Tiempo
atrás, al cerrar la ventana de la vida por enésima vez, se me hizo de día; ahora
sé que aquella luz no era todo lo natural que yo hubiera esperado.
Tarde
me di cuenta de que nunca habías estado, porque nunca habías dejado de querer
no estar. Quizá por ello, cuando en nuestra última noche la culpabilidad te
despertó de madrugada y topaste con mi máxima desnudez, aferrándote a ella me regalaste
una despedida de roces, caricias y sudor compartido aliñados con silencios que,
a pesar de todo, guardo bajo siete llaves como recuerdo de lo que no fue.
Al
final también me abandonó tu presencia corpórea, cuando fue a reunirse con tu
voluntad, y al abrir la frecuentada ventana se me hizo de noche. A partir de
entonces, he aprendido a convertir en luz esa oscuridad, en alegría la
tristeza, en brillo todo lo mate; las tinieblas ya no encontrarán en mi mundo más
noches en las que agazaparse.
***
Desde
hace pocos meses tengo unos nuevos amigos de toda la vida, y esa es ya otra
historia que me llegó cuando mantenía todas las ventanas cerradas para ti;
cerradas de par en par…
© Patxi Hinojosa Luján
(24/04/2016)
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