Casi todo el mundo te conocía por ese apodo
en tu pueblo natal. Mucha gente también en el que te acogió por tantos años y que
al final fue el que vio como abandonabas este mundo, en silencio, paradójicamente
después de haber hecho tanto ruido… Todos esos paisanos que hasta él te
acompañaron para, como tú, ganarse el pan y algo de dignidad, se encargaban de
no hacértelo olvidar. Curioso alias, «el Niño», al que nunca dejaste de honrar,
a tu manera…
No tuviste la suerte de ir mucho tiempo al
colegio, aunque la escuela de la Vida estuvo al quite y te amadrinó a temprana
edad. Y puedo dar fe de que muchos estudiados no te llegaban ni a la altura del
betún en cuanto a humanidad, clase, educación y saber estar. Eso sí, no te
emociones demasiado, no todo lo que vas a leerme serán parabienes…
Pero, a lo que iba, el hecho de que
dominaras la lectura hizo que devoraras cuantos libros y revistas se cruzaran delante
de ti, siempre que fueran de historia, política, ciencia, deportes o actualidad,
¡claro! Cómo olvidar todos esos dichos y ocurrentes frases que bien pudieran
haber salido del ingenio de un Einstein, un Chaplin o un Marx (Karl y Groucho, los
dos en este caso), pero que solo a ti te pertenecieron. Las recordamos más a
menudo de lo que hubiéramos supuesto, con nostalgia, con agradecimiento, con
cariño, y sin rencor…
El
problema era que no solo tenías ese afán devorador. Más de una botella, y no de
agua precisamente, quedó temblando después de tu paso por sus inmediaciones
durante todos esos años que transcurrieron desde la temprana edad a la que
empezaste a trabajar de ebanista (excelente ebanista) hasta el momento en que
tu cuerpo no pudo más, que fue cuando tu mente no quiso más.
Alguna de las muchas noches en que el
reloj te delataba al indicarnos que, una vez más, llegarías tarde a casa, y
entre angustias, nervios y, por qué no decirlo, miedo también, nos
preguntábamos si, cuando lo hicieras, contarías chistes de Cantinflas o gritarías indiscriminadamente, con o sin amenazas, al final nos sorprendías llegando sobrio,
conversador y cariñoso, poniendo no sé qué excusas por tu tardanza y haciendo
que la tranquilidad volviera a reinar, eso sí, por una cantidad de horas
indeterminada.
Algún tiempo después, fui consciente de
que tus participaciones en las pegadas clandestinas de carteles del hoy
moribundo PCE nos libró de alguna que otra borrachera con sus devastadoras
consecuencias para ti y para todos nosotros. Ese señor bajito y con bigote, que
te dejó huérfano con solo cuatro años, te hizo militar bajo aquellas siglas
hasta el final, camarada.
Y hoy y ahora me surge una duda. Ignoro si
allá donde estés, tu espíritu habrá coincidido con el de Ella. Espero y deseo
que así haya sido. Entiendo que los espíritus carecen de orgullo, por lo que me
reconforta pensar que ya le habrás pedido perdón, y Ella te habrá perdonado. Nosotros
estamos en ello…
PD: ¡Ah!, se me olvidaba... ¡muchas gracias
por el escudo gorri ta zuria que esculpiste en mi corazón hace más
de cincuenta años!
© Patxi Hinojosa Luján
(02/02/2015)
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