creo que lo conozco lo suficiente como para asegurar que la aparentemente súbita decisión ha sido tomada después de analizar profundamente sus pros y sus contras en varias y sucesivas «sesiones SSO». Yo, por mi parte, le deseo toda la suerte del mundo, porque le aprecio y quiero mucho (esto él ya lo sabe), aunque reconozco que no tanto como su familia y amigos que le rodean y que le aportan mucho más de lo que ellos mismos nunca puedan ni siquiera llegar a imaginar.

*
      Como un voyeur, improviso una pequeña rendija imaginaria por la que poder observarlo en su mencionada última sesión, y la escena me descoloca:

       No hay soledad, está arropado por muchos seres, es cierto que no visibles en estos momentos, pero que le acompañan, indudablemente.

       No hay silencio, porque él les agradece esa compañía y apoyo en voz alta, aunque a bajo volumen, que no es cuestión de incomodar a nadie.

       No hay oscuridad, o por lo menos no total. Y tengo, todo un privilegio, el tiempo suficiente de ver cómo esboza una enorme sonrisa de satisfacción antes de «callar» la mencionada escasa luminosidad de ese encendedor de no fumador, con un decidido gesto que se me antoja toda una declaración de intenciones; justo un instante antes, me parece observar que, cómplice, guiña un ojo en mi dirección...

© Patxi Hinojosa Luján

26/10/2014