miércoles, 3 de febrero de 2016

Con ventaja


Sentada en la vieja mecedora de caña y mimbre del balcón de su salón, que es el que cuenta con la vista más privilegiada del apartamento, dejaba que la suave brisa de la primavera le acariciara por igual rostro y cabellos, y ella se dejaba hacer. Pero al contrario de lo que podría deducirse por su figura y postura, no prestaba atención al libro abierto que descansaba en sus desnudos muslos, sino que su mirada se perdía en lontananza, entre los verdores de aquellos montes tan familiares y llenos de vida y color. El abandono que sufría aquel volumen no era puntual, en los últimos fines de semana, que habían ofrecido un tiempo tan apacible como acorde a la época, se había repetido la escena, por lo que nuestra protagonista poco o nada sabía de los de la (des)cuidada novela. Y este no era un domingo diferente a los anteriores.
En la soledad de su estudio diríase que le preocupaba la inmediatez del comienzo de una nueva semana laboral, que también. Pero no era eso lo que más y con mayor intensidad perturbaba su paz interior, no. A dos meses vista del matrimonio con el amor de su vida, su primer amor de juventud, algo no le dejaba dormir ni le permitía relax alguno durante sus estados de vigilia diurnos. Sabiendo que a su chico le hacía una ilusión enorme tener descendencia lo antes posible, a ella le corroía una duda existencial, y no era la de si llegaría a ser una buena madre, o por lo menos no solo eso. No sabía por qué motivo, pero desde hacía unos meses, desde que proyectaran la boda, un temor se había apoderado de su apacible, hasta entonces, vida: Su hijo, sus hijos… ¿llegarían a ser unas personas de bien de las que estar orgullosos o se asemejarían a esos chicos y chicas, perdidos y sin rumbo, que tanto proliferaban por los barrios que se veía obligada a atravesar cada día tanto al ir como al volver de su trabajo? No podría soportar —pensaba acongojada— que un hijo suyo pudiera parecerse siquiera a uno cualquiera de aquellos indeseables elementos callejeros.
El lunes llegó con la misma inevitabilidad que hace que el Sol escudriñe cada mañana el firmamento para comprobar si su amada Luna anduviera, rezagada, todavía por allí; esperándole o no, ese sería otro tema… Y un día más, después de regatear a tan desagradable chavalería, llegó a su oficina y se instaló en su puesto. Era la hora, ya podían empezar a ametrallarle a llamadas telefónicas, ella estaba preparada, llevaba puesto, como cada día, el chaleco antibalas de su profesionalidad.
No habían pasado ni cinco minutos cuando su jefe abrió la puerta de su despacho como hacen algunos jefes muchas veces, sin llamar ni avisar, y se presentó junto a un joven desconocido…
—Mary, este es Fran, estará un mes con nosotros como becario para formarse en el sector y quiero que lo haga contigo, lo dejo a tu cargo —y con la misma educación con la que entró, salió y se fue.
—¡A la orden, jefe, adiós! —soltó Mary cuando ya aquel no podía oírle.
—Pues… hola Fran, me llamo Mary; bueno, eso ya lo sabes —dijo tendiendo una mano temblorosa, extrañada por la novedad, pues su empresa no había tenido nunca becarios, que ella supiera…
—Hola, señora Mary —respondió el chico, asustado, con no menos temblor en la mano que ofreció para corresponder al saludo de rigor.
—De momento soy señorita, aunque me caso dentro de un par de meses —había terminado de decir cuando estaba ya arrepintiéndose, a aquel joven no tenía por qué importarle tales detalles.
Mary calculó que Fran tendría cinco o seis años menos que ella. A los dos días de estancia en la empresa ya había podido comprobar su actitud, y esta era de lo más positiva. Estaba ávido de aprender todo lo antes posible. Además era educado, trabajador, culto y con unos grandes ojos verdes que la hubieran enamorado como una chiquilla si antes no lo hubiera hecho su pareja, que los tenía igual de grandes y de verdes que él, si no más.
Pero todo llega y todo pasa, por lo que tal y como vino a su vida, desapareció de ella, sin previo aviso, dos días antes de cumplirse el mes indicado. No fue hasta pasados unos días, con la vuelta a la normalidad de trabajar sola, cuando cayó en un detalle que hasta entonces había estado eclipsado, por extraño que pudiera parecer, por otros: Fran también era zurdo; ahora entendía el torpe apretón de manos diestras del primer día entre dos personas que de siniestras solo tenían el uso preferente de su mano izquierda, y el recuerdo de aquella escena hizo que soltara unas carcajadas que se oyeron en el resto de la oficina, para sorpresa de sus casi desconocidos compañeros y de su ausente, por frío, jefe.
En un momento de relax cayó en la cuenta de algo, supuso que tendría que entregarle a su jefe el informe de la labor realizada por el becario Fran, con los avances conseguidos a lo largo de las cuatro semanas.
—¿Informe, becario, Fran… de qué cojones me está usted hablando, señorita Mary? ¡Vuelva a su puesto y no me haga perder más el tiempo!
«Está claro que necesita unas vacaciones con urgencia, menos mal que en nada las coge en las fechas previas a su boda —murmuró el patrón cuando ya se había quedado a solas con su mal humor».  
Mary levitó por el pasillo, no fue consciente de los pasos que iba dando hasta que llegó a su despacho. De repente, todo cobraba sentido. Alguien había decidido que en la partida de la vida ella pudiera jugar con ventaja, con un as en la manga. La presencia de su misterioso becario había tenido como principal misión, ahora lo veía claro, animarla en su intento de ser madre, puesto que creía haber tenido una revelación, al observar esos dos detalles físicos con tan claras coincidencias, de tal manera que si el destino les sonreía con la fortuna de tener al menos un hijo, contarían con la seguridad de que ambos podrían estar bien orgullosos de él, como de alguna manera ella lo había estado de Fran en el escaso tiempo que habían compartido; eso estaba claro, pero… ¿quién era ese alguien?, ¿tenía alguna importancia quién fuera?
***
La primavera está llegando a su fin y el tiempo es magnífico. Mary disfruta unas merecidas y necesarias vacaciones.
Pronto será una mujer casada, pero aún hay muchos flecos que cerrar antes del día de la boda, por lo que apura el tiempo al máximo; no le falta algún que otro antojo y se las ingenia para sacar tiempo al tiempo y darse unos largos paseos por calles y parques cercanos a su residencia. Está segura de que en algún momento se cruzará con Fran, solo quiere darle las gracias, nada más. Ya no repara en los jóvenes que tanto le desagradaban, no sabría decir si es porque ya no están o porque los que ya no están son sus miedos.
En su balcón, la mecedora se balancea por mor del suave aire que sopla estos días; a falta de otro lector, parece que quisiera hacerle el honor a un libro al que va pasándole las hojas una a una, sin prisa.

© Patxi Hinojosa Luján
(03/02/2016)

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