viernes, 28 de noviembre de 2014

… del crimen del siglo XXI

       Este texto es para descargar mi conciencia de la pesada carga que desde hace unos años soporto. Con él intento pediros perdón a todos, sí a todos, mas no sé si llegaré a conseguirlo.

       Yo… no quería hacerlo. O por lo menos, no quería que llegáramos al punto en el que a día de hoy nos encontramos. De verdad que no esperaba que mi presencia en vuestras vidas fuera a perturbar vuestra convivencia como lo ha hecho. No me lo hubiera imaginado ni en mis peores pesadillas, porque para mí eso es lo que es, una pesadilla.

       Os debo a vosotros todo lo que soy, todo lo que he conseguido, la posición que he llegado a alcanzar en vuestra civilización; sin vosotros nunca hubiera podido llegar a realizarme. Y yo… os lo pago desestabilizando vuestras existencias. No sé si merezco el perdón que os solicito mediante este sincero comunicado.

       Yo… no quería que sucediera lo que al final ha acontecido, ya os lo he dicho antes. Y aquí me dirijo tanto a los que compartís vuestra vida conmigo como a la respetable minoría que no lo hace, porque a todos os he hecho daño, por activa o por pasiva.

       A los primeros les pediría que me perdonen, si pueden, por haberles arrebatado su valioso tiempo, porque sin ninguna premeditación me he adueñado de él, junto con la facultad de decidir en cada momento qué deseaban, debían o necesitaban hacer, según lo que correspondiera; porque me he apoderado de su atención sobre lo que nos rodea, y en algunos casos de su concentración, lo que conlleva un alto riesgo en el plano físico. Y he dicho «nos» porque vamos en el mismo carro. Y en el plano más mental, espiritual, afectivo… porque al final he conseguido con mi soberbia aislarlos de su mundo anterior para colocarlos en una burbuja hermética que, aunque se interrelaciona con muchas otras burbujas, ellos, vosotros, sus ocupantes no llegáis a compartir espacios comunes, en muchos casos ya ni siquiera lo intentáis…

       A los segundos, con más motivo si cabe, les pido clemencia y, si puede ser, comprensión. Nunca hubiera imaginado que un día tuvierais que ser testigos del deterioro personal de alguno de vuestros seres queridos, amigos o familiares; y lo que es más doloroso, de su distanciamiento progresivo.

       No quisiera parecer tremendista, aunque como único culpable de esta situación deseo y merezco esta autoflagelación, que es posible que sea exagerada, pero que es necesaria.

       Solo me queda esperar que haya removido alguna conciencia y que, amén del perdón, haya conseguido un cambio de actitud hacia una mayor comunicación personal.

       Siempre «vuestro».

       Firmado:

       El móvil…

PD: Inspirado por y dedicado a mi hada particular, que no lo permite en su mundo…

© Patxi Hinojosa Luján
28/11/2014

martes, 25 de noviembre de 2014

El Camino



       Ríos y bosques, regatos y montes, lagos y valles, todas estas maravillas de la Naturaleza y alguna más, habían sido, y seguirían siendo hasta que las fuerzas y los ánimos aguantaran, testigos de su aventura, el recorrido de un camino por el que perderse huyendo de la cotidianidad, hasta encontrarse a sí mismo al poder llegar a mirar en su más profundo interior espiritual.

       Estaba siendo esta experiencia, emprendida en solitario aunque en pocas ocasiones lo llegaría a estar realmente, altamente gratificante a pesar de algunos pequeños inconvenientes, que siempre los hay y que incluso ayudan a que el recuerdo, cuando se ve todo desde la perspectiva que otorga el paso del tiempo, sea aún más entrañable y motivo de enorgullecimiento. Como cuando los varones ya entrados en años relatan sus batallitas durante la mili, más o menos…

       Pero, como dijo alguna vez un hombre sabio, siempre hay que contar con los inconvenientes, que llegan con todo sigilo cuando tenemos la guardia baja, en la gran mayoría de las ocasiones. Y en el caso de nuestro emprendedor protagonista, por suerte o por desgracia para él no iba a producirse ninguna excepción…

***

       Visiblemente cansado física y emocionalmente, acabó su periplo dando con sus huesos en la puerta de una pequeña panadería de barrio de esas en las que aparte de pan puedes encontrar casi cualquier cosa que necesites para casa. También se le veía nervioso y hastiado. Buscaba un albergue que le habían indicado días atrás para cuando llegara a esa plaza, destino final de su viaje, pero las indicaciones que recibió de los transeúntes con los que se cruzó, todas incomprensiblemente erróneas, solo consiguieron que fuera de un lado para otro sin lograr su objetivo, aumentando innecesariamente el kilometraje del día, cada vez más desorientado y fatigado. Para colmo, la «mierda de la mochila», como empezaba ya a calificarla, pareciera que pesaba el doble que cuando empezó su andadura y le tenía la espalda machacada, tan dolorida que hasta temía el momento de hacer el gesto de quitársela de encima.

       Entró.

       —¿Podría indicarme, por favor, dónde se encuentra esta calle?—dijo mostrándole a la dependienta la página donde aparecía el nombre en su guía de viaje —estoy buscando el albergue municipal.

       —La calle está aquí a la vuelta, le podría indicar dónde, pero ese albergue ya no funciona como tal, ahora es un hotel, mucho más caro, lógicamente…

       — ¡Lo que me faltaba! —dijo él visiblemente preocupado— esta mañana he perdido, o me han robado, no sé, la cartera con todo el dinero y documentación que llevaba, salvo la credencial del Camino de Santiago, y esperaba que con ella me pudieran acoger esta noche en el albergue. Mañana ya me vuelvo para casa, menos mal que el billete de tren lo compré con antelación y lo tenía en otro bolsillo…

***

       Unos días antes, nuestra dependienta se llevó un susto monumental al haber sido atracada a punta de cuchillo de cocina, de los grandes, cuando no había nadie más en la tienda y justo se disponía a cerrar. Afortunadamente, el ladrón solo se llevó algo más de cien euros cuando salió corriendo de allí; ella, el susto y el recuerdo que le quedará de por vida, esperemos que como una simple anécdota. Desde entonces, y siempre que él puede, antes de cerrar recibe la visita de su pareja que, a  modo disuasorio más que intimidatorio, se deja ver en la puerta de la tienda, unos ratos dentro, otros fuera.

***

       Nuestro aventurero, desanimado, aprovechó ese momento de bajón para relajar su cuerpo apoyando la espalda con la mochila contra el lateral de una cámara frigorífica. Mientras, intentaba tomar una decisión, mas su mente en blanco se lo impedía.

       Simultáneamente, ella miró a los ojos a su marido demandando algo, a lo que él respondió con una ligera inclinación de su barbilla, imperceptible para el caminante. Al observar la respuesta, esbozó una sonrisa por comprobar que su idea había sido bien acogida.

       —Si le apetece, podría pernoctar en nuestra casa, nosotros con mucho gusto se la ofrecemos —dijo ella— y así podrá asearse, compartir con nosotros la cena y descansar, que buena falta le hará después de tanto desgaste de suela.

       No hizo falta una respuesta verbal por parte del invitado, su gesto de recobrada relajación y satisfacción le delataba y…

***

       … mi marido se apresuró a liberar su espalda de la pesada carga que suponía la enorme mochila, cargada hasta los topes para tan largo viaje. La colocó en el maletero de nuestro coche a la par que le invitaba a entrar en él mientras ambos esperaban a que yo cerrara la tienda bajo su atenta mirada, cada uno por un motivo…

       Ya en casa, se escenificó el ritual de cada fin de etapa tardío del Camino: aseo, orden en la mochila, cena, tertulia posterior de confraternización y descanso. La tertulia estaba casi asegurada, a pesar del cansancio del agradecido peregrino: nosotros dos también hemos hecho el Camino de Santiago y eso une mucho, sobre todo a la hora de compartir experiencias.

       Ya eran casi las dos de la madrugada cuando apuramos el último chupito de un licor de naranja preparado por mí y nos retiramos a descansar; nuestro invitado, al retirarse a la habitación, libre esos días, de nuestro hijo mayor, no paraba de agradecernos todo lo humano y lo divino, me temo que el poco alcohol que había ingerido le había afectado más de lo normal por su cansancio...

***

       Esta mañana, un tren parte temprano con destino a París. En él viaja un hombre nuevo por todo lo que ha vivido en el último mes, pero también un hombre agradecido y feliz por cómo ha acabado su último día. Mientras se acomoda en su asiento dispuesto a disfrutar del viaje de regreso a su hogar, se relaja dejando volar un instante su imaginación. Al regresar al mundo real, no sabe por qué pero dirige su mirada a la balda en que reposa la mochila, y repara en un bolsillo de la misma que tenía olvidado.

       Decide no abrirlo para así mantener la intriga al máximo, aunque está seguro de lo que encontrará en él cuando lo abra, y da gracias a su dios por ser tan despistado…

© Patxi Hinojosa Luján
(25/11/2014)       

jueves, 20 de noviembre de 2014

Mi vecino


       A base de haber observado en bastantes ocasiones ya el mismo ritual, hace tiempo que empecé a prestarle una especial atención. Suelo cruzármelo en el portal que comparten nuestras viviendas, a la hora que se supone que ya debería de haber pasado el cartero. Y siempre presencio la misma escena: él, mi desconocido vecino de arriba, puesto que nunca nos hemos presentado y no hemos tenido la menor relación si exceptuamos los saludos de cortesía, abre su buzón para comprobar que, como mucho, hay alguna que otra factura, de esas que nos amenazan y atenazan con bastante frecuencia, aparte de la propaganda de rigor que nunca falla. Nada más, parece que no llega nunca la misiva que intuyo conseguiría cambiarle la única expresión que hasta ahora le conozco, esa de tristeza y melancolía, a otra más alegre y optimista. La ceremonia acaba con todos esos sobres y folletos de nuevo en el buzón, ya los recogerá a la vuelta del triste paseo que dará con su triste mascota, que pareciera imitar con la expresión de su mirada a la de su amo.

       Y este es un tema que empieza a preocuparme, puesto que ya lo interiorizo como propio, tal es la angustia que, desde que hace unos pocos días cruzamos casualmente las miradas, vi y ya desde entonces veo siempre reflejada en la suya. Mal de amores, me digo que podría ser, no se me ocurre pensar en esos momentos que pudiera haber otra causa, otro origen para su, imagino, desgraciada vida; nuevamente mi intuición trabaja por su cuenta, ignorante de su posible acierto o desacierto…

       Dejo pasar unas semanas, ejerciendo siempre una discreta vigilancia a la zona de los buzones y a su persona, y al no observar cambio alguno, decido entrar en acción. Con la excusa de una supuestamente necesaria confraternización vecinal, le convoco a la vez que a mi vecina de abajo a un encuentro en mi casa que incluiría una tertulia con aperitivo para pasar posteriormente a una cena tan informal (en teoría) como minuciosamente preparada (en la práctica). Lógicamente, la convocatoria la realizo en forma de carta que una noche de jueves deposito en sus buzones. Al día siguiente, viernes, mi vecino se sorprende al ver que tiene un texto que leer antes de salir del portal para su paseo diario, y al hacerlo compruebo que su expresión ha cambiado. No les doy margen para dudas ni titubeos, los cito para el día siguiente, sábado, y ambos me responden que sí el mismo viernes al mediodía mediante una corta visita conjunta, hecho casual según se apresuran a indicarme, ruborizados, ellos.

       La reunión tiene lugar en un ambiente extraordinario. Y es todo un éxito. No faltan anécdotas de todo tipo en las animadas conversaciones que se van sucediendo, ni un exquisito sentido del humor por su parte. Pareciera que los tres fuéramos unos amigos de infancia que se hubieran reencontrado después de largos años. Y el anfitrión disfruta tanto o más que los invitados, por lo que al final reconozco orgulloso que, por lo menos esta vez, había tenido una muy buena idea… Cuando, ya de madrugada y muy agradecidos, se despiden deshaciéndose en halagos hacia mi persona por, dicen al unísono, tanto esfuerzo y cariño en la preparación de la reunión, me dirijo satisfecho a mi habitación para un (me concedo el adjetivo) merecido descanso mientras quiero imaginar que he puesto mi granito de arena para contribuir a unos momentos de felicidad en la vida de mi vecino, y también de mi vecina.

***

       A partir de esa noche, raro ha sido el mes en el que no nos hemos juntado los tres para cenar, alternando nuestros respectivos apartamentos, con lo que hemos aumentado nuestra confianza y amistad. Aunque, a decir verdad, ellos dos han conseguido subir más peldaños en complicidad e intimidad, lo que les llena de felicidad, y a mí de satisfacción, por qué no decirlo. Incluso mi vecino ha aparcado la obsesión de meses atrás y ya se ha despreocupado de su buzón casi por completo, ahora solo lo abre un par de veces por semana, y eso cuando se acuerda...

***

       ¿Serán imaginaciones mías, o últimamente se oyen más risas y «ruidos de alcoba» en el piso de abajo?

***

       En una ciudad no muy lejana a la nuestra, una dama ha aclarado, ¡por fin!, sus ideas después de mucho tiempo y meditación, y ha tomado una decisión, que ha transmitido mediante una carta a la persona interesada. Ahora, es cierto que sin mucha esperanza, espera una respuesta a la misma, dudando de si se producirá o no, en vista de su propia y reconocida indecisión anterior.

***

       Estos días tengo un inquilino en casa, se trata de la mascota de mi vecino. En teoría me estoy ocupando de su perro y cuidándolo, aunque la verdad es que quizá sea al revés porque me hace tanta compañía que temo que llegue el día de nuestra separación. El brillo de sus ojos cuando me mira ya le delata, está tan a gusto conmigo como yo con él. ¿Qué dónde está mi vecino?, pues en un viaje de placer con mi vecina, como bien se podría imaginar a estas alturas.

***

       Mientras tanto, una carta personal que debió llegar mucho tiempo atrás, está abandonada, depositada desde hace unos días, junto con otras que contienen facturas y también junto a folletos de publicidad, en un buzón de mi portal; y quién sabe si cuando llegue el momento, dentro de unas semanas, se llegará a abrir siquiera…

 

© Patxi Hinojosa Luján
(20/11/2014)

domingo, 16 de noviembre de 2014

Partenaire



Ahora que estamos casi en la mitad
y que el camino se disfruta a tope,
no nos paramos a considerar
qué nos falta, qué les sobra…
La Tierra gira y habla sin cesar
y cuando en calma está, la brisa canta.
En cambio a veces podrás contemplar
sus enfados en concierto.

Viajé por el mundo estando en casa,
todo lo que vi lo compartí.
Siempre ofreces más de lo que pides,
dame tu presencia un poco más...
solo hasta que no nos quede nada,
nada más que ver y compartir.
Siempre que encontremos otra excusa,
házmelo saber…
y otra etapa empezará.

Será importante comprobar
que cuando suba la marea
el blues de la insatisfacción
pierde su guerra contra el tango.
Dame problemas, dramas no,
dame trabajo aunque me duela.
Obligaciones ¿para qué?
las dictaduras no son buenas.

Todo lo que voy a hacer
es sentarme y no parar,
es moverme y descansar,
todo siempre junto a ti.
Que la noche con su luz
restituya la emoción
de seguir con la creación
de este dulce sinvivir.
Y no me arrepiento de mis logros,
todos mis fracasos asumí,
pues con todos ellos bien presentes
consigo ver la cruda realidad.
Y es que todo es fácil con tu ayuda,
tu siempre serás mi partenaire
dentro del teatro de la vida…
disfruto que ya nada cambiará.

Letra: © Patxi Hinojosa Luján
Música: «Antes de que cuente diez» (Adolfo Cabrales, ¡¡¡gracias, Fito!!!)
(11-11-2009)

martes, 4 de noviembre de 2014

Cambio de registro

       Te inclinaste hacia atrás en tu silla mientras cruzabas los dedos de ambas manos por detrás de tu nuca en un claro gesto de satisfacción, que también fue evidente por la amplia sonrisa que esbozaste. Por fin habías acabado: ofrecías ya tus servicios en el portal de internet que tú mismo habías diseñado. Ahora solo quedaba esperar a que alguien te localizara en él, solicitara tus servicios, y así poder empezar a realizar los trabajos para los que te ofrecías con, decías, precios asequibles.

       Antes de que, después de la escena anterior, pudieras ni siquiera tomarte un refresco a gusto, oíste el sonido que habías programado como alerta acústica, lo que significaba que te había llegado un primer mensaje a la recién creada página. Con rapidez, debido a la expectante curiosidad que te invadía, dejaste el botellín que te disponías a vaciar en un par de tragos por la sed que habías acumulado, y fuiste directo al monitor. Leíste con atención el texto, lo volviste a leer y, dubitativo, después de un par de minutos de indecisión, respondiste afirmativamente a la petición que se te acababa de hacer, a la par que cambiabas el sonriente semblante de hacía unos pocos instantes por uno mucho más serio y que denotaba preocupación e inseguridad. Pero te habías comprometido, por lo que te preparaste a conciencia teniendo muy en cuenta todos los datos e indicaciones que se te habían ofrecido.

       El encargo para el que se te había requerido era muy urgente; cargaste en una bolsa de deporte negra todo lo necesario e imprescindible y bajaste a la calle dispuesto a coger tu coche y dirigirte a la dirección indicada lo antes posible. Como no había tiempo que perder, mientras conducías repasabas mentalmente todo el proceso a seguir para que ninguna duda te asaltara al llegar al destino donde tendrías que realizar el trabajo para el que habías sido contratado. Parecía que tu cerebro iba tan fluido como el tráfico, por lo que en breves momentos llegarías, realizarías tu trabajo, y te volverías a tu casa «tan campante». Habrías ya tenido la ocasión de estrenarte en tu nuevo trabajo, gracias a las nuevas tecnologías… ¡qué buen invento esto de internet!, pensaste, aunque la mente se te fue enseguida hacia otros menesteres.

       Al llegar al sitio indicado, gracias a las exactas indicaciones de tu contratante, mientras bajabas del coche con la bolsa, la localizaste: estaba cuidando su jardín y observaste que a su alrededor no faltaban ni las tijeras de podar, ni la manguera de regar, o el resto de aperos necesarios prestos a ser utilizados en cualquier momento. A pesar de vestir gastadas ropas de jardinería, las portaba con un estilo tan elegante que por un momento olvidaste porqué estabas allí; pero es que, a decir verdad, era esbelta, bella como un ángel, con un largo cabello rubio recogido en una larga coleta, y unos ojos verde-azulados que te podrían hechizar con tan solo mirarte fijamente un instante, lo que parece ser que ocurrió también contigo...

       Cuando por fin pudiste zafarte del embrujo al que estabas siendo sometido, volviendo la mirada para otro lado, y no sin gran esfuerzo, te retiraste de la escena lo más discretamente posible, lo que no evitó que ella te saludara amablemente como se saluda a alguien que pasa cerca de tu casa, y te dispusiste a dirigirte hacia tu hogar con toda la celeridad de que fuiste capaz.

       Lo habías decidido en ese segundo mágico, no realizarías ese encargo… ni ningún otro similar. Es más, en cuanto llegaras a casa, y sin mirar siquiera si durante tu ausencia pudieran haber entrado más solicitudes, te dispondrías a hacer desaparecer de la red cualquier rastro que pudiera indicar que en algún momento tu creativa página web, alojada en las capas bajas solo visibles tras búsquedas muy específicas y complejas, hubiera podido llegar a existir. Necesitabas, con urgencia, un cambio de registro.

*

       Pero, ¿qué esperabas, hombre de Dios?, ¿que lo de matón por encargo, para ganar dinero rápida y fácilmente, se te iba a dar bien a ti?, ¿a ti que, sin ir más lejos, ayer te pasaste cinco minutos llorando sin consuelo posible al escuchar la frase final de «Las normas de la casa de la sidra»… ?

       ¡¡¡Hay que ver el daño que puede hacer la televisión y lo que puede llegar a atontar!!!

© Patxi Hinojosa Luján

04/11/2014