Fue
un instante fatídico enmarcado en una época convulsa y oscura. Aún hoy, casi
ocho décadas después, oigo los ecos de tus gritos ahogados en sufrimiento revelando
tu angustia, junto con los de todas las demás vidas quebradas a traición cuando
muchos de nosotros todavía no éramos más que una remota posibilidad; los tuyos,
que van teñidos de la sangre que yo heredaría años después, desgarran el aire
en una llamada que ni el paso de los años, ni la inicua soberbia ganadora han
podido callar, ni tan siquiera amortiguar. Lo cierto es que los he oído siempre,
formaban parte de un paisaje vital que no admirábamos demasiado, no fuera a ser
que nos deslumbrara su crudeza, su crueldad; sé que tus lamentos no se han quejado
nunca por tu suerte, sino por la situación de desamparo en que quedó tu familia
al tener que jugar la carta de tu ausencia, entre otras casi tan inhumanas, y
sé proceden de ese espacio atemporal que ampara todas las causas que han tenido
que danzar con la injusticia en bailes tan lentos como perversos. Siempre han
estado ahí, pero es ahora cuando han movido el resorte que faltaba para poder
tomar conciencia completa de su significado.
Una
bala, que a buen seguro no entendía de ideologías, iba tan perdida que rebotó
en una roca yéndose a alojar en una de tus arterias, destrozándola. Desventajas
de estar en la primera línea. No pudieron frenarte la hemorragia ni con el
torniquete hecho con aquella bandera tricolor que también acabó teñida de rojo
sangre, la sangre que te abandonó para recordarnos la sinrazón de cualquier
guerra fratricida durante las décadas de sufrimiento que la siguieron.
Hoy,
por fin, he sentido la necesidad de acercarme en consciencia hasta esa realidad
tan dolorosa, y he acudido a su llamada; a mi próximo destino físico, desconocido
hasta ahora para mí y situado en la comunidad de Madrid, no tardaré en
acercarme. Pero una cosa es cierta, abuelo: cuando tenga frente a mí su cartel anunciador
y entremos en Brunete, nunca más volveré a mirar al mundo ni a sus habitantes de
la misma manera, puedes estar seguro.
© Patxi Hinojosa Luján, tu nieto mayor.
(17/06/2016)
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