(Este texto es el Epílogo
y punto final de los relatos enlazados «¡Mira allí!» y «¡Allí, mira!»)
La
furia desatada de los elementos, aprovechando la inesperada desaparición de la
cubierta del supermercado, llegó de súbito y los sorprendió desprevenidos, sin
margen posible de maniobra. Eva pensó que estaban perdidos, hasta el punto de
no poder considerar nada que no fuera el fin de su tiempo en este mundo. El
tenebroso cielo se partió en dos y propició que el apocalipsis adelantara su
llegada, cubriendo todo con un traicionero y denso manto negro, envolviéndolos,
tragándoselos.
***
Abelardo
tiró de una paralizada Eva agarrándola de un brazo hasta situarla entre dos
pasillos intentando protegerla de la visión de aquello que tanto la había
alterado; ésta poco a poco fue volviendo a una realidad en la que la
persistente y copiosa lluvia estaba percutiendo en la frágil —ahora parecía
mucho más que antes— cubierta transparente de la nave. Justo en el momento en
que se disponía a decir algo, su compañero se le adelantó:
—¿Piensas
que es… él? —La atrajo hacia sí para que se sintiera protegida, ella se dejó
hacer—, ¿estás segura?, piensa que estábamos a más de cincuenta metros de su
posición…
Eva,
pegada como estaba en ese momento al pecho de Abelardo, levantó la cabeza y
fijó una mirada vidriosa en los ojos de él que fue más que una respuesta
afirmativa: llevaba adjunta una petición de ayuda, una nueva petición, la
segunda en poco más de dos años.
—Ha
cambiado su imagen, y mucho, para intentar pasar desapercibido —Eva susurraba,
asustada—, pero a mí no puede engañarme, estoy segura al cien por cien de que
es él. No puede ser que haya conseguido saltarse tan pronto la orden de
alejamiento… ¡Maldigo esas lealtades que están por encima de la justicia y de
la legalidad! —dijo alzando un poco la voz, a lo que Abelardo reaccionó haciendo
un gesto con su dedo índice cortando en perpendicular sus labios para que
volviera al susurro, no podían permitirse el lujo de que aquel individuo los
localizara allí.
Compartió
con Abelardo la idea de que Ádam se hubiera apoyado en sus contactos de la comisaría
para conseguir unos documentos con toda la información relativa a su condena
eliminada y así poder optar, en cuanto tuvo conocimiento de una vacante, al
traslado a la sucursal del supermercado en su ciudad. Y por lo que acababa de
comprobar, con total éxito. En un instante, viajó con su mente unos años atrás,
al tiempo en que el suyo, visto desde fuera, era un matrimonio feliz con ese
hombre que ahora no era sino un extraño para ella. No quiso ni imaginar la
cantidad de trapos sucios que tendrían que taparse unos a otros en el círculo
policial en el que se había movido su exmarido, por lo que el tema de los
favores —casi nunca muy legales— estaba a la orden del día, se trataba de
evitar que alguno pudiera salir a la luz pública, y menos sin lavar...
Cuando
logró tranquilizarse lo suficiente como para poder reflexionar con lucidez, Eva
aceptó que el apocalipsis tendría que esperar, que todo había sido una
alucinación suya debida al estrés generado por el inesperado encuentro; apoyó
sus manos en los hombros de Abelardo para separarse un par de palmos de él y ya
calmada le habló con determinación:
—Salgamos
de aquí rápido, Abelardo, te lo ruego. No puede saber que le hemos visto, que
sabemos que está trabajando aquí. Con seguridad estará urdiendo una venganza
contra mí, o contra los dos. Tenemos que conseguir que pague por su falta y que
quien sea, no lo sé, se asegure de que nunca más incumpla su orden de
alejamiento, así impediremos que lleve a cabo el que no dudo será un perverso plan;
temo que quiera hacernos mucho daño, soy pesimista, no te quiero engañar…
—Vayamos
a mi casa, allí estaremos tranquilos y un chocolate caliente nos despejará la
mente para poder pensar en la mejor decisión a tomar —Abelardo le estaba
hablando al oído a Eva mientras caminaba por detrás de ella, escondiendo su
silueta y agarrándole una mano con firmeza pero sin presión, insinuando una caricia
que no iba a ser rechazada; aceleraron y salieron del centro comercial sin
mirar atrás.
Se
sintieron a salvo cuando por fin entraron en el apartamento del joven y
cerraron la puerta tras ellos. Llegaron empapados; mientras se secaban como
podían, tiritando por la fría humedad y por el nerviosismo, Eva recordó algo
que Abelardo le había contado de pasada durante la comida y a lo que ella no le
dio mayor importancia entonces:
—¿Dices
que esos sueños que has compartido conmigo son recurrentes? Creo que tu
subconsciente nos está dando las pistas para un plan que podría solucionar, de
una vez por todas, mi problema…
—¡¡¡Nuestro!!!,
nuestro problema, querrás decir —la interrumpió Abelardo—. ¡No pensarás que te
voy a dejar sola en sea lo que sea que estés tramando!, siempre que tú no me alejes
de tu lado… —le empezaba a guiñar un ojo cómplice a Eva cuando ésta se puso de
puntillas y le plantó un suave beso en los labios antes de que él tuviera tiempo
siquiera de subir el párpado— … estaré a tu lado para todo lo que necesites,
para «to-do» —matizó esta última palabra enfatizando cada sílaba.
—¡Perdona,
Abelardo!, no he debido hacerlo, no he debido be… —en esta ocasión fue él el
que no le dejó terminar la frase al tomar la iniciativa: la rodeó con sus
brazos y la besó, muy suave al principio, con pasión después, una pasión que
buscaba recuperar los dos años largos de retraso con que llegaba.
—…
sarte. Besarte quería decir, aunque confieso que ya no me arrepiento en
absoluto, visto cómo te lo has tomado —ambos rieron a carcajadas, necesitaban
liberar tanta tensión acumulada—. ¿Qué te parece si te cuento la idea que he
tenido y después continuamos en el punto donde lo hemos dejado? Primero la
necesidad, después el placer… —esta vez fue Eva la que guiñó un ojo a
Abelardo, en un aleteo de pestañas que originó que un escalofrío le recorriera de
arriba abajo a éste.
***
Tardaron
una eternidad en vestirse, la pereza de la primera vez, unida a las continuas
interrupciones acogidas con pasión, ralentizó al máximo lo que uno y otra aceptaban
como inevitable, y más ahora que tenían que llevar a buen fin el plan que,
previo a los momentos de deseo desenfrenado, ella había compartido con él.
Tendrían que ser discretos, elegir bien a las personas adecuadas, coordinar sus
acciones y esperar a que la justicia sufriera menos zancadillas que la vez
anterior.
***
Un
avión aterriza sin novedad en el aeropuerto de Langnes, en Tromsø, Noruega. De
él baja un varón que cubre su cabeza rapada con un grueso gorro de lana; hace
frío, mucho frío. No imagina que, en cuanto recoja su maleta de la cinta
portaequipajes, se le van a congelar las intenciones: va a ser detenido por
tres agentes de Interpol que le esperan allí camuflados entre los cientos de
usuarios que vienen y van por la terminal. La orden internacional de busca y
captura se ha emitido instantes después del despegue de la aeronave, junto con
la información necesaria para la detención. Ádam será acusado de violación de
su orden de alejamiento, salida sin permiso del país y de un nuevo intento de
acoso a su víctima. Antes de dedicarse a colocar más artículos en las
estanterías correspondientes, si es que consigue que su empresa le readmita en
alguna de sus sucursales, exceptuando la última, pasará unos cuantos meses más
«a la sombra». Pero lo que más le va a doler, sin duda, es saberse burlado de
aquella manera por su exmujer, a la que él siempre tomó por limitada en cuanto
a recursos intelectuales. Ahora sabe que ha caído en una trampa como un simple aficionado,
y le asalta una duda: ¿dónde se encontraría Eva en esos momentos? Lo único que ahora
tenía claro es que no había llegado a poner sus pies allí, ni ella ni ese entrometido
que le ayudó.
***
La
playa está en calma, aún son horas tempranas en la mañana caribeña pero un par
de tumbonas están ya colocadas sobre sendos tapetes de caña, orientadas con
vistas al mar, sobre una fina arena que de momento se mantiene templada. Cristina
y Luis, sus ocupantes, chocan a modo de brindis dos grandes jarras con zumos de
diversas frutas tropicales, el mejor modo de empezar el día, se dicen. No
quieren hablar mucho del tema, aunque no pueden evitar pensar en todo lo
ocurrido en los últimos días, en su imaginativa maquinación:
«Ambos
pedimos excedencia de seis meses por motivos personales a disfrutar a partir de
la semana siguiente al lunes posterior al incidente y por suerte nos fue
concedida sin mayores problemas por nuestro jefe directo, que respetando
nuestro deseo lo mantuvo en secreto, y todo ello gracias a argumentos
esgrimidos en dos convincentes actuaciones teatrales; él, un comisario que era nuevo
en el puesto y en la ciudad y que por ese mismo motivo estaba fuera de la órbita
de Ádam. Teníamos que cruzar los dedos y mantener la precaución al máximo
durante algunos días más. Pero además, durante los siguientes siete, y en los
momentos de relax, nos ocupamos de consultar en internet todo lo referente a
viajes a Tromsø, a sus hospedajes y, sobre todo, a las ofertas de trabajo de
esa zona; visitamos muchas páginas sobre este último particular, queríamos que
se nos supusiese muy interesados en ello. Teníamos que dejar las pistas suficientes
de las visitas a todas esas páginas en los dos puestos, sabíamos que sus topos
estudiarían con meticulosidad nuestros historiales de navegación comparándolos
entre sí hasta convencerse de que nuestra intención no era otra que huir a
Noruega y así esperábamos se lo transmitirían a Ádam.
Nosotros
también tenemos nuestros colegas incondicionales entre los compañeros, por eso
no nos fue difícil encontrar entre los destinados en el aeropuerto a dos
dispuestos a echarnos una mano. A partir del lunes en el que comenzábamos
nuestra excedencia, nos parapetamos en el piso menos expuesto, el de Abelardo
—sí, en el mío—, y les solicitamos que controlaran a todos los pasajeros que
embarcaban a Tromsø desde ese mismo lunes. Para ello les enviamos todos los
datos e información que pudimos sobre Ádam y esperamos pacientes esa llamada
que estábamos seguros se produciría más pronto que tarde. Sabíamos que aquél no
permitiría que empezáramos una nueva vida en paz y que nos perseguiría hasta el
mismo infierno si hubiese hecho falta. Y un día la llamada se produjo. Cuando
se nos confirmó la presencia de nuestro perseguidor en un avión que ya se
elevaba perdiendo el contacto físico con la pista, en ese mismo momento,
llamamos a nuestro comisario y le explicamos todo lo que se podía explicar,
obviando los detalles de nuestro plan, claro. Con celeridad activó el protocolo
y se emitió la orden internacional de busca y captura para Ádam que fue
recibida en Oslo al instante. Su extradición a nuestro país para ser juzgado de
nuevo sería inmediata. A la par se encargó de que se nos facilitaran unos nuevos
documentos de identidad con la más absoluta discreción, al fin y al cabo tarde
o temprano las condenas se acaban cumpliendo pero las ansias de venganza
vuelven con los presos liberados, casi siempre fortalecidas por los excesos de
tiempo libre para pensar.
Daríamos
cualquier cosa por ver su cara es esos momentos; bueno, cualquier cosa no. Aunque
tenemos recursos suficientes para aguantar unos meses más aquí con nuestras
nuevas identidades, después tendremos que ver cómo nos ganamos la vida, aunque
lo que es seguro es que no regresaremos».
El
Sol empieza a castigar con sus látigos en forma de potentes rayos. La pareja,
que ya no está sola en la playa, coloca una sombrilla gigante entre las dos
tumbonas y continúa su reposo activo. Cristina repasa sus nociones de inglés, Luis
revisa los últimos apuntes que ha conseguido sobre nuevas tecnologías. Una cosa
está clara, en esa zona de aguas calientes no les va a faltar una ocupación
remunerada con la que ganarse un sueldo decente junto con el respeto a sí
mismos. No necesitan más, los que tienen que saber que están bien lo irán
sabiendo y ellos también estarán informados del día a día de sus seres queridos
y sólo se preocuparán de que nadie sepa nunca dónde viven esa inesperada
historia de amor que explotó con un apocalipsis…
***
Ádam,
esposado y acompañado por tres agentes armados de paisano, vuelve a entrar al mismo
avión del que ha descendido hace no tanto una vez que éste ha repostado y ha
sido repasado por los servicios de limpieza. Les espera un largo viaje de
vuelta. Su orden de extradición se ha ejecutado de manera inmediata y en su
cara la poblada barba esconde una mueca de extrañeza e incredulidad. Se
arrepiente de haber minusvalorado a Eva, aunque todavía tardará un tiempo en
hacerlo por haberla menospreciado, vejado y maltratado, si es que lo llega a
hacer algún día. Es mi sino, se excusa ante sí mismo, y cierra los ojos con la
vergüenza del cobarde.
***
Cristina
y Luis abandonan la playa, el Sol mortifica sin clemencia en esas tierras
rodeadas de aguas calientes y ellos tienen claro que deben respetar a la Madre
Naturaleza.
Cristina
y Luis se dirigen a su apartamento sin prisas, deseosos el uno del otro, disfrutando
del paseo aunque, como siempre, esmerando la discreción.
Cristina
y Luis van desapareciendo por momentos. Para cuando entran en su nuevo hogar ya
se han convertido en Eva y Abelardo. En la intimidad que les otorga aquél proceden
a dar rienda suelta a sus fantasías y deseos, un día más. Disfrutan de la
prestada felicidad.
***
Un
dron de última generación sobrevuela la zona residencial donde se encuentra su
apartamento, un piloto rojo parpadea con una intermitencia perturbadora. Se
despierta de golpe de su recurrente pesadilla empapado en sudor. El recluso de
la litera inferior protesta entre sueños, como si hubiera oído y le hubiera
molestado la agitada y cada vez más angustiosa respiración de Ádam. Por la
mañana va a volver a solicitar que le suministren algún antipsicótico, no puede
continuar así. Vuelve a dormirse. Alguien le susurra, una vez más: ¡Mira allí!
© Patxi Hinojosa Luján
(08/03/2016)
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