Desde el día que murió, la
alegría comenzó a evitarme hasta acabar desapareciendo. Dijeron que llegaría a sobreponerme a su ausencia, que encontraría
otras caricias con las que olvidar las que aún sueño como reales. Con el
tiempo, la frecuencia de esos estímulos decayó en la misma medida que mi ánimo,
y hoy, en la penumbra de mi soledad, echo de menos aquellas y la pena dibuja vacío.
Una noche más, mis pasos me
llevan de vuelta al frío hogar con la parsimonia de la desesperanza. Dejo atrás
esa tumba que tanta nostalgia destila mientras vomito un aullido, ya no me
quedan fuerzas para ladrar…
© Patxi Hinojosa Luján
(21/09/2017)
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