[…] Ellos
esperan a un aliado, al último, aquel con el que redondearán su macabro plan.
Ellos no están desarmados, lo desalmados nunca lo están, y aguardan
pacientes en un sillón en el que se sienten bien cómodos, el de la perversidad;
saben que ese aliado aparecerá tarde o temprano y en el comando todos tienen ya
el guion de su papel bien aprendido.
*
El viento sopla hoy con inusitada fuerza, huracanado. Llegó el
momento.
Aunque el calor es sofocante —no resulta fácil portar un pasamontañas—,
«Número uno» está preparado; alterna la mirada entre su reloj, a punto de
señalar la «hora F», y su mano derecha, que aprieta algo con fuerza. No puede
evitar pensar en «Número trece», su colega de juventud, mientras se pregunta si
aquel muchacho frágil e introvertido, del que recuerda casi todo pero al que en
este instante de máxima tensión no consigue poner cara, será hoy capaz de hacer
lo que hay que hacer.
Es triste, pero los miembros del comando, con su lógica radical, interpretan
la vida con el prisma equivocado del odio y la venganza; por eso están contra
todos, contra el mundo, aunque el mundo no hubiera reparado nunca antes en
ellos; o quizá un poco por eso mismo. Queda la duda de si ignoran o no que sus
argumentos sólo cobran validez en sus obtusas y enfermas mentes.
Sí, el viento es el aliado definitivo que, sin embargo, reniega de
serlo al conocer las intenciones de todos ellos y, sabedor de que no puede
cambiar su naturaleza, aúlla soplos lastimeros silenciados bajo sus rugidos de
naturaleza enfadada.
**
El anciano, cuya vitalidad parece
reñida con su carnet de identidad, hace una pausa en la narración para levantar
la mirada de un cuaderno sin estrenar y dirigirla hacia un punto de la estancia
que no existe; mientras, se acaricia las cicatrices de una de sus mejillas que tampoco
el tiempo quiso disimular.
—Abuelito, ¿qué te pasó en la
cara?
—Nada, mi niño —responde con
tristeza, y vuelve a concentrar la mirada en unas líneas manuscritas que nunca
llegó a garabatear, bastante grabadas se quedaron ya en su recuerdo; y apostilla
antes de continuar—, nada comparado con lo que les sucedió a otros muchos…
***
Unos nuevos actores aparecen en escena cuando bajan con premura de los
camiones cisterna que los han trasladado al terrible escenario creado por el
comando. El calor es sofocante, y se hace muy difícil respirar bajo unas
mascarillas obstruidas por las partículas tóxicas de la ceniza; pero tienen
tanta decisión como solidaridad rebosando de sus conciencias y siguen avanzando
por esos caminos que les adentran en el infierno…
La otra opción no la contemplan, no pueden, todavía no… […]
© Patxi Hinojosa Luján
(20/10/2017)
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