«[…] Y así, después de una larga travesía llena
de aventuras, la nave consiguió llegar hasta su destino donde nuestra
protagonista quedó hechizada ante tanta maravilla como encontró. Allí le esperarían,
sin duda, una nueva vida y la felicidad que aún no había conocido. Fin.»
Cierro el libro y abro los ojos. La estancia ofrece
una iluminación tenue y cálida que permite, no obstante, que destaque la
discreta decoración infantil. Me incorporo sobre la pequeña cama.
—Buenas noches, cariño —le doy un beso en la frente, lo que él aprovecha para,
estirándose con la elasticidad que dan los pocos años, plantarme en una mejilla
otro bien sonoro que guardo con premura junto con todos los demás en mi cajita
invisible de tesoros—, que descanses.
—Tú también —me responde con esa vocecilla que conozco tan bien y que procede de la
antesala de sus sueños.
Apago
la luz y dejo entreabierta la puerta de su cuarto mientras lo imagino llamando
ya a esa otra en la que, a buen seguro, encontrará
amigos que sólo juegan con él en mundos desprovistos de malicia.
«Cómo me gustaba —pienso mientras me alejo, procurando no molestar al silencio— que me acurrucaran así a mí cuando
tenía su edad; pero eso está tan lejos, hace tanto ya por mor de la tiranía del
tiempo…».
Arrastro
mis pies por el pasillo camino del retiro de mi habitación, donde se concentra el
resto de mi universo, y una lágrima, que a estas alturas debería estar deshidratada,
amenaza con esquiar por mi semblante al recordar cuando, antes de acostarlo, me
ha preguntado si mañana iríamos otra vez a ese parque que tanto le gusta y yo
sólo he podido responderle encogiéndome de hombros; porque cree ella, mi
Señora, que me ha hecho un favor dándome el día libre.
© Patxi Hinojosa Luján
(15/12/2016)
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