sábado, 28 de marzo de 2015

Seguimiento

       Inspiré profundamente. Tenía la impresión de que mis pulmones se habían quedado sin una sola molécula de las que componen el aire, y necesitaba con urgencia llenarlos al máximo, como si me fuera la vida en ello. Sin duda alguna, mi cuerpo estaba pagando la ansiedad producida por el estado de estrés en el que me encontraba desde hacía ya un tiempo, que se me antojaba demasiado a estas alturas. Pero un día más, con la oscuridad de la noche como cómplice fiel y parapetado detrás de mi columna favorita de los soportales del ayuntamiento, la única con capitel románico, esperé como era ya mi costumbre a que te alejaras lo suficiente para poder seguirte a prudencial distancia sin que, una vez más, sospecharas nada. Me estaba convirtiendo en un experto y ya no dudaba de que de nuevo seguiría siendo invisible para ti, en los dos sentidos; gestos como el de encender un cigarrillo ocultando la cara entre mis manos y la generosa capucha del anorak me salían ya que ni pintados, sobre todo teniendo en cuenta mi condición de no fumador. Pero un actor tiene que meterse por completo en su papel y yo estaba dispuesto a dejarme la piel por representar a la perfección el mío, el que yo mismo me había adjudicado meses atrás, y por el que esperaba ganar el inexistente Oscar para los actores sin el correspondiente carnet de su gremio.

***

       Llegados a este punto, bueno sería aclarar que, mientras duró nuestra relación —estarás de acuerdo conmigo—, nos acompañó la felicidad y que aquella tuvo su secuencia lógica: nació cuando la chispa de la pasión nos prendió a la vez, duró mientras estuvo encendida con el esfuerzo de ambos y, muy a nuestro pesar, desapareció cuando nos alcanzó ese dardo envenenado que el Cupido del desamor lanzó, aún sigo creyendo que por error, pese a mi equivocación… Aunque de nada sirve lamentarse, la vida sigue para los dos, sobre todo para ti. No pretendo que estas palabras sirvan de excusa por mi comportamiento, no es mi intención disculparme, asumo mis actos y sus posibles consecuencias con la misma naturalidad con la que asumí nuestra ruptura.

***

       Has emprendido la marcha desde «nuestro» portal y sigues el mismo itinerario que de costumbre, el que te lleva a encontrarte con esa persona que no te conviene lo más mínimo. Tú aún no lo sabes, o no quieres saberlo, pero con mi ayuda llegarás a comprenderlo más pronto que tarde; yo solo quiero tu bienestar, tu felicidad, aunque ya nunca más vayas a compartirlos conmigo, lo tengo asumido, no tienes por qué preocuparte por ello. Pero a lo que iba, desconoces aspectos de tu nuevo acompañante que te pondrían los pelos de punta, y sé que tarde o temprano te va a hacer sufrir. Yo solo quiero estar ahí para, llegado ese momento, intentar evitarlo.

       He observado que de un tiempo a esta parte te recibe sin la efusividad de las primeras veces, tú lo llevas padeciendo en silencio varias semanas sin querer aceptarlo, tal y como hiciste conmigo, aunque esa es una historia pasada que no removeré porque ya no viene a cuento. Hoy no es una excepción e imagino muy bien un gesto de decepción en tu rostro que intentas disimular. Se ha girado antes de que llegaras a su altura y casi has tenido que correr para situarte a su altura hasta poder agarrarle del brazo y continuar paseando como si fuerais esa pareja de enamorados que, sé sincera, ya no sois… Después, casi te empuja para «invitarte» a pasar a ese tugurio de mala muerte que siempre odiaste, y no te queda otra que acompañarle. Y a mí se me está revolviendo el estómago.

       —Tranquilo —me digo—, no se atreverá a más, no traspasará esa frontera, todavía no…

       ¡Pero, qué equivocado estaba! Esta vez su maldad, unida al alcohol ingerido, le ha trastornado más que en ocasiones anteriores y desde mi discreta y privilegiada posición en el exterior he podido comprobar cómo te ha menospreciado con gestos e insultos, que hasta yo he podido oír a la perfección. No he podido evitar unas ligeras arcadas.

       Se recompone la situación y salís a la calle. Tú no quieres ir de su mano pero él te obliga. Tú te sueltas y él te empuja contra la esquina de la pared de esa calle que está tan escasamente iluminada. Caes al suelo y él te levanta con malas maneras mientras tú intentas evaluar tus daños y taponar tus heridas sangrantes; entretanto él sigue zarandeándote y menospreciándote. Ahora es cuando sé que tú ya no puedes más. Yo tampoco…

       Cuando consigues recobrar tu dignidad, aceleras el paso hasta adelantarte unos metros, benditos metros, momento que aprovecho para hundirle a ese malnacido uno de los cuchillos de cocina, ese jamonero que me tocó en el reparto de bienes de nuestra separación, en la parte superior izquierda de su espalda, en pleno corazón. Sí, por paradójico que pueda parecer, también tienen uno este tipo de individuos. ¡Hasta la empuñadura!, y allí lo dejé, cayendo al abismo de la justicia eterna, mientras yo huía en sentido contrario hasta que, creyéndome a salvo de curiosos y exhausto por la carrera, tuve que parar; en ese instante vomité la comida de una semana entre dos autos aparcados en la negrura de la noche. A pesar, o quizá por ello, creo que nunca me he sentido tan en paz conmigo mismo. Yo he puesto rumbo a mi apartamento, sin premura, contento y satisfecho, dispuesto a escribir estas palabras.

***

       He impreso dos copias de esta declaración: una para enviártela a ti, la otra a modo de «nota de suicidio». Aunque, según escribo esto último, acabo de cambiar de parecer… esta segunda la voy a quemar, sin prisas, con un último cigarrillo que voy a encender para, como los anteriores, tampoco fumármelo mientras, con la tranquilidad del deber cumplido, los espero; ellos… ya no tardarán mucho.

© Patxi Hinojosa Luján
(28/03/2015)

martes, 24 de marzo de 2015

¿Lo recordaré?


¿Recordaré decirte que lo has sido todo en mi vida,
o, para ser correcto, que has sido toda mi vida?
Toda esta vida que estamos pasando juntos, sí, pero
también la anterior a conocerte, porque aun entonces
eras la estrella que me guiaba mientras buscaba encontrarte.

Cuando esté a punto de azotarnos
el invierno más crudo de nuestras vidas,
ese que acaba cubriéndonos con el desconocido manto de la eternidad,
¿recordaré, cariño, cómo hacerte sentir, con mi penúltimo halo de vida,
lo especial que siempre fuiste para mí,
y para todo aquel que tuvo la fortuna de cruzarse en tu camino?

¿Recordaré que una vez dudé de si sería capaz de recordarlo,
o el tiempo engullirá, inexorable, todas mis dudas de hoy?

Por eso, hoy que sí lo recuerdo y que aún estoy a tiempo,
me colocaré una roja nariz de payaso, de esas de goma,
para que cuando me preguntes, extrañada por mi ocurrencia,
que si me encuentro bien, y yo te responda que ¡perfectamente!,
me acuerde de sacar mi ajada libreta, y pueda recitarte ya, por si acaso,
ya sabemos lo imprevisible que puede llegar a ser el tiempo,
 estas apresuradas palabras, que no son sino mi más profundo agradecimiento,
mi amor «apalabrado», mis sentidos garabatos...
que nacieron solo para ti, cariño, nunca para el olvido.
¿Lo recuerdas?

© Patxi Hinojosa Luján. Para Ella, para Susan.
(24/03/2015)

lunes, 23 de marzo de 2015

Equidistancia

       Resulta que hoy, no sé por qué, me ha dado por pensar en las relaciones que se dan entre algunas novias o esposas y sus suegras, esas que para todo el mundo suelen percibirse como muy mal avenidas, y en la posición en que, en consecuencia, aquellas suelen situar al novio o esposo a la par que hijo. Difícil situación, todo hay que decirlo. Muy difícil. Y me viene a la cabeza una resolutiva palabra: equidistancia. ¡Ya!, en teoría en esos casos bastaría con que él la aplicara en las diferentes facetas de la vida para tenerlas contentas a las dos pero, y aquí viene lo bueno, está comprobado que eso ¡es imposible! Aunque hubiera un aparato capaz de medirla con un rigor absoluto, siempre, repito… siempre ambas van a acabar diciendo que el afectado en cuestión está mucho más cerca de la otra que de ella misma, y esto en cualquier situación, tanto temporal como local, lo que terminará por convertir su vida conyugal en un infierno, inapropiada descripción de lo que en un principio se supone debería ser.

       Es curioso, muy curioso, el modo en el que cada uno de nosotros interiorizamos todos y cada uno de los hechos, sentimientos, vivencias, sensaciones y demás componentes de ese todo que va conformando nuestro ser en cada instante de nuestras vidas. Aquella manida frase de «… según el color del cristal…» es y seguirá siendo válida por los siglos de los siglos… Y es que el ser humano es subjetivo por Naturaleza y objetivo solo por las necesidades de apariencia, es decir, por naturaleza también.

***

       ¡Ay, amigo, la que liaste al hacer trabajar tanto a tu materia gris! ¿Que por qué digo esto?, muy sencillo, porque como dijiste no hace tanto (total, ¿qué es un siglo dentro de la historia de la humanidad?): «Todo es relativo», o algo así… No te equivocabas ni un ápice…

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       Rizando el rizo, he imaginado cómo sería lograr situarnos en un punto equidistante entre nuestro «tesoro azul», nuestra «amada amante plateada» y la «madre esfera dorada». Tomando como referencia a esta última y considerando que los dos primeros astros estarían en continuo movimiento, aun así sería menos dificultoso ubicar ese mágico punto para un momento dado, porque en este caso solo intervendrían las leyes universales de la Física y no las arbitrarias apreciaciones humanas, tan complicadas ellas.

***

       ¡Ay, amigo, la que liaste al hacer trabajar tanto a tu materia gris! No me lo tomes a mal, querido amigo Albert, al fin y al cabo… ¡siempre hay que echarle la culpa a alguien! Eso también está dentro de nuestra naturaleza, ¿o me vas a decir que entre tantos números y palabras no lo contemplabas en tu Teoría de la Relatividad…?

       Aunque, ahora que lo pienso, me da igual, me respondas lo que me respondas yo siempre podré pensar aquello de que… ¡todo es relativo!, ¡tan relativo…!

© Patxi Hinojosa Luján

(23/03/2015)

jueves, 19 de marzo de 2015

Otro trozo de papel

      
A mí no me engañas, hermano. Tranquilo, ya sé que esa nunca ha sido tu intención, tampoco para con los demás. Pero esta mañana, tu elegante introspección disfrazada de madura literatura me ha impulsado a realizar un recorrido nostálgico, no voy a negarlo, por el blog de tus alivios emocionales, y lo he visto claro.

       A mí no me engañas, hermano. Sé de sobra que incluso si ese tremendo disgusto, al que maldigo, no hubiera llegado a vuestras vidas, ese que hace que tengas que soportar como pétrea losa una mochila tan pesada que pareciera transportar los enseres de toda una comunidad haciendo el Camino, ese emotivo homenaje también hubiera visto la luz. Es algo que está escrito en tus genes, y tú a esos les tienes fe, y mucha.

       Ayer noche me estabas poniendo al corriente de la situación, de las dos situaciones, la física de ella y la anímica tuya, y a ti se te desgarraba el alma mientras, pensando en voz alta en esa línea telefónica que unía nuestras almas con una salada lágrima común, no hablaba sino tu corazón, tu asustado corazón. Yo, al otro lado, y respetando tus momentos de desahogo y tu deseo de soledad, me iba empequeñeciendo por momentos. Es lo que tiene intentar animar a un ser querido y ser consciente de que solo te crees el noventa y nueve por ciento de lo que le dices, aunque lo hagas con todas tus fuerzas.  

       No sé si aquel primer trozo de papel existió o solo fue un ardid literario que, como buen escritor, te permitiste el lujo de utilizar con el fin de explicar mejor y potenciar esos sentimientos ya de por sí bien dibujados, claros y definidos, pero sobre todo fuertes, sinceros y asentados en ese tiempo eterno de vuestra relación. ¡Qué más da! ¿Treinta años?, ya ves que no son nada por lo rápido que han pasado. Ahora tenéis que afanaros en cumplir el contrato que indicaba aquello de «… prorrogable a otros treinta si ambas partes están de acuerdo», porque fue así, yo estaba allí y lo oí; y ayer un pajarito me confirmó que sí, que los interesados lo están…

       A mí no me engañas, hermano. Esta vez tu particular trozo de papel ha sido más virtual que otra cosa. Y ahora, permíteme que sea yo el que utilice una imagen literaria para confesarte que te he imaginado muy bien mientras leías en tu corazón a la par que utilizabas como improvisada pluma una de tus propias arterias alimentándola con la tinta roja de tu sangre y así lograr reflejar tan bellos sentimientos. Esta vez, hermano, lo tenías tres años más fácil…

***

       Pero por si acaso, hoy y ahora voy a pedirte un favor: vuelve a mirar en el bolsillo de aquel viejo abrigo de paño negro, esta vez en el izquierdo…


Por referencias:




       PD: Oscar, adivina qué álbum he estado escuchando, y en qué formato, mientras intentaba unir estas torpes palabras…

© Patxi Hinojosa Luján – Para Lou y Oscar, para Oscar y Lou

(19/03/2015)