Las
hexagonales, singulares —con infinitos dibujos— y heladas figuras geométricas que
esconden los copos de nieve no han hecho acto de presencia, de momento.
***
El
canto del gallo de mi último amanecer ha debido de abrirse paso hace algún
tiempo entre el aroma de la lluvia al caer, pero esta vez no me ha localizado
entre su dormido público puesto que ya me encuentro lejos de allí. He partido un
rato antes de su penúltima sonora actuación sin hacer ruido, respetando su
descanso, al tener que retornar sin mucha demora hacia unos dominios donde
espera paciente una ninfa, mi hada particular, que en todo caso no impone urgencias,
todo ello cuando soy consciente de que mi zona de confort ya no se encuentra
solo en aquellos. Lo hago con la conciencia tranquila, impasible el rostro aunque
húmedos los sentimientos de tanto llorar despedidas que se han tornado en secas
solo por fuera a base de ensayarlas a intervalos que estimo muy prolongados,
demasiado. Atrás quedan besos, abrazos, confidencias, deseos, conversaciones a
pecho descubierto, cuando no a corazón abierto, con el nexo común del respeto y
el cariño, mayúsculos ambos. También dejo atrás palabras, frases y sentimientos
compartidos durante el corto reinado de una Luna casi llena, que se propagaron
con habilidad sobre el alambre flojo de los bits de la modernidad inalámbrica
recolocando impresiones y valoraciones y que pasaron al modo «hasta pronto»
esquivando bostezos de madrugada.
El
ambiente de la fascinante tierra que acogió tales muestras de afecto hechiza, y
es que dicen que cuenta con seres que seducen y embrujan aún sin manifestarse.
Mi
mente resta anclada en el mágico territorio recién visitado mientras mi cuerpo
se aleja de él y creo intuir unas presencias que no se manifiestan corpóreas pero
que me persiguen durante el viaje; casi noto sus alientos en mi nuca, aunque no
encuentro nada ni a nadie cuando miro por encima del hombro con un hormigueo
recorriéndome la columna. Es como si denunciaran mi prematura partida de esas
tierras que van quedando cada vez más atrás en mi navegador, que no en mi alma,
y exigieran, más que demandar, mi inmediato regreso para no ver disminuido el
número de sus conquistas.
Comprendo
que han oído mis pensamientos en un momento de debilidad —debido a la lógica
relajación por el cansancio acumulado— cuando reparo en que ya no me acompañan
aquellas en las que no creía. Y es que siempre había hecho mía la frase popular gallega: «eu non creo nas meigas, mais habelas, hainas».
***
Algunas meigas ya están
buscando en sus tierras nuevas gentes a las que enseñar, en los dos sentidos,
sus sortilegios. Sé que me esperan. Y sé que ellas saben que volveré, que
volveremos…
Un manto nevado reciente embellece
todavía más el mágico entorno y siete valientes forasteros se arriesgan a
adentrarse en el más blanco de los bosques. A lo lejos se oye un conxuro, mas justo al
lado otro…
© Patxi Hinojosa Luján
(Astorga - 26/02/2016)
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