miércoles, 13 de enero de 2016

Expulsión


La estancia, con decoración minimalista y toque femenino, está sumida en una penumbra artificial que le otorga una agradable sensación de serenidad. Una dama, ataviada con un cómodo atuendo, parece estar disfrutando de ella en posición relajada hasta que algo y alguien la inoportuna; tan indignada como alterada, abre los ojos y responde a su interlocutor:
—¿Pero esto qué es?, ¡no entiendo nada!, ¿cómo que lo expulsan, por qué motivo?
—Ya sabe usted, señora, que la nuestra es una morada muy exclusiva y que quién entra ya no sale. En este caso, excepcional a todas luces, se han dado unas circunstancias fuera de lo normal que han sido las que nos han hecho tomar tan extrema medida.
—Pero… yo ya me había hecho a la idea y acostumbrado a la nueva situación, comprenda que todo esto me sobrepasa y trastoca por completo mi vida. ¿No podrían reconsiderar el asunto y readmitirlo, por favor? ¡¡¡Se lo ruego!!!
—¡Imposible!, no podemos, en serio, la decisión está tomada y créame que ha sido muy meditada por parte de todo el consejo, con su máximo representante al frente. Es definitiva. No es que él no se haya acostumbrado a su estancia allí, es que su inaudito comportamiento ha revolucionado y alterado en grado superlativo la correcta marcha de nuestra organización y esta no puede soportarlo ni un instante más. Quizá en otro momento, más adelante, cuando este tema se haya enfriado con el olvido del tiempo…
De las tres figuras que recortan sus siluetas en la habitación, la de la sorprendida anfitriona, inmóvil, no acaba de entenderlo mientras intenta hacerse a la idea. Otra, la segunda, desaparece tal y como había llegado, pero ahora sin compañía y tarareando algo. En el giro previo a su partida, los negros harapos que constituyen su indumentaria dejan entrever el filo de una afilada guadaña que desaparece junto con su portador, no sin antes proyectar el reflejo de un tímido rayo que entra por la ventana y que va a iluminar una de las esquinas del cuarto.
Allí, hecho un ovillo en el suelo sin pronunciar palabra alguna, un hombre parece haber olvidado la estrategia utilizada para contravenir a su destino y, recordando la reciente escena, se arrepiente de tan descomunal y sobrehumano esfuerzo.
Ella observa a su marido y reflexiona un instante sobre lo inverosímil de todo aquello, pero también sobre su nueva situación. Advierte que aquel mantiene las vestimentas con que ella misma le acicaló para su, creía entonces, último viaje, ahora sucias y ajadas. Se levanta, rompiendo su postura de relax, y va en busca de él haciendo acopio de toda la ternura de que es capaz:
—¿Quieres que hoy cenemos pronto?

© Patxi Hinojosa Luján
(13/01/2016)

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