No
fue un sonido el que nos alertó. La impoluta estancia estaba ofreciendo durante
esos días un silencio no perfecto respetado por las emociones contenidas; éstas
ralentizaban cada acción mientras los susurros de nuestras conversaciones surcaban
el aire cual subtítulos garabateados en él sin ánimo de molestar. Susurros, por
si en un descuido de quien sabe quién hubieran podido llegar a leerse con sus
—en apariencia— dormidos oídos.
Tampoco
la vista nos advirtió de nada que pudiera salirse de un guion que ya nos
sabíamos de memoria, el de Miradas desde
mundos distantes, la triste película estrenada en los particulares cines de
demasiados hogares.
Cierto
es que durante toda la estadía mantuvimos la concentración para que el tacto
tuviera suma importancia; mejor dicho, los dos tactos. Nos esmeramos para que
el cariño y el respeto envolvieran dichos y hechos mientras, como recompensa, se
nos obsequiaba con la calidez del contacto de su piel cuando acariciábamos la
de sus manos y cara disimulando lloros convulsivos.
Por
intuir, sospechábamos que el desenlace pudiera presentarse en cualquier
momento, aunque aquí el olfato, distraído él por desocupado, nada tuvo que ver.
No,
no fue ninguna alerta de nuestros sentidos lo que hizo que ese mediodía, con
sólo mirarnos, tomáramos la decisión de frenar en seco y volver sobre nuestros
pasos decididos así a alargar nuestra compañía diaria… hasta ese final que ya
se presentía próximo y que se certificó poco después. Justo en aquellos
instantes previos al desenlace tuvimos la sensación de que allí había algo más,
algo diferente a todo lo que conocíamos hasta entonces; lo percibimos como una
entidad intangible, sobrenatural e inalcanzable, y reveladora… A día de hoy la tenemos
bien presente, porque no la olvidaremos jamás; no en vano, cuando entrábamos en
los últimos cien metros de la carrera sin saberlo, nos deparó la oportunidad de
acompañar su despedida en paz.
Después
llegaron miradas cruzadas, barbillas trazando asentimientos, nudos en las gargantas,
pulsador encendido, enfermera acudiendo; su confirmación, nuestra aceptación…
Y con
la frialdad con que nos envuelve la pena y la resignación enraizada por el inexorable
paso del tiempo, ahora rememoramos el trascendente momento con toda claridad: nuestra
afortunada reacción se debió a esa extraña percepción; sin duda fue provocada
por aquella sensación…
© Patxi Hinojosa Luján
(22/09/2016)
escribes maravillosamente bien un abrazo desde Miami
ResponderEliminarQuedo muy agradecido por tu visita y por tan generoso comentario.
EliminarUn abrazo.
Hasta hoy no había tenido oportunidad de leerlo.
ResponderEliminarMe alegraré siempre por vosotros y por ella. Por haber estado a su lado acompañandole hasta su último aliento.
Gracias por compartirlo Patxi.
Un fuerte abrazo