Me
parece oír una llamada y ejecuto un gesto convulsivo, un movimiento casi
involuntario por el que —valga la paradoja— me quedo quieto durante un
instante, inmóvil cual estatua humana en Las Ramblas; de un tiempo a esta parte
pareciera una maniobra necesaria para así escuchar mejor, para entender lo que
se dice a mi alrededor o lo que se me dice a mí en concreto. Aunque sé con
certeza que si esto ocurre, que si así capto mejor todo lo que resuena en mi
proximidad, es sobre todo por ese plus de concentración que sucede a la operación
anterior. También sé que todo esto no es más que una factura a pagar por el uso
—no sabría si añadir «y abuso»— de auriculares durante todos estos años, a los
que desde aquí no solo perdono sino que agradezco todos los momentos de
felicidad, sumergido en la clausura de mi mundo exclusivo, que me han brindado
desde esos tiempos casi inmemoriales, y aquí me refiero tanto a los auriculares
como a los años; además, tranquiliza comprobar que la ligera pérdida de esos sonidos
agudos a que aludía la doctora en aquella revisión rutinaria no añade
dificultad alguna en mi vida cotidiana.
Estoy
oyendo una llamada, pertinaz, que proviene del pasado, más en concreto del año
1975, y no me sorprendo al constatar que soy yo mismo el que la realiza, un
«yo» con cuarenta años menos. Ese mágico año, tengo que reconocerlo, me acabé
de enamorar de manera definitiva de la Música; es más, hasta me enamoré del
amor a la Música. Me permitiréis la licencia de escribirla con mayúsculas por
lo menos en este relato, al fin y al cabo lo estoy haciendo a través de mis
sentimientos, y así lo siento. Ese año un servidor tenía la sensibilidad a flor
de piel y los acontecimientos musicales no dieron ninguna tregua para una
posible desconexión emocional.
Pues
bien, parece que, desde ese año, aquel muchacho casi imberbe estuviera
interpelando a mi «yo» actual al grito de «ojalá estuvieras aquí»,
parafraseando a nuestros amigos del fluido rosa; y la verdad es que en cierta
manera todavía lo estoy, nunca he dejado de estarlo… a través de la Música. El
mencionado año 1975 fue muy productivo en cuanto a cantidad de lanzamientos de
nuevos álbumes, pero es que además nos dejó tesoros —esperad, voy a echar un rápido
vistazo a mi discoteca— como:
«Blood
On The tracks» de Bob Dylan
«Zuma»
de Neil Young
«Minstrel
In The Gallery» de Jethro Tull
«Born
To Run» de Bruce Springsteen
«Ommadawn»
de Mike Oldfield
«The
Who By Numbers» de The Who
«Physical
Graffiti» de Led Zeppelin
«Voyage
Of The Acolyte» de Steve Hackett
«Crisis?
What Crisis?» de Supertramp
«Venus
And Mars» de Wings
«A
Night At The Opera» de Queen
«Wish
You Were Here» de Pink Floyd…
…
y, ¡cómo no!, el «Captain Fantastic And The Brown Dirt Cowboy» de mi gran amigo
y compañero en mis aislamientos voluntarios: mi primo Elton John. En este punto
tengo que agradecer a mi querido hermano de sangre ajena que frecuentara
Andorra para, saltándonos el despótico retraso cultural, intentar ser un poco
europeos en aquellos tiempos de incertidumbre, y empezar a sentir, no ya aires pero
sí tenues brisas de libertad.
Está
claro que en esta modesta lista faltan muchísimos álbumes que asimismo podrían
catalogarse como joyas y que también se publicaron en ese año tan fantástico
como prolífico. Hasta tal punto productivo que nuestros amigos de Genesis, que
habían grabado su excepcional «A Trick Of The Tail» a finales de ese mismo año,
decidieron no quitar protagonismo a Hackett, uno de sus miembros, y optaron por
publicarlo el año siguiente. Año en el que también Eagles compartieron con
nosotros su mítico y magnífico «Hotel California». Pienso, y que conste en acta
que esto es cosecha propia, que esta maravilla debió editarse un año antes, para
pertenecer asimismo al selecto grupo de nuestro mágico año pero, ante la
avalancha de obras maestras, nuestro grupo, haciendo gala de la prodigiosa
vista que le otorga su nombre, decidieron posponerlo para que pudiera
apreciarse y valorarse en su justa medida ese trabajo del que se sentían tan
orgullosos y al que tanto aportó el hoy denostado y apartado —para nuestra
desgracia— Don Felder.
***
Hoy
y ahora estoy escuchando unas preciosas canciones de este mismo año en el que,
no nos engañemos, también las hay y en cantidad, y en mi inocencia quisiera
«rizar el rizo» y compartirlas contigo, joven muchacho imberbe, porque intuyo que
rondarás por aquí; intento avisarte con todas mis artes pero no lo consigo… no
me oyes, debes tener, como casi siempre, puestos tus auriculares. Tendré que
intentarlo más tarde, sí, lo intentaré de cara en la próxima canción, esperando
recompensa, al fin y al cabo todo es cuestión de intensidad, casi siempre, ¿verdad
Txetxu?…
© Patxi Hinojosa Luján
(10/10/2015)
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