La
habitación se encuentra tan en silencio que siento escalofríos, aunque a pesar
de ello no llegue a mover ni un solo músculo. Lo único que consigo escuchar son
los cuchicheos de vuestras conciencias mientras, deseosos, esperáis el
desenlace. La estancia también está en penumbra, puedo percibirlo desde mi oscuridad,
unas tinieblas que son las más densas que recuerdo de toda mi larga vida.
Pero
no estáis solos, no, colocadas con discreción e invisibles para vosotros se
encuentran unas figuras que también esperan lo mismo; aunque ellas son
profesionales y no se impacientan lo más mínimo —tienen todo el tiempo del universo—,
en esta ocasión algo ha perturbado el normal funcionamiento de sus funciones y han
coincidido en un «trabajo» contraviniendo toda regla interna de su actividad. Ninguna
de las tres entiende cómo es que no tiene la exclusiva del mismo e, insegura,
espera acontecimientos.
Es
curioso, pero pese a todo ellas tres no me dan tanto miedo como vosotros,
buitres deshumanizados que solo en estas circunstancias os habéis decidido a presentaros.
¿Cuánto tiempo hacía que no visitabais esta casa?, ¡qué más da…! Ahora, ¡eso
sí!, no os acerquéis a dar un beso a vuestra anciana tía, no, no vaya a ser que
se os pegue algo… En el fondo, los cuatro sois iguales; de entre todo lo que
leo en vuestras mentes, en todas ellas, destaca la incertidumbre de no saber si
alguno de vosotros gozará de mi predilección o si por el contrario os
repartiréis mis bienes por igual al ser —eso creéis, soberbios, en vuestra
ambición— mis únicos herederos. Y en vuestros semblantes observo con nitidez
cómo se alternan las muecas de pícara sonrisa y la de decepción —según os dicte
el estado de ánimo del momento—, bajo el velo, eso sí, de una mal fingida pena.
Confieso que estoy disfrutando como nunca con la teatral actuación de
aficionados.
Pero
volviendo a las siniestras figuras, la indecisión a la que les ha llevado el
extraordinario «error cósmico» hace que no me presten la atención necesaria, lo
que creo que voy a poder utilizar en mi beneficio…
***
La
Parca, la Dama de Negro y la Niña Blanca hace tiempo que, extrañadas, se
preguntan cómo es posible que ya no las necesite alguien que, como yo, estaba a
punto de cruzar la frontera luminosa, mientras, alejándose ya en distintas
direcciones, buscan en sus respectivas agendas el próximo encargo.
Mi
familia, por definir a esas personas de alguna manera, intenta entretanto aparentar
alegría, demostrar cariño con vacías palabras que construyen frases más falsas
que el Judas aquel…
***
Ahora
que veo todo con claridad, aunque con el filtro de una ligera, aunque notable y
gris opacidad (¡estas cataratas!), puedo darme el gustazo, y… ¡lo voy a hacer!:
—Acercaos,
por favor, «queridos» sobrinos; os diré algo…
© Patxi Hinojosa Luján
(29/10/2015)
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