martes, 5 de agosto de 2014

La pista

       Se dijo: ¿por qué no?, y, con todo el ánimo del mundo, Tasio se desplazó hacia la localidad que le habían indicado. Su destino allí eran los archivos municipales que se encontraban en el ayuntamiento, y su camino hacia ellos solo se vio interrumpido por la visita, preventiva más que necesaria o urgente, a unos urinarios públicos que casual y afortunadamente encontró en su camino. El objetivo de su investigación era sencillamente averiguar cuántas calles cumplirían con una condición, derivada de un recuerdo que había renacido en su cabeza de buenas a primeras hacía unas semanas y que le rondaba desde entonces. Solo encontró dos y las anotó, como si fuera un ritual secreto, en la libreta que siempre le acompañaba; no quería que se le escapara ningún detalle, cosa nada infrecuente a su edad, a pesar de gozar de relativa buena salud.

       Salió a la calle e inmediatamente buscó en su libreta la primera de las anotaciones, hechas con trazos rápidos y nerviosos, y se dirigió a donde indicaban estos. Estando al llegar, enseguida se dio cuenta de que ese no era su objetivo, allí únicamente había un gran edificio lleno de oficinas, todo impersonalidad y frialdad.

        Solo le quedaba una posibilidad, y esto hizo que un hormigueo le visitara el estómago y no le abandonara hasta que, después de identificar en los trazos de su segunda anotación su siguiente y último destino, se dirigiera hacia allí, donde comprobó, esbozando una sonrisa mezclada con alguna lágrima de felicidad que no pudo disimular, que quien antaño había tenido clase, no la había perdido…

       Se encontraba al final de una calle de viviendas unifamiliares, pero pequeñas y modestas, cuya última casa construida en la acera de los números impares era la número 109. Aunque a continuación estaba por terminarse una nueva, que ya portaba orgullosa, como Teresa, la mujer que parecía que supervisaba las obras como propietaria, su número en un letrero de madera que destacaba por su belleza artesanal.

       Tasio enseguida lo vio claro: Teresa, había tenido a la vez que él esa vuelta al pasado con el recuerdo de su querencia común y  aprovechó la «casualidad» de que aquella calle llegara hasta el 109 para adentrarse en la aventura de la construcción de su pequeña casa a la que nada ni nadie le podría arrebatar ya su situación, y con ello la posibilidad de un reencuentro gracias a la intermediación de Simón, un amigo de juventud de ambos, porque lo cierto es que había dado con la mencionada población gracias a la conversación mantenida días atrás con él, que al fin y al cabo fue quien le dio la pista.

       Lo cierto es que hacía un tiempo que a Tasio le obsesionaba una idea, y esta no era otra que la de localizar a Teresa, su primer y único amor, aunque esto lo supo solo cuando ya era demasiado tarde y sus respectivas vidas viajaban en la misma dirección, pero en sentidos opuestos. Simón en cambio sí había mantenido el contacto más o menos periódico con ella hasta hacía bien poco tiempo, por lo que pudo indicarle dónde moraría, casi con toda seguridad, aunque sin poder ofrecerle más detalles. Cierto es que Tasio podría haber indagado en algún buscador de internet, pero él era desde hacía ya algunos años un jubilado que disponía de todo el tiempo del mundo y que además «necesitaba» realizar su búsqueda a la vieja usanza, como un reto en forma de juego,  según un presentimiento que le acompañaba, no sabía ni cómo ni por qué.

         Durante el tiempo en que Teresa y Tasio habían sido algo más que amigos, compartieron muchas cosas, quizá demasiadas y de ahí la separación, pero a ambos se les había quedado grabada en la memoria una en especial: su querencia, su especial cariño por un número, el 111 en concreto, y Tasio pensó que cabía dentro de lo posible que ella hubiera escogido una vivienda con ese número, en un homenaje nostálgico,  para residir los años que le quedaran de vida, y para dejar abierta la puerta a un reencuentro que no sería tan casual. No se equivocó en absoluto.

       El destino «numérico» quiso que pasaran sus últimos años de vida juntos en aquella casa recién construida hasta que el corazón les falló a los dos en un mismo mes. Suele pasar cuando hay tanto cariño inundándolo todo: cuando el primero no puede más,  el segundo ya no quiere más.

       Simón, cada aniversario del reencuentro, en un ritual pleno de cariño y lealtad a sus amigos, al abandonar el cementerio donde descansan juntos, no puede evitar volver la vista atrás mirando por encima de su hombro para echar un último vistazo a las 111 flores que acaba de depositar en el panteón número 111…

Patxi Hinojosa Luján

(05/08/2014)

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