El amanecer ha reincidido con las cosquillas de
sus primeros rayos despertando a mi compañero de fatigas, envolviéndolo en una
calidez que solo será protectora hasta que constate que necesita algo más, bastante
más. Yo he quedado en un segundo plano, pero no se lo reprocho a la ardiente esfera,
más temprano que tarde actuará igual conmigo y yo tengo por máxima no cuestionar
los regalos, ni en su cantidad ni en su oportunidad.
Como cada mañana saco a pasear
mis necesidades y expectativas para que se aireen al mismo tiempo que mis ideas,
mas debo hacerlo esquivando miradas de desagrado y desprecio. Las de odio también
nos acorralan, se distinguen con cruda claridad porque acostumbran a acompañar
al brillo de los ojos rojos, ceños fruncidos y mandíbulas y puños apretados
como si les fuera la vida en ello; pero se mantienen, cobardes como sus poseedores,
algo más alejadas, no en vano mi compañero ha aprendido a mostrarles sin
disimulo sus colmillos cuando nos ve amenazados, lo que nos suele servir como
medida disuasoria, solo a veces...
Utilizan también la violencia
verbal con fluidez. Con ella nos apremian a que abandonemos un espacio que los
de su clase no frecuentarán jamás, y nos exigen que no volvamos. Nos amenazan
con uniformes y leyes, con desprecio, con la violencia de Goliat contra un
David que aún no ha conseguido pasar la ITV de su honda.
*
Esta mañana me he propuesto, una
vez más, erradicar de mi mundo unos monstruos, los más temibles, los que nos
acechan a plena luz del día: urgencias, exigencias, prejuicios, cobardías, malos
modos, violencia…, y como cada mañana me escondo tras la excusa de que eso no
depende de mí, nada de eso. El tenue alivio que me invade no consigue esconder un
punto de frustración y otro de vergüenza.
**
Un día más aireo el mismo
propósito de los anteriores y me parapeto en mi restaurada excusa de que alcanzar
mis anhelos ya no solo depende de mí. Me envuelve un alivio aliñado de
esperanza. Sigo soñando.
***
Amanece un día que no va a ser otro
más. Esta vez los primeros rayos me han visitado antes a mí. Recojo mi modesto campamento
y hago limpieza en lo que ha sido nuestro hogar durante los últimos meses, el
banco merece estar aseado cuando lo utilicen otras personas, y esas personas se
lo merecen tanto o más que aquel. Es cuestión de respeto y de sentido común,
tan solo. Mientras, mi compañero se mueve en círculos meneando la cola, feliz, sabedor
de que viajaremos sin sentido ni dirección fijos ahora que caminamos por la
senda adecuada, una senda en la que ya no aceptaremos más monstruos.
© Patxi Hinojosa Luján
(31/08/2017)
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