Suelen pasarse la mayor parte del día
durmiendo. Cambian de ubicación en función de parámetros tales como dónde da el
sol, el calor o el frío que acumulan los diferentes lugares y objetos, y otros más
misteriosos que solo ellos conocen y que por mucho que convivan con nosotros no
conseguiremos conocer nunca. Solo interrumpen su especial «ejercicio» para
comer o beber, hacer sus necesidades, pelearse entre ellos y poco más. A mí, he
de reconocerlo, ese modus vivendi no
me hace ni pizca de gracia, más bien al contrario, me da mucha rabia. ¿Que por
qué?... porque a veces en la madrugada deciden, por razones obvias, que ya está
bien de dormir; entonces se ponen a combatir. Y lo malo no es esto en sí, lo
malo es que lo hacen en el mismo lugar de su descanso nocturno, es decir… en
nuestra cama, ajustados como solo ellos saben hacerlo sobre o junto a nuestros
torsos o piernas. Al principio, ser despertados a esas horas en que vives otras
vidas que sí, que son también las tuyas pero que no siempre lo son del todo, y
además con esa violencia tan sorpresiva, podría ser muy traumático para
nuestros algo ajados corazones, y de verdad que no es como para agradecérselo
mucho, no…
Pero la Naturaleza es sabia, ¡vaya si lo
es! Hace ya unas cuantas lunas llenas, incluyendo incluso una rojo pasión muy
especial, mi compañera ha accedido a una nueva fase vital que no por no deseada
o esperada es más evitable, que no. Desde que ello ocurre, una nueva atracción
se ha sumado a nuestros reposos nocturnos, os cuento: De buenas a primeras,
cuando más sumida está en su primer sueño, al igual que nuestros dos fieras y
yo, le llega un sofoco y su reacción instintiva, mientras emerge del profundo
sueño, es desprenderse violentamente de toda la ropa de cama mientras su cuerpo
cambia de posición casi convulsivamente. Os podéis imaginar… una consecuencia
directa es que un par de negros felinos vuelan literalmente desde su posición con
dirección al suelo mientras maúllan lo que sin duda son enérgicas protestas, intuyo
que muy similares en su fondo porque está claro que en estas ocasiones, y solo
en estas, sí están de acuerdo. Yo, me doy media vuelta e intento volver a coger
el sueño. Ellos, se dan un margen de tiempo paseando sus negruras por el resto
de la apagada estancia para, una vez que todo ha vuelto a la normalidad, porque
el sofoco ya ha pasado y las ropas y cuerpos están otra vez en su sitio, se recolocan
en sus respectivos acomodos con el sigilo que solo un felino es capaz de
mantener en la oscuridad. Aunque, una cosa es cierta, ese curso natural del
tiempo nos ha brindado la oportunidad de obtener una divertida revancha, aunque
no por ello podamos dormir más ni mejor...
Mi chica dice que, hace ya unos cuantos
vuelos, tiene el termostato averiado…
© Patxi Hinojosa Luján
(24/04/2015)
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