Necesitaba darme un respiro, cambiar el
chip, salir de la rutina en definitiva. Pasé de largo, aunque enseguida
retrocedí al darme cuenta con efectos retardados que aquel café-bar estaba
vacío, y como a mí nunca me han gustado las aglomeraciones… entré. Encontré al
barman secando, supuse que por enésima vez, la misma copa con una desidia que
me preocupó hasta que lo justifiqué con el repetido: «será la crisis». No sé por
qué, pero intuí que ambos necesitábamos lo mismo, charlar distendidamente con
algún desconocido, él para volver a vivir esa experiencia (¡la maldita crisis
otra vez!) y yo para saber qué se siente al experimentarlo como novedad.
Me iba a dirigir a él mientras me
acercaba a la barra cuando se me adelantó saliendo de su letargo, y mostrando
un esbozo de sonrisa que me pareció sincero y su mejor pose profesional,
preguntó al viejo estilo:
―¿El señor
tomará…?
―Un café,
por favor
―¿Cómo lo
quiere el señor?
Llegado este momento, aproveché la
coyuntura y, recordando y homenajeando a mi querido y viejo amigo bilbaíno
solté:
―Con cariño…
¡como si fuera para ti! <Y por favor, tú también tutéame, pensé…>
La ocurrencia debió hacerle gracia, al
igual que había ocurrido con todos los camareros que atendieron a Sergio en mi presencia
mientras hacíamos el Camino y éste repetía la misma petición una y otra vez.
No sé si el café fue preparado o no de
alguna manera especial, o es que siempre los hacía o le salían tan exquisitos,
pero a mí me pareció que simplemente había atendido a mi demanda y se había
esmerado. Realmente disfruté tomándolo como hacía tiempo que no lo hacía. Lo
saboreé al tiempo que intimábamos contándonos nuestras penas respectivas que no
diferían tanto entre sí. Hablamos de lo divino y de lo humano, de esto y de
aquello, y de lo de más allá también. Hasta me confesó que a la copa con la que
le vi al entrar la llamaban «comodín», que nunca se utilizaba con la clientela
y que servía para evitar dar una imagen de desocupación. Vamos, que era una
especie de talismán.
Mientras, el local seguía vacío, si se
nos exceptuaba a nosotros ¡claro! Aunque la Luna, tímida ella pero celosa de
nuestra complicidad, nos mostró un rato su ombligo a través de la cristalera de
la fachada principal sin decidirse a entrar, hasta que se
lo pensó mejor al ver que no le prestábamos atención y decidió visitar otros
lares.
Al café inicial le siguieron un par de
ellos más, tan deliciosos como el primero, para pasar después a una bebida más
contundente, concretamente el ron, que compartimos con gusto, él solo y yo con
cola, y que hizo que desatáramos nuestras lenguas para acabar de arreglar el
país, el mundo y casi hasta el universo entero si no llega a ser porque alguien
entró en el local e hizo que la magia del momento pasara a «pausa». No tuve que
volverme hacia la puerta, reconocí su tos de fumador. Intuí que no era
casualidad, sino que había salido a buscarme presumiendo que ambos pudiéramos
estar con la moral situada en parámetros similares y que un rato de mutua
compañía y conversación no nos vendría mal.
―¿Podrías
ponerle un café a mi amigo…? ―me apresuraba ya a pedir a mi nuevo amigo barman
cuando en ese momento la magia el momento volvió a «play» al adelantárseme éste
y apuntar:
―Sí, sí, ya
lo sé, “con cariño, como si fuera para mí…”
Patxi
Hinojosa Luján
(28/07/2013)
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