La ancha avenida ha estado jalonada desde su
proyecto e inauguración por cientos de árboles de diferentes especies, posando orgullosos
cual estatuas en un jardín botánico. Olmos y plátanos se intercalan con
diversas familias de palmeras, otorgando al entorno una gran belleza natural que
se añade a la alta calidad ambiental. Si fijamos la vista hacia el final de la
misma, según se inspira a la izquierda, un grandioso a la par que antiguo y
ajado edificio nos anuncia que ya estamos saliendo del núcleo urbano. Su algo deteriorada
puerta principal, toda ella en madera tallada representando diversos seres
desconocidos para un neófito, y de una dimensión fuera de lo corriente, nos
recuerda la belleza que lució en tiempos pasados monopolizando en gran medida la
vista general.
Tú
lo habrías negado sobre la Biblia si hubiera sido necesario, pero siempre
supiste qué había detrás de esa puerta. Por eso le tenías pánico y aparecía en
tus peores pesadillas. A pesar de ello, frecuentabas sus dominios. Lo hacías anteponiendo
a tu voluntad esa temeraria curiosidad que suele prestar el miedo, siempre esperando
cobrar su factura tarde o temprano. Parecías un investigador privado en su
etapa de aprendiz más preocupado por lo que no podías ni deseabas ver que por
la valoración que pudiera hacer un supuesto mentor de tu trabajo, tales eran
tus irreflexivos movimientos.
En
numerosas de esas ocasiones observaste, con horror, cómo decenas de personas,
en su mayoría jóvenes, traspasaban ese umbral prohibido y tú empezabas en ese
mismo instante a temerles también a ellos por el cambio que a buen seguro iban
a sufrir allí dentro; tú lo sabías bien, aunque no quisieras aceptarlo ni
difundirlo, en un intento tan desesperado como efectivo de protección de los
tuyos.
Los
tuyos, ese grupo homogéneo de personas que, por paradójico que pudiera parecer,
encontraste y conociste al traspasar otra puerta tras la que todos, tú
incluido, se creían a salvo, y así está siendo durante un ya prolongado período
de tiempo; una puerta, sí, aunque con bastante menos categoría que aquella. Qué
importa que estuviera situada en una calle cuyo nombre alguna relación tiene
con uno de los violinistas más célebres de todos los tiempos, aunque las melodías que de allí salen
día sí y día también chirríen en la mayoría de oídos sensibles, o en otra que
nos evoca a la España isabelina más militar, aunque ahora el pueblo se
desgañite por la paz, ¡qué importa! Lo que de verdad importa es que en nuestros
mares el viento está rolando, se avecinan vientos de cambio y las miradas de la
gente van recuperando, poco a poco, ese brillo que otorga la autoestima que se
les usurpó por la fuerza.
Tú siempre supiste lo que hay detrás de esa
puerta: un monstruo al que intentaste ahogar intentando por todos los medios
impedir la difusión de su existencia y su acceso a él. Un monstruo de múltiples
cabezas: educación, cultura, formación, tolerancia, dignidad, igualdad, valores
en general a los que te empeñaste en dejarles añadido el mayor de los obstáculos,
el más alto e injusto de los impuestos. Pero con ello conseguiste también el
mayor de los desprecios, te quedaste sin aprecio alguno por parte de toda esa
gente formada e informada. Esto no acabas de entenderlo, no lo harás jamás, tu
mente no está abierta como la de todos ellos; es obtusa como pocas, como las
más injustas.
Ahora deberías explicar a los tuyos que tanto miedo,
silencio y mentira han acabado explotándote en la cara y que no tienes más
muecas ni muescas de recambio. Pero ellos ya presentían que algo así iba a
suceder, ¿verdad?, y ahora, negándote, cada uno hace la guerra por su cuenta buscando
su cómodo retiro. De ahí que haya aflorado en tu consciencia un nuevo concepto
de pánico, tu futuro nuevo monstruo.
De momento no tienes por qué inquietarte, aún hay
mucha gente que, por ignorar, ignora la necesidad de frecuentar esa mansión
maldita o, incluso, su existencia misma y, contra toda lógica, te seguirán
apoyando; aprovecha antes de que el viento se convierta en huracán y te dé de lleno
en la cara, en plena cara dura.
Estas palabras no deberías verlas como una amenaza,
este tipo de acciones no se incluye en nuestro manual de estilo, pero volveremos
a escribirte si es que sigues sin abrir la mente a la justicia social. Piensa
que tenemos el poder de la imaginación y que no nos será tan difícil sacar de
la chistera nuevas puertas tras las que temas mirar.
© Patxi Hinojosa Luján
(06/01/2016)
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