miércoles, 7 de mayo de 2014

Cuestión de prioridades (versión alternativa)

Marian llevaba en Barcelona dos días, con sus respectivas noches, en una cola interminable que a esas alturas daba ya dos vueltas completas al estadio. Pero la ilusión de conseguir la ansiada entrada para el espectáculo musical del momento compensaba con creces el haber tenido que dormir durante dos lunas de cualquier manera, improvisando incómodos descansos en sillas plegables y a cortos y fríos intervalos de tiempo, lo que había propiciado que ahora fuera consciente de partes de su cuerpo que antes ni intuía que pudieran existir, por todos esos dolores y pinchazos que no le abandonaban en casi ningún momento del día. A pesar de todo esto, era feliz; estaba feliz y eufórica disfrutando por anticipado del evento, porque todo esto no era sino una parte más del mismo, la primera, el prólogo. Ya no faltaba tanto para que abrieran las taquillas y entonces sólo tendría que esperar a que la «serpiente humana» se moviera con una velocidad respetable para llegar lo antes posible a una cualquiera de aquéllas y confirmar que sí, que a pesar de su poco aventajada posición, aún quedaban entradas libres para ella y que pronto sería la chica más feliz del mundo.
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Víctor estaba ya accediendo, con más de una hora de adelanto, al estadio donde se iba a celebrar por trigésimo tercera vez «el partido del siglo», y eso que a éste todavía le quedaban muchos años para que finalizase; la propaganda periodístico-deportiva seguía surgiendo efecto, lo había hecho otra vez. No había sido nada fácil, no, conseguir la entrada, teniendo incluso que «rebajarse» a pedir favores a seguidores del equipo rival, más o menos conocidos. Iba ataviado, ¡cómo no! con los colores y distintivos del club de sus amores, a saber: bufanda, gorro, camiseta y bandera, ¿o deberíamos llamarle más bien banderón? Y es que hoy, además de ser «otro partido del siglo» más, la verdadera importancia residía en que había en juego un título, continental para darle valor supremo. Y él tenía el presentimiento de que todo iba a salir bien para sus intereses y que su equipo acabaría llevándose el preciado trofeo, no en vano llevaba una serie ininterrumpida de nueve partidos ganados en las diferentes competiciones en las que participaba.
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En el aeropuerto, la megafonía ya estaba anunciando la facturación de equipajes para el posterior embarque del vuelo con destino a Sidney, y ya se empezaba a notar en todos los pasajeros que merodeaban el mostrador pertinente la excitación contenida unida a ese típico nerviosismo ante un vuelo de larga duración que todos intentamos disimular sin conseguirlo por completo, todo hay que decirlo. Estrella y Ricardo indicaron en ese momento a los familiares de éste que se habían ofrecido a llevarles en su coche, y así habían hecho, que no esperaran más allí con ellos —despidiéndoles con cortesía y con sumo y sincero agradecimiento, no merecía la pena que perdieran más tiempo por ellos— y se ubicaron cerca de la futura cola de facturación repartiéndose los bultos de los equipajes y deseando que todo discurriera sin incidentes, sobre todo sin retrasos. Parecía que sus deseos, por una vez tratándose de un aeropuerto, se estaban cumpliendo y ello se reflejaba en sus caras, por sus gestos de satisfacción. El viaje tantas veces soñado y programado, las mismas que postergado por diferentes motivos durante los últimos once años, al fin iba a hacerse realidad. Se lo merecían, ¡vaya si se lo merecían!
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Justo a las 19h58 Marian empezó, junto al resto de la «tropa», a moverse hacia la zona de taquillas, eso sí, con la intermitencia provocada por cada una de las paradas para la correspondiente compra. Ya no había marcha atrás, y las sonrisas se dibujaban en cada una de las caras de las miles de personas que procedían a ejecutar esa danza lineal y unidireccional.
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En ese mismo instante, Víctor asistía al ritual del «sorteo de campos» en el que el árbitro de la final procedía a lanzar la moneda al aire, lo que decidiría quién elegía campo siendo el equipo rival el encargado de poner el balón en movimiento. Puntualidad suiza, se dijo, aunque el partido se celebraba en Múnich. La tensión en el ambiente bien se podría cortar con una buena navaja suiza, aunque siguiera estando en Múnich…
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Estrella y Ricardo habían leído en el panel de información instalado justo encima de los mostradores que la facturación de maletas para su vuelo empezaría a las 20h. Aunque lo dudaban, se colocaron en el lugar adecuado, y cuál no fue su sorpresa cuando a la hora indicada aparecieron las azafatas de su compañía con unas inusitadas ganas de trabajar y acabar con esa tarea cuanto antes.
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Marian ya estaba a dos metros de una de las taquillas, tan cerca como para entender el gesto de la operaria que le indicaba que sí, que para ella sí habría suerte en forma de entrada. Se acercaba a su sueño, casi lo podía tocar con la yema de sus dedos.
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Víctor estaba disfrutando de un partido tan pleno de emoción y de buen fútbol como de igualdad entre los dos contendientes. Estaba a punto ya de acabar la primera parte de la prórroga, a la que se había tenido que recurrir al mantenerse el empate inicial en el marcador, y se intuía ya el desenlace de los penaltis. ¡Qué emoción!
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Al final, el proceso de facturación de equipajes para Estrella y Ricardo había transcurrido sin novedad y se encontraban ya ambos, con sus bolsas de mano, dirigiéndose a la puerta de embarque de su vuelo a la espera de su apertura.
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Justo en estos tres últimos momentos descritos, simultáneos, los teléfonos móviles de nuestros cuatro protagonistas vibraron al unísono para a continuación indicar la llegada de un nuevo mensaje con el típico bip-bip. Era el mismo mensaje para los cuatro, del mismo remitente y todos se apercibieron al instante. El texto era tan corto como conciso:
—Te necesito, os necesito. Peter.
Marian pensó que, fuera lo que fuera que le pasara a su amigo Peter, bien podría esperar a que ella consiguiera adquirir la codiciada entrada; total, diez o quince minutos más o menos no van a ningún lado…
Víctor sólo llegó a ver que era de su colega Peter, aunque no lo leyó concentrado como estaba en lo que estaba sucediendo en el terreno de juego, y lo dejó para cuando todo aquello acabara.
Estrella y Ricardo, interpretando a dos almas gemelas, levantaron a la vez la vista de sus respectivos móviles, y, como si estuvieran «pasándose unos duples» en una imaginaria partida de mus por cómo levantaron ambas cejas en un claro gesto de duda e indecisión, acabaron coincidiendo también en gesto que no era sino la aceptación de que «lo mejor sería que desconectaran los móviles porque… ojos que no ven, corazón que no siente»; y total, en breves instantes eso mismo se lo iban a solicitar las azafatas de su compañía aérea. Ya tendrían ocasión de saber qué era eso que le apremiaba a Peter al llegar a destino.
Peter, desde hacía unos años, era amigo de los cuatro, que a su vez eran amigos entre sí; aunque claro que siempre ha habido «amigos» y «Amigos»; y también era cierto que con el paso de los años la frecuencia de sus reuniones y encuentros había descendido un tanto. De hecho, en los últimos tiempos habían coincidido bastante poco hasta el punto de no saber, salvo en el caso de la pareja, dónde estarían los demás y qué estarían haciendo en esos momentos, porque en lo referente a la salud, cada uno intuía que los demás estarían y seguirían bien. Siempre se habían dicho: «No hay noticias, ¡buenas noticias!».
Pero no, Peter no se encontraba bien de un tiempo a esta parte, ni en el plano físico ni en el emocional. Concretando, no se encontraba nada bien de ánimo por un exceso de ansiedad propiciado no por una, sino por varias y diversas causas. Esto derivó en que su salud degenerara hasta llegar a un estado tan lamentable según sus sensaciones, que no tuvo más remedio que recurrir a la visita a diferentes médicos, algo nada habitual en su caso, impropio de él. Y de las diferentes visitas surgió la necesidad de realizar una serie de pruebas, de una de las cuales, la más importante, le habían llegado los resultados hacía unos minutos mediante un sobre recibido como «correo urgente y certificado». El mensaje que envió de inmediato y a sus cuatro amigos a la vez, con una sola pulsación de la tecla correspondiente de su teléfono móvil, llegó a sus diferentes destinos en el mismo instante haciendo pleno (ninguno de los teléfonos de sus amigos estaba «apagado o fuera de cobertura» como suele ocurrir en ocasiones, demasiadas, aunque eso él no podía saberlo…) cuando él aún no había abierto el sobre. De hecho, no pensaba hacerlo todavía porque no lo quería hacer solo, sino rodeado de aquellos a los que consideraba sus seres queridos, sus «supuestos» amigos. Esperaría lo que hiciera falta y, además, él ya estaba preparado para sea lo que fuese que se indicase en el documento en cuestión. Hacía ya un tiempo que tenía la sensación de haber sobrepasado ese «punto de no retorno» a partir del cual uno ya nunca vuelve a sentirse tan bien como antes, y a lo más que puede aspirar es a no encontrarse peor. Pero confiaba en que si esta angustia la podía compartir con alguien cercano, siempre sería más llevadera; no podría haber sido más iluso en esos momentos…
Marian perdió el último tren del día por tan solo cinco minutos, por lo que tuvo que esperar en la Ciudad Condal hasta el día siguiente; por desgracia, no tuvo el reflejo de contestar al mensaje indicando su situación e intenciones.
Víctor, que enseguida olvidó el mensaje para sumergirse en la pasión futbolística del momento, aguantó hasta el final de la prórroga y toda la tanda de penaltis, que sumaron un total de veintitrés hasta dar, por fin, la victoria a su equipo. Tanto tiempo añadido le obligó a pernoctar en Múnich e hizo que no pudiera coger un vuelo de vuelta a Madrid hasta el día siguiente. Él tampoco, con la euforia y alegría del momento, recordó que una respuesta al preocupante mensaje de Peter no hubiera estado nada mal y hubiera sido reconfortante para su destinatario.
Peter, por su parte, en vista de que las horas pasaban y de que no recibía respuesta ni visita alguna, empezó a impacientarse y a sentirse cada vez más alterado y nervioso, por lo que decidió dejarse de intrigas, zanjar el tema de una vez por todas, abrir el sobre y afrontar la posible cruda realidad, que como tal se reflejaba en el informe. Lo leyó y releyó unas cuantas veces hasta que tomó «su» decisión.
Dos días más tarde, Marian y Víctor, más extraños que nunca entre ellos y sin dirigirse apenas la palabra, estaban en un tanatorio de Madrid velando un cadáver; ninguno de los dos podía entender cómo ni por qué Peter había aparecido ahogado en el río Manzanares, muy cerca de su casa. Pero lo que sí empezaban a percibir era que a partir de ese momento ya nada volvería a ser igual que antes, nunca más…
Nadie tuvo el reflejo de avisar a Estrella y Ricardo, aunque no hubiera sido fácil por dos  motivos: se encontraban en las antípodas y no habían vuelto a conectar sus respectivos móviles, para no generar caros gastos extras (¿seguro que sólo por eso?). No habían vuelto a hablar del mensaje de Peter, no se sabe si porque lo habían olvidado o porque estaban usando la estrategia del avestruz: «esconder la cabeza bajo tierra». Pero el caso es que cuando finalizaron sus vacaciones y estando ya a punto de aterrizar en Barajas, les vino a la memoria todo lo relativo al mensaje y lo comentaron entre sí. Decidieron lavar su conciencia pasando por casa de Peter antes de dirigirse a la suya…
Sonó el timbre de una vivienda vacía en la que no habitaba ya nada excepto la tristeza y la melancolía; nadie podría atender ya esa llamada ni ofrecer su servicio de lavandería…

© Patxi Hinojosa Luján
(07/05/2014)