Mientras
rememoro todo aquello procuro no ensuciar en demasía mi mandil bicolor: no soy buen
repostero, pero aun así preparo una tarta imaginaria que adornaré con una sola
vela, también ilusoria, y sonrío al pensar que bien podría dejarla encendida
sin riesgo alguno de incendio. Aunque esto no será necesario, no, aquello quedó
tan grabado a fuego que no precisaré recordatorios forzados por programados, al
menos mientras no nos visite el «ladrón de esencias»; quiera el destino que su
hoja de ruta no le aboque nunca a nuestra dirección, y si lo hace, que no deje
demasiado sufrimiento tras su paso.
Recién
terminado el pastel, me regalo su imagen, orgulloso, y me alegra ver que no tiene
mal aspecto, de algo me tenía que servir jugar en casa, con el viento de la
imaginación a mi favor; pero no lo dejo ahí, también interpreto lo que veo en
él en un cerrar y abrir de mente y no me sorprende la mejoría vital producida
que observo en mí y en mi entorno.
Llegados
a este punto, debería indicar, aunque lo haré de pasada, que el motivo de la
personal celebración es un acontecimiento acaecido hace hoy justo un año y que recondujo
mi existencia al cederme por sorpresa las riendas de mi tiempo, todo un regalo
cósmico. Hasta tal punto que ahora soy yo, y solo yo, el que realiza los
pedidos con los cargamentos de arena para mis relojes.
No
me paro ahí y sigo imaginando: vamos a proceder con el oportuno ritual de la foto
con el cántico y el jaleado soplido que daría permiso al inicio de la fiesta con
el reparto de los trozos de dulce; pero en ese mismo fotograma mi chica insiste
en que esperemos un instante, acaba de tener una idea y cambia la solitaria
vela por tres con formas de números, ella sabe de primera mano que no solo ha
sido un año, sino más bien 365 días. Más tarde murmura que quizá hubiera sido
aún mejor cambiarlas por las cifras 8, 7, 6 y 0, ya sabéis, por las horas; o
incluso… ¡pero no!, ¿cómo podría medirse cada instante para poder plasmar la
suma de todos ellos con un número? Sí, ella sabe de primera mano, porque lo vive
en su piel, que ahora los momentos se disfrutan y aprovechan sin rubor ni contención,
sin la espada de Damocles en que se convertía ese freno de mano echado.
Vuelvo
a utilizar mi imaginación para girar el rodillo y extraer la hoja que por poco
no se ha llenado con estas palabras. Luego decidiré qué hago con ella, ahora me
espera otro folio en blanco retándome a un nuevo duelo incruento, y espero que,
como casi siempre, vuelva a acabar en tablas para poder seguir con este emocionante
y enriquecedor rito una y otra vez más.
© Patxi Hinojosa Luján
(31/10/2015)
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