Me
parece estar viéndote con gran nitidez, como si la escena fuera de hoy y, sin
embargo, han pasado cuarenta años… ¡Cuarenta años, y qué cortos se han hecho!;
cierto, pero no menos cierto es que estamos hablando de cerca de media vida. Te
recuerdo con nostalgia, pero lo hago mientras me sacudo la capa de añoranza que
bien pudiera amenazar con falsear esa evocación. La verdad es que no has
cambiado tanto. Bueno, sí en el aspecto físico, ¡cómo no!, pero tu esencia, tu
personalidad con tus valores, pero también con tus defectos, permanecen apenas
inalterables contra pronóstico de toda lógica temporal.
Sí,
lo recuerdo bien: tú acababas de cumplir diecisiete universitarios años en esos
días y los tiempos empezarían en breve a cambiar su piel por otra que pugnaba para
ser más moderna y ecuánime. Por desgracia, hoy observamos con tristeza que aún
tendrán que venir muchas mudas más para que nos acerquemos siquiera a una
verdadera justicia social. No nos confundamos, nos han proporcionado multitud
de fabulosos avances tecnológicos sin los cuales ya no podemos vivir, porque no
sabemos… Y es que tras esa futurista imagen de modernidad actual se esconde la
misma perversa miseria de siempre: se sigue muriendo de hambre, se sigue
muriendo de sed, porque se permite, ¿por qué se permite?; el poder establecido
sigue mirando hacia otro lado ante tal aseveración, y da la callada por
respuesta ante la incómoda pregunta. Y nos seguimos matando unos a otros, sí, con
mil y una justificaciones que solo le sirven a aquellos que incluso tienen la
desfachatez de esgrimirlas como un arma más.
Pero
volvamos a ti. A veces, confundido, he llegado a pensar que has tardado mucho en
volver, cuando lo cierto es que durante todo este tiempo él sí ha sentido —así
me lo ha confesado— que siempre has estado ahí, acompañándole en su peregrinar
por vuestra vida mientras iba improvisando cambios a cada nuevo tiempo al
objeto de mantenerse igual y poder así seguir asemejándose a ti.
El
tiempo, al fin y al cabo esa es su misión, se ha deslizado inexorable por
nuestras vidas y no se ha permitido ningún desliz ni momento de relax, lo que ha
provocado que nos hayamos situado en la tesitura actual sin apenas darnos
cuenta, en un par de «cerrar y abrir de ojos». Me reconforta comprobar que
vosotros dos os llevéis tan bien, que os identificáis al máximo el uno con el
otro. No os voy a engañar, no esperaba menos y, mientras os dedico estas sinceras
palabras, pugno por evitar que un par de lagrimillas se paseen por mis ya acostumbradas
mejillas.
Intuyo
que también podrían estar de acuerdo con mis expectativas todos los acompañantes
en esta apasionante travesía vital. Esa familia, la de sangre y la otra; esos camaradas,
amigos del alma, que, sin saberlo, han sido y son actores protagonistas en esta
obra de la que todavía no se han escrito los capítulos finales, aunque sí el
inevitable epílogo. Tengo la seguridad de que todos ellos seguirán siendo también
coguionistas, como hasta ahora, de esta, esperemos que por mucho tiempo,
inacabada obra, mientras se aplican con las suyas propias, en las que yo
también tengo un pequeño pero agradecido papel.
¿Sabes?,
más de una vez han comentado en mi entorno que, a pesar de todo el tiempo transcurrido,
él se parece mucho a ti; y van más allá al asegurar incluso que los tres nos
parecemos mucho, demasiado…
© Patxi Hinojosa Luján
(06/10/2015)
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