¡¿Han
apagado la luz?!
***
Instalado
en tu mundo de tinieblas, añorarás los momentos en los que la inmensidad del
mar te obsequiaba ese sosiego tan necesario como esquivo en ocasiones y que sé
que ahora te es imposible rememorar; o al menos eso creo.
Te
imagino, no sin cierta nostalgia por tantos instantes compartidos, en un
universo paralelo carente de todo lo que rebosa en éste y en el que sólo el
silencio, la oscuridad, el vacío más absoluto, tienen cabida. Claro que tampoco
puedes disfrutar de los restantes tres sentidos, ¿cómo podrías, ahora que ya
eres un miembro más del «Reino de los muertos»?
Tu
cuerpo está ahora preso, es prisionero de la inexorabilidad del paso mortal por
la vida, con su insoportable certidumbre. Tu alma, ¡quién sabe!, imagino que
vagando sin sentidos…, intuyo que esperando a la mía, aunque si alguna vez
llegara a encontrarla, sentiría gran frustración al no poder ejecutar esa
venganza que nunca pudiste llegar a planear.
Sé
que no me ves, que no me oyes; y sé que no me estás tocando, ¡qué tontería tan
sólo pensarlo!..., y aun así te percibo. Quiero pensar que es porque, de alguna
manera, tu espíritu no encuentra el modo de olvidar este paraje, quizá porque ni
siquiera intenta buscarlo, al menos no hasta que acabe de entender qué pasó, y
por qué.
***
La
erosión ha hecho retroceder al acantilado unos centímetros desde la última vez
que estuve aquí, en este rocoso entorno, contigo, querido examigo. Han pasado,
¿cuántos, diez años ya?, y pareciera que fue anteayer. A pesar del tiempo transcurrido
y de todo lo ocurrido, este recóndito lugar, de tan difícil acceso, conserva
toda la magia con que nos cautivó en las numerosas ocasiones en que vinimos a
impregnarnos de ella, a perdernos en ella.
Estaba
en lo cierto al intuir que me propondrías venir hasta aquí para suavizar los
efectos de la espantosa resaca con la refrescante brisa marina. Tú mismo te
metiste en la boca del lobo, amigo, y con ello acabaste de escribir los últimos
detalles de mi plan poniéndole el punto y final.
Aún
hoy me pregunto cómo, teniendo ese vértigo desmesurado, osaste situarte tan al
borde del precipicio que las punteras de tus pies retaban al vacío; y tú te
preguntarías, antes del impacto mortal, qué había pasado, por qué yo te había
«ayudado» a caer. Dudo de que en el corto espacio de tiempo que duró tu vuelo
en caída libre tuvieras ocasión de entender…
…
que el bebé lleva tus apellidos, pero mis genes
…
que no tardarías en ver en sus facciones rasgos míos
… que
organicé aquella cena con exceso de alcohol porque éste aligera, no sólo gatillos,
sino también plumas con las que firmar seguros de vida, por poner un ejemplo
que nos atañe.
Nunca
pude evitarlo, y hoy es el día en que enfermo sólo de pensar en la escena de
seducción que, papeles en mano, debió brindarte «nuestra» chica, y siento unos celos
tan hirientes, tan absurdos…
***
Pareciera
que el Sol me hace un guiño justo cuando comienza a esconderse detrás de un
monte familiar, pero enseguida bajo de ese pedestal a mi vanidad al recordar que
el ligero parpadeo observado no está dedicado a mí sino que es producto del
movimiento de las capas de aire a diferentes temperaturas que observo allí a lo
lejos. Y empieza a refrescar. No hay nadie más aparte de mí, bueno, de
nosotros, porque aún hoy tu recuerdo lo envuelve todo. Es la hora de la retirada.
Mi chica y mis dos hijos me estarán esperando. Mis hijos, dos gotas de agua
pese a llevarse algo más de dos años.
***
Antes
de partir, algo me empuja a sentir la necesidad de echar un vistazo al
precipicio desde el borde del acantilado; ya está, aunque no sé por qué me he
adelantado tanto, tengo casi medio pie en el vacío, ¡qué vértigo, ahora te
entiendo mejor!
Pero,
¿qué pasa?, estoy perdiendo el equilibrio, voy a caer…
Un
segundo antes de que mi corazón deje de latir en plena caída y yo me sumerja de
lleno en las tinieblas eternas que tú tan bien conoces, consigo mirar hacia
arriba y te veo allí, en el mismo borde, sonriente. Solo acierto a gritar:
¡¡¡No, no puede ser!!!, pero mi grito se confunde con el silencio y lo engulle
la indiferencia del Universo.
© Patxi Hinojosa Luján
(04/05/2016,
Hendaye, de paseo por «Le Domaine d’Abbadia»)
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