(Imagen extraída de la red Internet)
Me
sorprende verte aquí, tan lejos de la serenidad. Te he reconocido por
casualidad y quiero pensar que tú a mí no; me he acercado lo suficiente para
observarte mientras paseas por este barrio de la Tristeza que visito en
ocasiones para no morir de felicidad, aunque he de confesarte que lo hago siempre
embutido en disfraces diversos. Ahora, mientras atuso un mostacho que nunca me
creció, advierto que cambias de acera y con ello te acercas, no sé si eres
consciente, a la calle Autocompasión; me recorre un ligero escalofrío. Mi
corazón anhela que no entres, que pases de largo, no conozco a nadie que haya
salido de ella sin negativas secuelas emocionales. Entonces, grito llamadas mudas
esperando que no me sean devueltas por «destinatario desconocido o ausente» a la
par que ordeno en mi mente todo aquello que desearía compartir contigo.
Sí,
ya sé que pocas cosas angustian más que presentir que acabaremos ahogándonos en
nuestros propios fracasos, estén anunciados o no, pero existen válvulas de
escape que tenemos todos a flor de piel…
Llora,
amigo, libera compuertas antes de que el tiempo —aliado solo en ocasiones— inutilice sus goznes con el óxido de
su tiranía y sea ya demasiado tarde.
Llora,
ya debes saber que hacerlo no te hará más débil pese al criterio de aquellos
que cada vez lo son más sin siquiera sospecharlo.
Llora,
humedece nuestras miradas cruzadas con tu desahogo cuando el nudo de tu
garganta bloquee esas palabras que solo te podré leer en el brillo de los ojos.
Llora
pues, cuando lo necesites llora, no te contengas, mas el resto de tus instantes
sonríe, sonríe siempre que el llorar no se antoje tan inevitable como necesario.
Por
sonreír, sonríe cuando seas tú el que tenga que recordarme todo esto a mí; sé
que no lo olvidarás, como sé también que no escatimarás apoyo alguno.
Y
ríe, jamás reprimas tus carcajadas…
© Patxi Hinojosa Luján, desde el Val d'Orcia
(27/04/2017)
Como siempre da gusto leerte Patxi.
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