Hace unas semanas que mi vida experimentó
un cambio radical, afortunadamente a mejor. Entró a formar parte de ella una
personita maravillosa, mágica, embriagadora, todo un duende benefactor, mi hada
particular. Con ella no hay tiempo para perder, ni tiempo que perder. Todo es
positivo, todo es aprender, todo es sumar. ¿Os he dicho ya que es mágica? A
nuestro alrededor flota un aura que nos envuelve a ambos y que borra de un
plumazo toda la negatividad que pudiera amenazarnos. He dejado de sorprenderme
ante hechos que en mi anterior vida me hubieran dejado, como mínimo,
descolocado; y los acepto como lo más natural del mundo, tan natural como la
seguridad de que el Sol va a venir a visitarnos en cada amanecer, como ha hecho
cada día de nuestras vidas. Con ella he visto cosas que no me atrevería a
contar, no me gustaría que me tildasen de chalado. He vivido experiencias que
guardo para mí; bueno, para nosotros dos, total, no nos creerían…
Pero desde hace un tiempo nos está ocurriendo
un hecho especialmente inusual que a mí me tiene, no diré que preocupado, que
no, aunque sí expectante por ver cómo se van desarrollando los acontecimientos.
Y con curiosidad, también.
Desde aquel día en que, quizá por la
emoción de compartir mi hada y yo por vez primera nuestras imágenes en un mismo
espejo, nos dimos un apasionado beso delante de él, ocurre que hay días en que,
cual vampiros salidos de la imaginación de Bram Stoker, no nos vemos reflejados, ni
juntos ni por separado. En
ningún espejo. La verdad es que cuando
eso ocurre nos resulta muy gracioso, por ejemplo, el tener que peinarnos el uno al otro.
***
Nuestros reflejos llevan ya trece días
desaparecidos cuando mi chica me dice que tiene un pálpito, que la acompañe…
Nos acabamos de colocar frente al espejo de cuerpo entero del dormitorio. ¿Son sonidos
de pasos acercándose lo que proviene de él? Esperamos cogidos de la mano, un
ligero apretón por su parte me indica que no me impaciente, que pronto ocurrirá
algo…
***
De repente aparecen; parece como si llegaran a la carrera, intentando
colocarse adecuadamente y con disimulo en su sitio para interpretar su papel.
Pero hay algo que les delata: llegan algo despeinados, algo más de lo que lo
estamos nosotros, con un rubor rojizo en sus mejillas y un brillo de pasión en
sus ojos. La verdad, no se puede negar que son unos magníficos reflejos…
© Patxi Hinojosa Luján
(25/02/2015)
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