La
estancia, con decoración minimalista y toque femenino, está sumida en una
penumbra artificial que le otorga una agradable sensación de serenidad. Una dama,
ataviada con un cómodo atuendo, parece estar disfrutando de ella en posición
relajada hasta que algo y alguien la inoportuna; tan indignada como alterada, abre
los ojos y responde a su interlocutor:
—¿Pero
esto qué es?, ¡no entiendo nada!, ¿cómo que lo expulsan, por qué motivo?
—Ya
sabe usted, señora, que la nuestra es una morada muy exclusiva y que quién
entra ya no sale. En este caso, excepcional a todas luces, se han dado unas
circunstancias fuera de lo normal que han sido las que nos han hecho tomar tan
extrema medida.
—Pero…
yo ya me había hecho a la idea y acostumbrado a la nueva situación, comprenda
que todo esto me sobrepasa y trastoca por completo mi vida. ¿No podrían
reconsiderar el asunto y readmitirlo, por favor? ¡¡¡Se lo ruego!!!
—¡Imposible!,
no podemos, en serio, la decisión está tomada y créame que ha sido muy meditada
por parte de todo el consejo, con su máximo representante al frente. Es
definitiva. No es que él no se haya acostumbrado a su estancia allí, es que su inaudito
comportamiento ha revolucionado y alterado en grado superlativo la correcta
marcha de nuestra organización y esta no puede soportarlo ni un instante más. Quizá
en otro momento, más adelante, cuando este tema se haya enfriado con el olvido
del tiempo…
De
las tres figuras que recortan sus siluetas en la habitación, la de la sorprendida
anfitriona, inmóvil, no acaba de entenderlo mientras intenta hacerse a la idea.
Otra, la segunda, desaparece tal y como había llegado, pero ahora sin compañía
y tarareando algo. En el giro previo a su partida, los negros harapos que
constituyen su indumentaria dejan entrever el filo de una afilada guadaña que
desaparece junto con su portador, no sin antes proyectar el reflejo de un
tímido rayo que entra por la ventana y que va a iluminar una de las esquinas
del cuarto.
Allí,
hecho un ovillo en el suelo sin pronunciar palabra alguna, un hombre parece
haber olvidado la estrategia utilizada para contravenir a su destino y, recordando
la reciente escena, se arrepiente de tan descomunal y sobrehumano esfuerzo.
Ella
observa a su marido y reflexiona un instante sobre lo inverosímil de todo
aquello, pero también sobre su nueva situación. Advierte que aquel mantiene las
vestimentas con que ella misma le acicaló para su, creía entonces, último viaje,
ahora sucias y ajadas. Se levanta, rompiendo su postura de relax, y va en busca
de él haciendo acopio de toda la ternura de que es capaz:
—¿Quieres
que hoy cenemos pronto?
© Patxi Hinojosa Luján
(13/01/2016)
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