miércoles, 17 de febrero de 2016

Cielo vacío (Empty sky)


La alcoba, parca en su decoración pero limpia y ordenada, estaba ocupada y en total oscuridad. En la pared más amplia, encima del escritorio, un único póster con un precioso dibujo de una guitarra acústica era el mayor exponente artístico, aunque no pudiera verse en estos momentos. Ahora contaba, además, con un aroma inconfundible a sexo reciente.
***
La salada humedad en sábanas y funda de almohada sugerían que había vuelto a tener otra pesadilla. Me desprendí a cámara lenta, sin ocultar un punto de desagrado por el pegajoso contacto que mi propio sudor propiciaba con ella, de las ropas de cama y me incorporé, sorprendido al comprobar que carecía de cualquier prenda, sentándome sobre un lateral del lecho, el más alejado de la puerta y que era el que cada noche elegía para adentrarme en mis mil menos un sueños al ser el que mejor me permitía, antes de que estos llegaran, observar indiscreto lo que ocurría al otro lado del cristal del ventanal de mi habitación, tan desnudo siempre como mis muy ocasionales acompañantes.
Y esta era una ocasión excepcional, no porque no estuviera solo, que no lo estaba, sino por lo que se veía a través de la cristalera o, para hablar con propiedad, por lo que no se veía: el Cielo estaba vacío, y desde estas líneas lamento la ansiedad que esta narración pueda generar en un futuro posible lector. Sepa pues perdonarme, y quiera hacerlo.
A pesar de no estar despierto del todo, no estaba tan dormido como para poder evitar que se me erizara el vello esquivando las minúsculas gotas de sudor que aún estaban adheridas a mi piel. El Cielo estaba vacío, tan vacío como si se hubiera hecho a conciencia. Aquel mundo no se parecía en absoluto al que despedí la noche anterior, ofrecía un aspecto que nunca hubiera podido imaginar ni en mis más alocadas ensoñaciones. No se veían estelas de avión alguno, ni estrellas, ni nubes, por lo que era imposible aguardar a corto plazo ningún tipo de manifestación meteorológica: lluvia, granizo o nieve. Para completar el total despropósito, el Sol lo había abandonado y ni siquiera osaba reinar una rezagada Luna. Lo único que se podía observar era una ausencia total de color, todo lo que había era negrura, pero tendría que matizar que más bien era una negra transparencia; eso sí, tan negra como el presagio que empezaba a anidar en mi mente.
La estampa me tenía hipnotizado. Los edificios más altos recortaban su silueta bajo un turbador espacio vacuo, y si hubiera mirado más abajo, hacia el suelo, habría constatado que no aparecía nadie que pudiera ofrecerse a formar parte del surrealista cuadro que se estaba acabando de plasmar en ese lienzo único. Pero este extremo no lo supe hasta más tarde.
Mientras, un terror ubicado en mi columna la recorría entera de arriba abajo y de abajo arriba e iba dejando mi cuerpo aún desnudo bajo el efecto de un gran escalofrío. Necesitaba distraer mi mente al objeto de demorar —evitar resultaba imposible ya— lo que de sobra sabía era inevitable, por lo que quise ocupar mi pensamiento con alguna imagen agradable y, no sé por qué, vino a mi mente la figura de una guitarra cuyas cuerdas eran unos afilados jirones hechos de una fina lluvia que empezaba a presentir no volvería a disfrutar jamás. Bueno, la verdad es que más que presentir lo sabía, aunque no quisiera reconocerlo. Más tarde, me armé de un valor que jamás atesoré y, no queriendo retrasar el desenlace ya más, decidí mirar por encima del hombro para contemplar el rostro de quien había compartido mi noche después, en ese momento lo creía evidente, de una ingesta excesiva de alcohol y que alguna relación tenía, estaba seguro, con tan extraño y extraordinario suceso. Me enfrentaría a mi destino, fuera cual fuera.
Pero antes de ejecutar dicha acción me otorgué un ligero margen de tiempo cuando constaté que, además de todo lo anterior, empezaba a preocuparme también por el doloroso silencio que inundaba el ambiente y que sólo era roto, con cierta frecuencia, por la siniestra y hueca respiración de esa compañía que aún mantenía a mi espalda, lo que no contribuía demasiado a lograr tranquilizarme lo más mínimo. Y aún menos cuando aquella me rodeó desde atrás con su enjutos brazos y comenzó a abrazarme y acariciar mi torso con unos dedos que no actuaban como tales sino como afiladas garras que en todo caso se cuidaron mucho de no herir mi indefensa carne.
Entonces lo recordé todo y contemplé lo acontecido durante las últimas horas con una claridad de la que carecía mi mundo actual. Me abandoné a mi suerte y cumplí el propósito de girar mi cabeza para mirar por encima del hombro y observar en qué se había convertido la bella acompañante después de no ser capaz de cumplir mi promesa para aquella arriesgada apuesta; ¡y mira que me lo había advertido!
El espectral rostro me observaba desde sus cuencas semivacías con un gesto de compasión de quien no quiere hacer daño a un benefactor, a un aliado, a un amigo, a un amante... No lo dudé y le di un apasionado último beso que careció de la carnalidad indispensable pero no de una extraña pasión. No fue correspondido en lo físico, sí en lo espiritual. Cuando acabó no opuso resistencia y retiró sus brazos de mi contorno para dejarme hacer, y pude apreciar unas imposibles lágrimas deslizándose por su huesuda y casi inexpresiva cara.
Redacté estas apresuradas palabras en mi escritorio y dejé los folios bien a la vista, por si acaso alguien lograba verlos algún día y tenía la ocurrencia de leerlos. Abrí la ventana de par en par…
***
Ahora que estoy cayendo al vacío de ese espacio negro y transparente en que se ha convertido mi mundo en mis últimos instantes de existencia, rememoro la arriesgada partida de sexo que jugué con esa diosa que se me insinuó durante días hasta conseguir mi atención y que acabé perdiendo, al exagerar de antemano mis dotes amatorias, junto con mi futuro. Y justo antes de que esto ocurra y todo termine, sonrío al pensar que llego a tiempo de aparecer en ese cuadro que está por terminarse. Me apena pensar que la imagen que quede en él para la posteridad no me haga justicia, yo acostumbraba a tener un mejor aspecto que el que a buen seguro me inmortalizará. Aunque dicen que la muerte le da bastante bien a los pinceles, quizá tenga el reflejo de retocar mi imagen antes de colgar el cuadro en ese muro que está al otro lado y olvidarlo, como a todos los anteriores, para toda la eternidad. Algo me dice que lo hará, quizá como desagravio póstumo.
***
Se animó con la guitarra que visualizara en la mente de su último amante y comprobó que era capaz de sacarle armoniosos sonidos sin mojarse siquiera sus descarnados dedos. Soltó una carcajada aterradora en el mismo instante en que el Cielo volvió a cobrar vida.
—Te mentí —susurró en un murmullo inaudible, no sin cierto pudor, quien ya se escondía tras el negro de sus vestimentas durante la ajena y mortal caída—, tú ganaste la partida: me llevaste a un placer hasta entonces desconocido para mí; pero no debías, no podías saberlo…
***
Un dormitorio mantiene las ventanas abiertas de par en par, a merced del suave viento, sin atisbo de cortina alguna, y permanece inundado por la luminosidad del día. Ha perdido al que fue su ocupante durante años. Del único póster que adorna sus sobrias paredes ha desaparecido el acertado dibujo de la guitarra que lo llenaba. En ambos casos para siempre.

© Patxi Hinojosa Luján
(17/02/2016)

Nota: El título es un homenaje al primer álbum de Elton John (1969) aunque el tema nada tenga que ver con él.

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