Tan concentrados habían estado las últimas cinco horas, que el tiempo había
pasado volando; en verdad, la de este día había sido una mañana muy provechosa.
El
Sol, cual rubia Luna llena en un despejado cielo de un azul intenso, les
observaba ya con una visión cenital cuasi perfecta, aunque a ellos lo que les inquietaba
no era el fisgoneo que pudiera estar llevando a cabo sino la crueldad con que calentaba
a esas horas en toda la región. No tuvieron más remedio que reaccionar y recoger
los trastos para trasladarse a otro lugar y así poder protegerse de los
peligrosos rayos solares que, incluso, parecieran separar las ramas del árbol
bajo el cual fueron a resguardarse con escaso éxito.
—¿Crees
que es prudente seguir escribiendo en estas condiciones, en esta solana?
—preguntó el más alto y delgado mientras enchufaba otra vez el ordenador portátil
al pequeño cargador solar.
—Pues
no mucho, si te soy sincero. Pero venga, un par de párrafos más, terminamos el
capítulo y nos retiramos a comer y descansar, que bien merecido lo tenemos
—respondió su compañero, el más bajo y algo entrado en carnes, frotándose las
manos orgulloso.
Dicho
y hecho. En cuanto acabaron el capítulo, apagaron el portátil, lo desconectaron
del moderno cargador alimentado con energía solar y lo pusieron a buen recaudo
dentro de la bolsa de cuero que llevaba siempre uno de ellos, el más alto. Se
dirigieron a la posada en la que estaban albergados y saciaron su sed y su
apetito antes de regalarse una casi inevitable siesta debido al excesivo calor reinante
y a la inmisericordia de la dorada estrella; ya tendrían tiempo al anochecer,
en la intimidad de sus alcobas, de pasar toda la creatividad de la mañana a
palabras escritas del puño y letra del más bajo, el que mejor caligrafía
ostentaba, en los pergaminos más blancos que tenían reservados a tal efecto. Si
querían publicar el fruto de su imaginación, no tenían otro remedio, aunque para
crear seguirían utilizando en un principio aquel aparato por la facilidad que
les otorgaba a la hora de realizar cambios y con la corrección de errores.
También podían consultar en él, no imaginaban cómo, una ingente cantidad de
libros y gramáticas, algo diferentes a la suya, eso sí.
Como
en varias ocasiones anteriores, un viajero y altruista personaje se les
presentó sin previo aviso y se dirigió a ellos en el mismo dialecto con el que
en los últimos tiempos también se comunicaban entre ellos dos, un dialecto que pareciera
que ambos estuvieran perfeccionando y que no difería mucho de su idioma
materno, el que se oía de manera coloquial en su tierra y que era con el que estaban
escribiendo a dos manos con verdadera ilusión y pasión, todo hay que decirlo,
su novela de andanzas y aventuras.
—No
tenía nada importante que hacer —explicó el forastero cuando abandonó la
consistencia translúcida con la que apareció y adquirió una apariencia corpórea
por completo, tras lo cual se despojó de capa y sombrero— y me he dicho: «voy a
llevarle a “mis chicos” la última novedad tecnológica que he recibido, a ver
qué les parece». Y aquí está —manifestó enseñándoles algo parecido a un cuadro
pequeño, aunque más ligero y brillante—, se llama tablet y con ella se puede hacer lo mismo que con el portátil, pero
al ocupar bastante menos espacio os será más fácil mantenerla oculta a ojos
indiscretos. No hace falta que os recuerde que un fallo a este respecto puede
ser letal para vosotros…
La
pareja de escritores la miraron y se miraron entre sí, extrañados una vez más;
eso era ya demasiado para ellos, a pesar incluso de sus privilegiadas mentes.
—Tiene
el mismo tipo de conector que el aparato que ya tenéis —se apresuró a indicar
el visitante—, por lo que podréis usar el mismo cargador. Cuando haya en
nuestro mercado uno con más capacidad y de menor tamaño, que lo habrá en breve,
no dudéis de que os traeré uno.
El
visitante explicó con detalle el manejo del nuevo aparato, más que nada para
que se familiarizaran con la novedad del sistema táctil y la nueva forma de
operar y archivar sus trabajos. Mientras, daban buena cuenta de los embutidos y
vino de la zona que subieron a la habitación desde el comedor alegando un
fuerte dolor de cabeza de uno de ellos.
Antes
de regresar a su mundo, el forastero se despidió con efusividad de sus dos
amigos, eran ya unos cuantos años de amistad en esa relación tan, digamos
atemporal, y además el vino tenía una alta graduación alcohólica. Se colocó
capa y sombrero; aunque ese protocolo no fuera necesario para la vuelta, para
la ida era imprescindible siempre, por si llegaba a aparecer delante de un público
no deseado.
Cuando
se quedaron solos el señor Panza y el señor Quijano dejaron que el silencio se
adueñara de la estancia por un buen rato, siempre lo hacían después de cada
visita de su amigo. Y ya llevaba unas cuantas. Y ellos aún no entendían cómo
era posible…
La
novela que estaban escribiendo al alimón Sancho Panza y Alonso Quijano trataba
de un escritor, para el que eligieron el nombre de Miguel de Cervantes
Saavedra, concentrado en sacar adelante su obra cumbre: «El ingenioso hidalgo
Don Quijote de La Mancha», en la que los propios escritores se habían otorgado
el papel de protagonistas, en el caso de Alonso con un nombre inventado por el
propio personaje.
Aún
no habían decidido qué nombre pondrían a la obra con la que pasarían a la
posteridad, porque eso era algo que sí sabían debido a un descuido de su amigo
visitante; conocían que su punto débil era el buen vino de La Mancha —me encanta
el vino de esta tierra y esos molinos que parecen gigantes, les había dicho en
más de una ocasión—, y ellos dos bien lo utilizaban en su beneficio.
© Patxi Hinojosa Luján
(15/03/2016)
No hay comentarios:
Publicar un comentario