viernes, 26 de febrero de 2016

Meigas


Las hexagonales, singulares —con infinitos dibujos— y heladas figuras geométricas que esconden los copos de nieve no han hecho acto de presencia, de momento.
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El canto del gallo de mi último amanecer ha debido de abrirse paso hace algún tiempo entre el aroma de la lluvia al caer, pero esta vez no me ha localizado entre su dormido público puesto que ya me encuentro lejos de allí. He partido un rato antes de su penúltima sonora actuación sin hacer ruido, respetando su descanso, al tener que retornar sin mucha demora hacia unos dominios donde espera paciente una ninfa, mi hada particular, que en todo caso no impone urgencias, todo ello cuando soy consciente de que mi zona de confort ya no se encuentra solo en aquellos. Lo hago con la conciencia tranquila, impasible el rostro aunque húmedos los sentimientos de tanto llorar despedidas que se han tornado en secas solo por fuera a base de ensayarlas a intervalos que estimo muy prolongados, demasiado. Atrás quedan besos, abrazos, confidencias, deseos, conversaciones a pecho descubierto, cuando no a corazón abierto, con el nexo común del respeto y el cariño, mayúsculos ambos. También dejo atrás palabras, frases y sentimientos compartidos durante el corto reinado de una Luna casi llena, que se propagaron con habilidad sobre el alambre flojo de los bits de la modernidad inalámbrica recolocando impresiones y valoraciones y que pasaron al modo «hasta pronto» esquivando bostezos de madrugada.
El ambiente de la fascinante tierra que acogió tales muestras de afecto hechiza, y es que dicen que cuenta con seres que seducen y embrujan aún sin manifestarse.  
Mi mente resta anclada en el mágico territorio recién visitado mientras mi cuerpo se aleja de él y creo intuir unas presencias que no se manifiestan corpóreas pero que me persiguen durante el viaje; casi noto sus alientos en mi nuca, aunque no encuentro nada ni a nadie cuando miro por encima del hombro con un hormigueo recorriéndome la columna. Es como si denunciaran mi prematura partida de esas tierras que van quedando cada vez más atrás en mi navegador, que no en mi alma, y exigieran, más que demandar, mi inmediato regreso para no ver disminuido el número de sus conquistas.
Comprendo que han oído mis pensamientos en un momento de debilidad —debido a la lógica relajación por el cansancio acumulado— cuando reparo en que ya no me acompañan aquellas en las que no creía. Y es que siempre había hecho mía la frase popular gallega: «eu non creo nas meigas, mais habelas, hainas».
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Algunas meigas ya están buscando en sus tierras nuevas gentes a las que enseñar, en los dos sentidos, sus sortilegios. Sé que me esperan. Y sé que ellas saben que volveré, que volveremos…
Un manto nevado reciente embellece todavía más el mágico entorno y siete valientes forasteros se arriesgan a adentrarse en el más blanco de los bosques. A lo lejos se oye un conxuro, mas justo al lado otro…

© Patxi Hinojosa Luján
(Astorga - 26/02/2016)

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