Saco
el brazo izquierdo por la ventanilla, abierta a pesar de que la brisa mañanera
aún mantiene bastante del frío de la noche. En ocasiones me gusta conducir un
rato así, es como si me estuviera comiendo un dulce de algún sucedáneo de
libertad. Sé que no debo, que me expongo a una multa, a un resfriado, ¿quizá a
una subida de azúcar…? Aun así aguanto unos minutos que aprovecho como horas tras
lo que restablezco extremidad y cristal a unas posiciones más correctas para
evitar el riesgo de esos posibles castigos.
Al
principio de la ruta me incomoda el blanco amarillento enceguecedor del Sol, dificulta
al máximo mi visión al remontar por encima del horizonte; mas hoy las nubes son
mis aliadas y enseguida corren a esconderlo hasta que, acercándome a la mitad
del trayecto, mi rumbo gira a sureste impidiendo a aquel retarme de frente. Libero
entonces de su tarea a mis socias, que se retiran silenciosas dejando un cielo
limpio y cálido, transparente hasta el azul celeste.
Disfruto
de las vistas del recorrido hasta mi destino, sito en el kilómetro cero de mis
excursiones, punto de partida de cada una de ellas. En realidad disfruto todo lo
que me rodea; sí, desde hace unos meses lo hago a cada instante de este regalo
en forma de préstamo que es la vida, no en vano me lo recuerdo en notas
autoadhesivas que he situado, como ayuda a mi despistada memoria, en puntos tan
estratégicos como la puerta del refrigerador y algún que otro lóbulo de mi
cerebro. A pesar de ello, y cuando menos me lo espero, una serie de extrasístoles
despiadadas, inesperadas y aterradoras como «la chica de la curva», me traen a la mente imágenes que no
por superadas se niegan a desvanecerse para siempre.
Rememoro
aquellos días que fueron de plomo y ceniza, de urgencias y desvelos, de
ingresos y altas, de disgustos por recaídas, pero también de coraje y esperanza.
De victoria al final… No necesito alimentar su recuerdo porque está presente oculto
en el traje de camuflaje que se ha calzado en los últimos tiempos, el de la aparente
normalidad; e incluso me saluda cada mañana y me desea buenas noches cuando doy
descanso a la arena de mi reloj cuando el día ha caducado.
Recapacitando
sobre todo ello estoy cuando enfilo el último giro del trayecto y mi corazón
sonríe sin latidos que se adelanten. Este viaje llega a su fin pero sé que en
breve nuevos proyectos conseguirán que me ponga en acción y abandone el espacio
de confort de mi kilómetro cero; también aquel recuerdo, porque os confesaré
que, como no frecuento demasiado los carnavales, ahora, a menudo, olvido recordarlo.
© Patxi Hinojosa Luján, recordando a unos «amigos de toda la vida» que conocimos hace 17 meses y que ya entonces nos invitaron a compartir su particular kilómetro cero.
(08/03/2017)
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