miércoles, 20 de agosto de 2014

Descuido digital

Ésta es una de esas noches con dos lunas, y no porque nos hayamos ido de nuestro querido planeta Tierra, no, sino por mor de algunos abusos que por desgracia son bastante habituales; bueno, eso cuando las nubes dan permiso para que sean visibles, ¡claro! Pero también es una húmeda noche de otoño, como casi todas las que estamos padeciendo este año: neblinosa, cuando no lluviosa. Triste y lúgubre en todo caso. Aunque por el día, la cosa no es que mejore mucho…
—Cada vez soporto peor los turnos de noche —suelta de repente el inspector Flanagan, después de un largo período de silencio en el viejo y medio destartalado coche patrulla camuflado, el que les ha sido asignado esa noche para la ronda nocturna de vigilancia de los barrios más peligrosos, los que bordean y los que están integrados en el mismo puerto pesquero—, ¡cómo deseo llegar a casa y pegarle un buen «lingotazo» a la botella de ron antes de meterme en el catre!, —murmura para sus adentros.
—Pues entonces, ¡qué podría decir yo, que llevo en este puesto cinco años más que tú…! —responde su compañero de turno y patrulla, el también inspector Mortimer, con no muchas ganas de conversación esa noche, malhumorado por el olor a alcohol que desprende el aliento de su compañero desde que empezaran su turno.
Ambos están ya bastante hartos y cansados de tratar con proxenetas, prostitutas sin papeles, rateros, pequeños traficantes que de mala manera se ganan la vida con sus trapicheos… desarraigados y maleantes de poca monta, al fin y al cabo. Todos o casi todos ellos están advertidos por ambos, no los quieren ver a su paso durante las rondas, así, unos y otros evitan problemas y se llega al amanecer de un nuevo día sin mayores sobresaltos.
***
Pero esta noche, Lorraine, la más novata de las prostitutas del burdel de Madame Lucille, el más frecuentado de toda la zona, ha tenido un error de cálculo, un desliz: ha salido a la luz antes de que terminara de pasar el coche patrulla y ha sido visible y reconocible para Flanagan, que en ese momento ha mirado hacia atrás al no tener otra cosa que hacer, ya que no le tocaba conducir, como en el resto de la noche, por motivos obvios. Su cansancio, su estado… digamos que de principio de intoxicación etílica, y hastío acumulado, han hecho que esa situación en particular le incomodara más de lo habitual, más de lo deseable; pero no ha mencionado nada y el turno de noche ha acabado a su hora habitual sin nada especial de lo que informar.
A Flanagan y Mortimer les corresponden ahora sus dos días de descanso semanal, por lo que se despiden hasta dentro de tres días, para incorporarse ya en el turno de tarde.
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A su vuelta a la comisaría, la encuentran con más ajetreo de lo normal. La causa: hace dos días se ha encontrado muerta, y con dos pequeñas mutilaciones, a una prostituta en su pequeño apartamento del puerto; parece ser que fue sorprendida por su asesino mientras chateaba con una compañera de profesión para hacer tiempo antes de que le entrara el sueño, después de su «jornada laboral». Su cuerpo presentaba un único orificio de bala de entrada en la frente, sin salida, y tenía mutilados sus dos pabellones auditivos, sus dos orejas, vamos… Al ver entrar a nuestros dos inspectores, el comisario jefe da al instante un suspiro de alivio a la vez que se quita un peso de encima al traspasarles el caso, puesto que la zona y sus habitantes les son conocidos a la perfección por frecuentarla en sus periódicos turnos nocturnos.
Cuando se les entrega la documentación con los datos que se poseen hasta ese momento, algo reclama su atención de manera especial, y es que hay una fotografía del momento mismo del crimen. Tiene su origen en el ordenador de la compañera de la fallecida con la que estaba chateando en aquel fatídico momento, y que tuvo el reflejo de darle a la función de «tomar instantánea» de su programa de chat ante la violencia que estaba observando, mientras dudaba si llamaba a la policía ya o no (por su irregular situación en el país), en función del resultado que derivara de dicha acción violenta. No se ve gran cosa, porque la mortal acción se separó del centro de enfoque de la cámara del ordenador portátil y en la estancia reinaba sólo la luz que desprendía la pantalla, aunque sí se aprecia con patente claridad el brazo izquierdo del presunto asesino con un reloj digital señalando en esa penumbra las 12h38, en un principio la considerada hora oficial del crimen.
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Los dos inspectores se citan en el lugar de los hechos en una hora, ambos dicen tener encargos personales que realizar y aducen que prefieren quitárselos de encima cuanto antes, puesto que a partir de ya les espera un arduo trabajo.
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Cuando Mortimer llega a la precintada escena del crimen mucho antes de lo acordado, esperando en pura lógica ser el primero, es ya tarde, demasiado tarde. Lo que allí ve no se lo hubiera esperado nunca, y mucho menos deseado… Flanagan yace en el suelo con un arma, su revólver personal, en su mano derecha, un revólver a cuyo tambor le faltan dos balas. La segunda le ha atravesado el cráneo produciéndole la muerte al instante en un claro suicidio. De la ausencia de la primera, que fue la que acabó con la vida de Lorraine, el difunto inspector no ha sido consciente hasta hace menos de una hora al ver la fotografía del expediente, fotografía que muestra su muñeca izquierda con ese reloj de pulsera que marca, no la hora del crimen, no, sino la hora a la que había programado la alarma como despertador y que por un despiste se olvidó de cambiar a la pantalla de «hora actual». Un despiste que se produjo por un consumo abusivo de alcohol la mañana de aquel funesto día, y los días anteriores, lo que hizo que no recordara nada de lo ocurrido y que no fuera consciente de sus actos… hasta que la visión de la fotografía mencionada le produjo una impresión tan tremenda, con aparición de taquicardias y sudoración fría, que incluso su compañero se percató de ello, y al sospechar de él (y no sólo por eso) quiso intentar borrar cualquier huella que pudiera haber dejado, antes de que llegara a la cita, para protegerle. Ahora, con el caso resuelto y el corazón encogido, Mortimer recupera el revólver de la mano inerte de Flanagan, hace girar el tambor y se lo coloca en su sien derecha, dudando de si jugar una mano a vida o muerte a la ruleta rusa o no, pero antes de decidir si apuesta su propia vida, libera de la manga de la gabardina la muñeca izquierda de su compañero para comprobar que su reloj, ese reloj que él mismo le regaló la pasada semana por sus diez años de patrullaje en pareja, sigue indicando las 12h38, hora a la que Flanagan nunca debió levantarse aquel día…

© Patxi Hinojosa Luján
(20/08/2014)

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