Después
de todo, casi siempre hay algo o alguien… detrás de todo.
***
Hoy,
no sé por qué, ha venido a mi mente — ¡ya estaba tardando!— el recuerdo de esas
nuestras tardes de niñez preadolescente. Esas inocentes horas en las que, entre
otras aficiones, nos unía el afán de destrozar el record de puntuación que
lucían con orgullo algunos de los petacos que adornaban casi todos los bares de
la ciudad y, por ende, de nuestro barrio, a la par que construíamos los cimientos
de nuestro futuro mezclando entre otros elementos solidaridad, ingenuidad y,
sobre todo, pasión. Sí, detrás de nuestros proyectos y sueños reinaba a sus
anchas la pasión, como esa tan especial que teníamos por la música, primo, y
que en estos días mantengo, multiplicada, por los dos; sé que lo sabes.
Esos
petacos mecánicos cuyos marcadores giraban, poco discretos en la ausencia de silencio,
buscando presentarnos un guarismo cada vez más alto —negro sobre blanco y
pintado, nada de luces— en consonancia con nuestro acierto y, por qué no
decirlo, con nuestra suerte también, tenían detrás un mecanismo mecánico y artesanal
que podíamos intuir y que casi podíamos oler, como lo hacíamos con el girar mágico
de aquellos vinilos. Ahora mismo, mientras escribo, me parece estar escuchando,
con nitidez, el sonido de esa diminuta noria llena de números en su rotar; también
los alentadores soniquetes que confirmaban bola extra o, en el mejor de los
casos, partida extra. Y se me ponen los pelos de punta al recordar que, en ese
anhelo de que ninguno tuviera que esperar turno alguno mirando al cabo de un
tiempo, distraído, a las musarañas, solidarios formábamos un efectivo tándem en
el que tú controlabas el pulsador derecho y yo el izquierdo, por algo tú
siempre fuiste, hasta aquel día, de tu Real Madrid, y yo de mi Athletic. Y lo
digo sin mala intención, sin acritud, porque de política no hablábamos por
aquellos entonces, no se podía…
Algún
que otro petaco, como aquel del bar de la avenida, lo recordarás, temblaba al
vernos llegar cuando los demás humanos estaban enfrentándose a sus digestiones
y nosotros comenzábamos ya a accionar los pulsadores correspondientes sin tregua
alguna, como si nos fuera el honor en ello, y en ocasiones nos iba...
Con
el paso de los meses, de los años, fueron sustituyendo esas entrañables unidades
por otras más modernas, electrónicas, mucho más llamativas, aunque con menos vida;
iluminadas hasta la exageración para intentar compensar la falta de ese encanto
e imaginación que sí tenían las primeras. Para colmo, eran mucho más caras, te
cobraban más por menos: de cinco bolas bajaron de un golpe a tres por partida. No
sé si fueron estas circunstancias las que estuvieron detrás de que nos alejáramos
de ellas, o fue solo que el cuerpo nos pedía ya sustituir este por otros
entretenimientos, digamos… más adultos. Y lo cierto es que tú y yo ya nunca más
estuvimos tan cerca como cuando éramos un solo jugador de pinball, y no me refiero solo al plano físico.
Pero
detrás de nuestra relación, primo, siempre estuvo el respeto, el cariño y la
admiración mutua, y es por ello que la cadena que la sustentaba no añadió
ningún eslabón extra, ni rompió ninguno de los existentes, hasta aquel día...
***
Lo
que hay detrás de estas letras es meridiano: te extraño, primo, amigo, y me
siento extraño al no poder decirte, entre otras cosas, que nuestro querido compadre
granadino se retiró a su descanso activo con toda la dignidad del mundo. Pero
no temas, ha dejado el tema bien atado y controlado, se esmeró para apadrinar a
unos dignos herederos que se miran en su espejo, y eso les honra, para nuestro
gozo y disfrute. Y es que, ¡podríamos hablar de tantas cosas, como siempre!; casi
siempre de acuerdo en cuanto a gustos musicales y siempre defendiendo con
vehemencia, pero con respeto, cada uno a su equipo de fútbol.
Pero
lo que no acabo de ver es qué hay detrás de lo de aquel día… Qué o quién pudo permitir
que dejaras viuda y dos huérfanas sin tener en cuenta vuestra opinión, vuestra
posición, para nada.
***
Aquel
día entré en la nívea habitación, con níveas paredes, techo, cama y ropas de
cama; nada te pregunté, porque nada ibas a responderme, bastante tenía ya tu
cuerpo con seguir respirando ayudado por aquella máquina tan ruidosa como los
silencios de nuestros bares. Mi mente intentó comunicar con la tuya, sin éxito,
tú ya no estabas allí; quién sabe si intentando localizar a quienes recibirían
en unas horas parte de tu humanidad para ofrecerles la posibilidad de seguir
viviendo en generosidad. No, nunca sabré lo que hubo detrás de aquel día, de aquel
maldito día… Pero lo que sí sé es que en esa desconocida dimensión en la que te
encuentras, el correo siempre estará repartido a tiempo.
© Patxi Hinojosa Luján , tu primo.
(31/08/2015)
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