Como cada mañana, cuando
el alba me recuerda el privilegio de tu presencia en nuestro lecho pruebo a
guiñarle un ojo con la esperanza de que, con semejante ejercicio de seducción, se
haga a un lado para que pueda disfrutar de un tiempo de descanso añadido, pero
no da tregua a su empeño y con toda la luminosidad que encuentra me apremia a la
incorporación al mundo de la consciencia; lo hago saliendo del onírico,
intentando separar ambos mundos con mi aún escasa energía.
Mientras
contemplo tu imagen a través de las cortinillas de la rezagada somnolencia, persigo
alguna idea que pueda regalarte como detalle por el nuevo amanecer, mas ellas juegan
al escondite conmigo; y lo hacen con ventaja, no en vano, cuando al final se
plasman en algo concreto, queda en evidencia que sus estructuras gramaticales y
de contenido no chirrían tanto como mis gastadas articulaciones, y neuronas.
Fuera,
los árboles que engalanan mi campo de visión, a la espera de su diario baño de
sol, están más frondosos que otros años por esta época, lo que las ideas aprovechan
para despistarme ocultándose tras ellos, entre ellos; pero lo que no saben es
que el regalo que me hacen con esto es de un valor inmenso. Como siempre, acabo
situándome en modo pausa durante lo que a mí me parece una eternidad venida a
menos, y disfruto de la magia que se esconde, aunque también se muestre a quien
quiera verla, en esa imagen de la Naturaleza que presume con su verde esperanza
destacando entre todos los demás colores.
Cuando
las ideas ya se resignan pensando que una vez más me he olvidado de ellas —me conocen bien…— salen de su madriguera con la
guardia baja y entonces, como ocurre a veces, acierto con mi red «caza-ideas» a alcanzar y atrapar —…, o quizá no me conozcan tan bien— a una de ellas, casi siempre la
misma, o en su defecto a alguna prima suya, y las demás se retiran con la parsimonia
que les otorga la tranquilidad de saber saciado a su depredador.
Y,
cuando escuchas que no me imagino la vida sin ti, que si me la imagino no
quiero ver lo que veo, o cualquiera de esas frases tan manidas que vienen a significar
lo mismo, una vez más ignoras mi torpeza por tal falta de originalidad al responderme
con tu mejor regalo, ese brillo tuyo en los ojos, tan especial, en el que me
quedo a vivir siempre que me lo permites, mientras me castigo con la eterna
pregunta de «¿por qué no
acaba de llegar nunca esa idea original que tanto ansío?», y siempre me respondo con el
consabido «¡no tengo ni
idea...!»
© Patxi Hinojosa Luján
(17/05/2017)
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