Un día cualquiera, tu hada particular te «invita» a abandonar su Reino, aunque sea solo para unos pocos días. No es un capricho suyo, sino más bien una necesidad para los dos. No hay que dejar que el estado de ansiedad de uno corrompa la paz y el equilibrio interior de ella, disminuyendo su valiosa energía. Y es que, de vez en cuando hay que oxigenar cuerpos y almas, y alejarse un poco de tu entorno para verlo todo con una mayor perspectiva, o mejor dicho, con otra perspectiva diferente, no es ni mucho menos una mala idea.
Una noche cualquiera llegas, con previo
aviso, a una estación de tren donde un amigo que por edad podría ser tu hijo,
sí, pero que es tu amigo, te está esperando para recibirte con los brazos
abiertos, de esos que dan abrazos de los de verdad, y que tiene el detalle de
hacer que suene en el equipo de música de su coche This train don’t stop there anymore de nuestro querido primo Elton,
para acabar de instalar la atmósfera perfecta.
Juntos, vamos al encuentro de una amiga
común. Ellos dos consiguen que el título de una de las canciones del último
álbum de Elton con letras de Bernie Taupin, en aquellos momentos sin publicar
aún, adquiera sentido ahora al escucharla en casa mientras escribo estas líneas.
Sí, claro, me refiero a Can’t stay alone
tonight, una de mis favoritas de The
diving board por cierto…
Ella no permite que busque acomodo en posada
alguna y me ofrece su hogar durante mi estancia en su comarca. Ella, una amiga
que, y de verdad que lo valoro en su justa medida, me regala además lo que yo
califico como más valioso de lo que atesora todo ser humano, su tiempo, porque
no me deja solo ni un momento y me acompaña (deliciosa compañía) en la visita
de su hermosa y bella ciudad, a la que no le falta ni gastronomía diversa ni
una fiesta espectacular. E incluso anima mientras me desfogo con mi vicio más
enraizado y adictivo… la compra de discos de música en sus diferentes formatos.
Como veis, vicio, sí, pero confesable al fin y al cabo.
Una tarde cualquiera, dos amigas más se
incorporan al protagonismo de este relato con su calor y su color, con su vida
llena de proyectos e ilusiones, teñidos de la pasión de su juventud a la par
que de la sensatez de su madurez, que comparten conmigo, lo que reconforta mi alma. Su compañía y su conversación
sincera, así como el cariño con que rodean todo, hacen que se emborronen los
datos de nuestros respectivos DNI hasta asemejarse y que esas cervezas en aquel
entorno (siempre) festivo recuerden y sepan a las de mi juventud, días atrás,
no diré cuántos…
Un día cualquiera no sabes qué hora es…
esto… ¡perdón! Que me he ido por los cerros de Úbeda y esto es de otra
película…
Un día cualquiera, te das cuenta de que
tienes que cerrar bien los ojos, esos ojos que creías poderosos por tener muy
abiertos, para poder ver entonces que todos esos días, y noches y tardes,
podrían adjetivarse con muchos atributos, y todos positivos, pero que ya nunca
más se podrán acompañar con el pronombre «cualquiera».
Y no sería justo, no, dejar pasar esta
ocasión sin aprovechar la coyuntura en la que me encuentro y agradecer una vez
más a mi querido hermano menor también
el presentarme y prestarme el Captain
fantastic and the brown dirt cowboy hace ya la friolera de treinta y ocho
años, hecho que en gran medida es el responsable de que todo lo narrado aquí no
sea ficción.
Un mediodía cualquiera, mientras releo
estas palabras rodeado de viñedos en la Navarra riojana antes de hacéroslas
llegar, interiorizo una vez más lo afortunado que soy de teneros a todos… ya no
se ve todo tan gris.
Patxi
Hinojosa Luján
(25/10/2013)
(25/10/2013)
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