jueves, 2 de febrero de 2017

Velas


Carga con más edad de la que admite, de la que desearía, y por eso a veces discrepa con la imagen de sus espejos e incluso discute con vehemencia con ella. En su vida, no obstante, reina un silencio espeso, difícil de respirar, que la atmósfera de su barrio ha sabido respetar desde siempre; pero quizá por eso se mudó allí después de aquello…
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Hoy corre uno de los últimos días del año y él, temprano como cada tarde desde hace algunas semanas, se dispone a preparar una mesa con dos cubiertos al amparo de la pronto esquiva luz solar mientras un gato maúlla con desgana ignorando las croquetas de su cuenco, abundantes como siempre; pronto caerá la noche aprovechando la lentitud de sus acciones, que dibuja a cámara lenta, cada día más.
Justo en el momento en que el Sol se despide sin poderle ofrecer la certidumbre de un nuevo amanecer, enciende una vela que sitúa entre los dos servicios junto a otra sin estrenar que, con la precaución de la intuición, suele colocar a su lado.
Al cabo de un buen rato, un plato permanece intacto, como en ocasiones anteriores, cuando él ya ha terminado el suyo y, con un suspiro de paciencia, lo retira de la mesa junto a todo lo demás antes de volver a sentarse a la misma. Su soledad hace tiempo que mutó a un doloroso vacío, aunque sus lagunas mentales hagan que él cada vez lo tenga menos presente.
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En la modesta vivienda cada enchufe eléctrico muestra el decorado de unas incipientes telarañas tejidas por la injusticia social; en su estancia menos fría, casi tan helada como el resto, una mesa camilla tiene por único adorno una vela sin usar junto a otra ya consumida hace horas. A su lado, una cara y unas manos surcadas de arrugas descansan medio tapadas por una mantita en un reposo que pareciera ensayar para el definitivo que llegará más pronto que tarde. La oscuridad es total mas se intuye el brillo de dos pequeños ojos felinos. Su dueño maúlla ahora con un punto de desesperación reclamando una atención que puede que su instinto nunca llegue a valorar en su justa dimensión.

«Quizá si araño con persistencia la madera de la puerta, puede que mi humano me oiga y atienda a mi llamada» reflejaría la traducción de los prácticos pensamientos gatunos.

Cuando el humano emerge del mundo de los sueños, lo hace creyendo que también la escena anterior pertenece a ellos; y lo cree también de aquella otra en la que, casi sesenta años atrás, la joven más hermosa de su mundo le rechazó…

«—Me caes muy bien. Pero no, de verdad no puedo. No es por ti, es por mí… Verás, no sé cómo decirte esto: resulta que tú y yo tenemos los mismos gustos, ¿me entiendes?»

… y él nunca lo entendió ni aceptó, y por eso borró aquel rechazo de su memoria, de la memoria de cada uno de sus despertares.

© Patxi Hinojosa Luján
(02/02/2017)

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