Me
desperté empapado en sudor comprobando, con angustia, que eran ya las 6h32. Las
leyes de la física hacían del todo imposible que pudiera llegar a tiempo a la
estación para coger mi tren habitual, el de las 6h30, y esta confirmación originó
que casi se me duplicara el ritmo cardíaco, alterando de una manera
significativa la normalidad existente en cualquier otro día. Aunque este no era
otro día cualquiera…
Este
traía consigo algo distinto; con un esfuerzo de naturaleza desconocida hasta
entonces para mí, conseguí adquirir la percepción de mi realidad mientras el
latir de mi corazón se serenaba por momentos para, algo desubicado, constatar
que estaba ya del todo lúcido aunque fuera, eso sí, todavía levitando dentro de
otro sueño. Con la facilidad que otorga la lógica, deduje que unos segundos
antes debería de haber estado soñando que dormía cuando desperté de esta última
alucinación para recobrar la conciencia de estar todavía en los brazos de
Morfeo.
Y la
metáfora no lo era del todo: no estaba solo en aquel onírico entorno, no. Me
acompañaba, sin él percatarse de que yo compartía su presencia, un ser del que
no podría aseverar en estos instantes si era o no corpóreo, pero al que mi sentido
del humor, que nunca he perdido ni en sueños, bautizó como Hypnos.
Allí
estaba Hypnos, libreta —o su equivalente en el mundo inconsciente— en mano,
anotando aquí, marcando allá, subrayando esto, tachando aquello… tan
concentrado que no se percató de la evidente anomalía en esas bajas capas de la
consciencia hasta pasados unos cuantos segmentos temporales de los que deben medir
los sueños, innombrables ahora para mí por desconocidos. Pero aprendí mucho
durante el tiempo que estuve observando su proceder, hasta el punto de que
empecé a entender algo del mecanismo de los sueños, y pensé en el partido que podría
sacar de todo ello.
Sin
intentar siquiera abandonar ese estado —la verdad, la placidez que otorgaba hacía
que me encontrara tan a gusto en él…—, importé de mi mundo real la información suficiente
para moverme en él con los datos necesarios para esa conversación que, de manera
irremediable, tendría que mantener con mi acompañante en cuanto se sintiera
descubierto. Y ello no podía tardar.
En
cuanto Hypnos se sacudió la sorpresa inicial, me miró a los ojos y pudo verificar
dos cosas: que una anomalía —más tarde tendría que investigar para localizar su
origen e impedir que se repitiera, pero eso sería más tarde— había hecho que delatara
su presencia y dejara sus maniobras habituales al descubierto. Y que ese ser
que no le rehuía la mirada, quizá por no recordar su condición de deidad, o sea
yo, iba a ofrecerle una dura resistencia en la inevitable negociación. Se
barruntaba pelea, y se presentía un
pacto, era tan necesario como ineludible.
Yo
le expuse mi deseo de que, en vista de que una de sus funciones consistía en elegir
al azar o a su voluntad —supuse que dependiendo del humor de turno— el capítulo
del «Libro de los Sueños» en que debería abrirse para cada ocasión, procurara
evitar repetir en lo sucesivo ninguno, para que la perspectiva de la novedad le
diera un toque de intriga y deseo a cada previa al descanso y desapareciera de
una vez por todas esa sensación de bucle sin salida de cuando hemos repetido
sueño en más de una ocasión en un breve espacio de tiempo. Y, también, que marcara
como «soñado» en el libro el capítulo correspondiente al hecho de tener que
madrugar para estar en la estación a las 6h27 cada día laborable; esa era una
condición que hacía unas semanas había logrado desterrar de mi vida y ahora
prefería visitar las estaciones sin agobios temporales de ningún tipo, aunque sin
renunciar a las viejas compañías de siempre.
Hypnos,
aceptando lo anterior, por su parte solo puso dos condiciones: que no hiciera público
nuestro encuentro y que, para sucesivas ocasiones —intuyendo mi personalidad,
se aventuró a pensar en ellas con un halo de impaciente deseo—, me dirigiera a
él como Morfeo, lo prefería desde siempre, quizá por carecer de ese dichoso
matiz médico.
Y
aquí y ahora os pido un pequeño favor: que hagáis como si no habéis leído este
texto, es decir, que tengáis cuidado de no comentarlo en vuestros sueños, nunca
se sabe…
© Patxi Hinojosa Luján
(14/12/2015)
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