… ¡Ah,
sí!, que teniéndola ahí, tan disponible, como el más preciado as en la manga,
no echamos mano de ella —yo el primero— cuando el momento lo demanda, no ya por
ser necesaria en muchas ocasiones, sino por imprescindible. Sería fundamental
iniciarnos en el hábito de su compañía para así disfrutar del beneficio que nos
proporciona cuando nos animamos a utilizarla. No quiero ni pensar que esta laguna
proceda del hecho de pertenecer al grupo de todo aquello que no tiene coste
material alguno, y que por tal motivo la ninguneamos, no. Me inclino a pensar
que más bien pudiera ser por alguno de estos otros motivos: porque no la
tenemos todo lo presente que sería preciso, o porque no nos atrevemos ni a reconocer
su necesidad ni a su uso en público para así no tener que justificar el echar
mano de su potencial; pero es claro que si insistiéramos en su empleo todo nos
iría mejor; mucho mejor, oso sentenciar.
En
muchas de las ocasiones el problema reside en recordar, engañándonos, que
necesitamos un factor desencadenante para activar su puesta en marcha. Pero una
vez hecho esto todo va sobre ruedas. No es tan difícil buscar entre las celdas
cerebrales que mantienen encasilladas y ordenadas nuestras neuronas hasta
llegar a encontrar aquellas que pudieran interesarnos, agrupadas para formar el
conjunto que compone dicho factor y dispuestas a actuar, a ayudar. Y en todo
caso, si el día indicado despliega una catarata entre nosotros y nuestra concentración
y reflejos, siempre podremos acudir al exterior para aprovisionarnos de los detonantes
necesarios para disfrutar de tan preciado tesoro, porque lo es.
Me
estoy refiriendo a la «risoterapia». Sí, ya sé que esta palabra no está aceptada
aún por la RAE, pero visto lo visto, lo bajo que ha sido colocado el listón
para la aceptación de nuevas palabras, no creo que siga estando «sin papeles»
por mucho tiempo, ¿no es cierto, ArTuro?
Y
es que hay que intentar sonreír más, estar haciéndolo el máximo tiempo posible,
por los incontables beneficios que nos aporta. Y hay que hacerlo aunque no haya
motivos para ello, aunque sea más bien al contrario. Solo así estaremos en el
punto de partida para reír de verdad, a carcajadas, sin límites de ningún tipo.
Sacándole el máximo partido a la risoterapia.
Sí,
ya sabemos que la vida puede llegar a ser muy cruel, que las arrugas con que
nos va marcando bien pudieran, llegado el caso, convertirse en profundas
grietas, cierto es. Y, cuando soportamos situaciones de este porte, lo primero
que tenemos que recordar es que bajo ningún concepto debemos permitir que esas
fisuras se llenen con el agua de la autocomplacencia, de la resignación, porque
si las condiciones derivasen en muy adversas y se congelase, bien podría llegar
a romper nuestro corazón, nuestra alma; a rompernos desde y por dentro como a
esas duras rocas que jamás podrán resistir el aumento de volumen del agua
helada.
Así
es que, riamos, amigos, demos rienda suelta a todas esas carcajadas que
llevamos dentro esperando ser liberadas. Riamos solos o acompañados. Con ropa o
descalzos hasta la nuca. Por nada y por todo. Con la excusa de un vídeo de Les
Luthiers o por el mero hecho de recordar la sonrisa de aquel vagabundo
agradecido. Porque tu mascota, sin darse cuenta, te hace cosquillas con su cola
juguetona y tú no osas intentar que cambie de postura.
También
porque aunque tú tienes uno, tus seres queridos, familiares «por decreto» o de
los otros, de los elegidos, tienen muchos más de dos para disfrutar.
Y
riámonos de nosotros mismos, pocas terapias hallaremos más reconfortantes.
Yo
lo estoy haciendo en este mismo instante, ¿y tú?
Querido
amigo que me regalas tu valioso tiempo leyendo mis cosas: te envío una sonrisa —como
dice mi hermano pequeño—, limpia, despejada y sincera, hasta que llegue el
oportuno momento en que pueda reír contigo, a carcajadas.
© Patxi Hinojosa Luján
(28/01/2016)
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