Últimamente, rara es la ocasión en que
el bar Jany no nos acoge en la tradicional cena de cuadrilla del segundo
viernes de cada mes. Hemos establecido hace no tanto la costumbre de que así
sea, lo que ayuda a nuestras veteranas memorias a no parecerlo tanto. La verdad
es que este hábito, que hemos convertido en tradición, aporta la necesaria oxigenación
a nuestras relaciones de amistad que tanto se van prolongando en el tiempo, por
fortuna durante varias décadas ya, de tal manera que algunas de las muchas
canas que ahora nos adornan, se engañan viéndose reflejadas de un color casi
olvidado en el espejo del tiempo.
Alrededor de las dos mesas, unidas siempre
para la ocasión, surgen anécdotas, chistes, vivencias, recuerdos, ¡tantos
recuerdos!… También, cómo no, novedades, aunque algunas ya no sean muy
agradables, todo hay que decirlo, porque las probabilidades de que los relatos
que vayamos turnando se refieran a las visitas médicas han subido tanto como
los dígitos de nuestros documentos de identidad. Aun así, el cariño que inunda
y envuelve estas reuniones mitiga en parte la negativa sorpresa inicial y
reconduce las conversaciones hacia esos temas más lúdicos y que nos apasionan, como
el cine, la música, la informática, el deporte, casi siempre practicado por
otros… El Athletic y la Real aparecen, como no podría ser de otra manera, pero
la sangre nunca llega al río, sobre todo porque somos mayoría rojiblanca,
paradójicamente en esta tierra hostil que es nuestro particular «territorio
comanche», y porque es muy raro que alguien pueda presumir de algún logro más o
menos reciente.
Seguimos
hablando de mujeres, claro, pero de las que nos esperan en casa. Y de coches, pero
ya muy poco, solo a veces. De política casi nada, somos perros viejos y sabemos
de sobra qué temas no hay que tocar para que la fiesta empiece, continúe y
acabe en paz.
Antes, cuando nuestros oscuros cabellos aún
miraban altivos las canas ajenas, las periódicas cenas se programaban más bien
en función de cumpleaños y fiestas locales, y solían ser más, cómo lo diría… más
improvisadas por imprevisibles, puesto que al ágape propiamente dicho le
sucedía una peregrinación, más o menos prolongada según la ocasión, por las tascas
de la zona. Y aquí, y que me perdone Sabina, tengo que reconocer que ahora «ya
no cerramos los bares ni hacemos tantos excesos». Incluso, la solitaria copa de
después en que se convirtió la despedida durante la etapa más intermedia de
este río de la vida de nuestra amistad, ya no nos sabe tan bien puesto que ahora
ni siquiera nos planteamos tomárnosla…
Hoy y ahora, tengo que dejar de escribir
y guardar ya los bártulos, Jose tiene que recoger todo antes de cerrar el bar.
Mañana es hoy otra vez, y se ha ganado un descanso.
El día de mañana, pasado mañana, quién
sabe si podremos seguir viniendo a su bar, acabo de caer en la cuenta de que no
tiene acceso para minusválidos…
© Patxi Hinojosa Luján
(14/02/2015)
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