(Este es el cuento mencionado en el relato
anterior «Otoños» y del que el «abuelo» hizo años después una nueva versión
corregida y actualizada, más madura, que es la que se reproduce aquí)
Me
imagino una escena que me induce a pensar que las musas también deben tener su
amor propio, su corazoncito. Me explico: Todos los que alguna que otra vez nos
hemos puesto el disfraz de escritor, ese que tan grande me queda a mí, sabemos
de la cantidad de frases, párrafos e incluso páginas enteras de ideas hechas fantasía
que han acabado en la papelera, la que hasta hace unos años era ese recipiente
físico en el que encestábamos, o no, los folios que desechábamos convertidos en
bolas amorfas por nuestras manos y que podían estar más o menos llenos de
palabras, y ahora la de reciclaje del sistema operativo que ampara el
procesador de textos de turno. Digo yo que no siempre habrán sido o serán tan
malas las ideas castigadas con semejante humillación, por lo menos las musas corresponsables
de ellas no deberían ser de tal opinión.
Sí,
me imagino con claridad una escena que «dibujo» improvisando sobre la marcha…
Un
aspirante a escritor —casi todos lo son, lo somos— está tan concentrado en su
trabajo, del que siempre saldrá su mejor obra, que no se da cuenta de que ya le
han dado las mil y es hora de retirarse a descansar; mañana será otro día y,
con las fuerzas recuperadas después del necesario descanso y la adquirida renovada
motivación, toda fluirá mejor. Se retira, pero no así sus musas y el resto de
su séquito. Imagino bien a un par de ellas dando instrucciones a sus pequeños
descendientes y aprendices:
—Hoy va a ser un día especial: Ahora, mientras el jefe duerme —indica la musa más veterana
y respetada—, debéis recuperar de la papelera todo lo que ha desechado, después
lo esparciremos sobre esa mesa imaginaria y nos pondremos a revisarlo en equipo
para rescatar lo que en verdad merezca mucho la pena aunque él no lo haya visto
así. No debemos culparle por ello, le perdonamos tamaña descortesía por la
tensión tan fuerte a la que está sometido en la búsqueda de «su obra maestra»,
¿verdad?; pero nuestro deber debería ser no permitir que tantas imaginativas
ideas, expresadas con algunas excelentes frases, sigan yéndose al limbo después
de todo nuestro trabajo y concentración para hacerlas surgir de la nada. Y yo
propongo que lo vaya a ser desde hoy mismo. ¡Dicho queda!
El
resto de musas y aspirantes aceptan el compromiso más o menos de buena gana, no
les queda otra viniendo de quien viene la propuesta. Y se ponen manos a la
obra, esa y las sucesivas noches, con avidez creativa propia, humanizando su
trabajo.
Llega
un momento, coincidiendo con una escapada vacacional del escritor, en que tendrían
material suficiente como para publicar, no una novela sino una trilogía. Y en
verdad que todo el grupo se siente muy satisfecho por cómo ha quedado el puzle
resultante de todos esos recortes recuperados. Hasta chocan unas inexistentes
copas llenas de un vacío espumoso.
Pero
lo que en un principio es solo satisfacción pronto se tiñe de vanidad y es aquí
cuando se dan un baño de realidad y chocan de bruces contra la realidad del
principal y más grande obstáculo en el mundo literario: no consiguen encontrar
a nadie que les publique algo si no es cambio de nada, de casi nada…
© Patxi Hinojosa Luján
(15/10/2015)
No hay comentarios:
Publicar un comentario