Evoco
sin nostalgia aquel día en el que oí cómo alguien gritaba tras de mí, a lo
lejos: ¡¡¡al ladrón, al ladrón!!! Ese alguien eras tú. Recuerdo que yo seguí a
lo mío, hasta entonces no había sospechado que pudiera tener alguna habilidad
para robar en un corazón, y ni siquiera miré por encima de mi hombro para
saciar una curiosidad que no tenía. Más tarde, tú intentarías convencerme de lo
contrario con cierto éxito.
Reconozco
que esos primeros tiempos se colmaron de miel y sal, de ternura y arrebato, de
cordura y locura… Hoy, cuando el ardor
de la lava de la pasión hace tiempo que se extinguió, impregnando nuestra
rutina con la frialdad del río detenido cual reguero de roca, no quisiera
herirte con lo que voy a confesarte, me conoces lo suficiente para ver que no
es esa mi intención; pero debes saber, e imagino que lo intuyes, que estoy
mejor con ella. Y no me siento culpable, no lo considero infidelidad, tampoco
traición.
Ella
ha llegado a mi vida para llenarla de sosiego y de paz, y lo ha hecho para
quedarse; respeta el silencio que necesito como el respirar desde que tú y yo empezamos
a divisar horizontes distintos, a pesar de caminar pegados, pues lo hacíamos
con el fino abismo de la indiferencia entre ambos. No me culpo por ello, o al
menos no solo a mí. Y te rogaría que apartaras de tu mente la idea de que yo te
haya podido engañar, este es un verbo que deseché de mi diccionario mucho antes
del principio de la partida.
Durante
todo este tiempo de secreta aventura, he disfrutado de ella cuando tú te ibas,
y cada día que pasaba aumentaba mi deseo de repetir; aunque no sé si por
prudencia o cobardía, no intenté hacerte partícipe de ello, ya ves... No lo
lamento, al final los acontecimientos fluyeron hasta que ocurrió lo inevitable.
***
Echando
la vista atrás, me recuerdo con una poco disimulada sonrisa contemplándoos a
las dos en ese lapso infinitesimal en el que coincidíais conmigo; puedes
creerme si te digo que ella, siempre muy discreta, no entró en escena de una
manera definitiva hasta que tú te fugaste de mi corazón —llevándote los trozos que pudiste recuperar
del tuyo— atravesando aquel
umbral, testigo inanimado del necesario cambio, mientras os cruzabais en él sin
prestaros atención; desapareciste así para siempre del elenco de actores de la
película de mi vida y fue entonces cuando mi cabeza tomó la decisión de asumir
el nuevo guion. En este nuevo escenario, observo cómo un pajarillo emite un
canto que nace arrepentido al no querer ensuciar el cautivador silencio y, casi
imperceptible, planea hasta mi cornisa como presente en forma de desagravio.
***
Es
tu ausencia la que me ha colmado de felicidad, ella es la mejor compañera que hubiera
podido imaginar para continuar con la solitaria partida en que, de nuevo, se ha
convertido mi aventura.
© Patxi Hinojosa Luján
(01/03/2017)
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