sábado, 18 de marzo de 2017

El trato


La atmósfera andaba ese día sobrada de poesía; en su regazo versos insumisos imaginaban danzas buscando encontrar el equilibrio que les dotara de un plus de armonía y sonoridad y, egoístas cual gato arisco, desahuciaban a una prosa que ya empezaba a escasear. La suya había sido una jornada más larga y cansina de lo habitual, agotadora. Aun así intentaría escribir al menos un par de horas más. Esta que terminaba estaba siendo una semana de ritmo frenético por mor de la inoportuna gripe que amenazó con mutarse a una neumonía que al final pudo evitar. Mas el retraso acumulado por este imprevisto en su quehacer era incompatible con el compromiso adquirido con su editorial, para la que debería tener lista su novela en escasos días.
La cosa pintaba mal, para qué negarlo. Había confiado, según su viciada costumbre, en ese impulso que a última hora, cargado con una insólita energía que solo le visitaba en estas situaciones, le permitía en todas ellas pulir y acabar su obra.
En esta ocasión, la sorpresa en forma de las fiebres más severas que recordaba, de batas blancas, medicinas y serias advertencias con reposo absoluto en cama, amenazaba con arruinar sus planes, lo que con seguridad invalidaría su jugoso contrato.
Se otorgó un pequeño descanso que aprovechó para desentumecer sus articulaciones. Recorrió el pasillo varias veces y volvió a su despacho después de beber un generoso trago de agua con gas. Se acomodó en la butaca de su escritorio y observó el monitor que volvió a la vida con un leve movimiento del periférico roedor. Pensó que quizá debería considerar aceptar esa ayuda que le habían ofrecido con insistencia en los últimos tiempos; si en algún momento tenía sentido tan peregrina idea, ese era este. Cerró los ojos…
***
… cuando los abrió dos capítulos más tarde, observó cómo el cursor se movía nervioso generando nuevas palabras y frases que tenían, en verdad, muy buena pinta; solo en contadas ocasiones retrocedía para cambiar palabras o expresiones por otras más adecuadas, más literarias; también para corregir pequeños despistes ortográficos, de puntuación o de teclado que él solo apreciaba cuando ya estaban desapareciendo. Y le estaba gustando lo que leía. Volvió a cerrar los ojos en lo que pretendió ser un instintivo acto reflejo de relax y que acabó convirtiéndose en mucho más…
No sabría precisar si aún permanecía en mundos oníricos cuando se percató de que se estrechaba la mano con alguien, como cerrando un trato, y la duda mutó a perplejidad cuando constató que ese alguien no era sino el personaje principal de su inacabada novela. Y entonces lo vio claro: era este el que, sin muestras de fatiga y con un estilo literario tan similar al suyo que asustaba, estaba terminando el trabajo con celeridad. Meditó un instante y no tuvo que forzarse para regalarle una sonrisa a la vida.
Rio al recordar las ocasiones varias en las que su protagonista le había confesado que le encantaba cómo estaba evolucionando la trama y que no veía llegar el día de descansar tras el altivo punto final de los finales, siempre ignorante de los restantes dos puntos suspensivos..

© Patxi Hinojosa Luján, en Murcia, con amigos
(18/03/2017)

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